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Cada gala de los Premios Princesa de Asturias es especial. Siempre hay algo que la distingue:una primera vez en la mesa presidencial –las más habituales, de flamantes presidente autonómicos–, un primer discurso –en la memoria colectiva quedan las palabras de Leonor aquel 2019–, un premiado especialmente popular –que se lo digan a los vecinos de Milicias Nacionales, que atesoran un recuerdo en bronce de los paseos de Woody Allen por la ciudad– y un sinfín de anécdotas y peculiaridades, que convierten cada edición en única. Y es, cuanto menos, paradójico que lo que convierte en extraordinaria a la de este 2021 sea, precisamente, la vuelta a algo parecido a la normalidad. Vuelven los Premios Princesa al teatro Campoamor, aunque los –ojalá– últimos coletazos de la pandemia obliguen a mantener limitado su aforo a 785 personas (el 60% de las 1.313 plazas hábiles normalmente para la ceremonia en el coliseo ovetense), con el personal, las autoridades, el jurado, los periodistas, los premiados y sus familias incluidos, lo que dejará el número de invitados, previsiblemente, por debajo del medio millar.
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Con independencia de las restricciones y de las medidas de prevención ajustadas a los requerimientos sanitarios del momento, la recuperación de cierta normalidad es un hecho. Los invitados podrán viajar a Oviedo para recibir en mano el galardón, con la única excepción confirmada hasta el momento del economista bengalí Amartya Sen, Premio de Ciencias Sociales.
De los ocho galardonados que la Fundación Princesa reconoce, cuatro tendrán la oportunidad de dirigirse a los asistentes y –a través de los medios de comunicación– al mundo durante la ceremonia. Serán el escritor Emmanuel Carrère (Letras), la periodista y escritora Gloria Steinem (Comunicación y Humanidades), la bioquímica Katalin Karicó (Investigación Científica y Técnica) y el chef, empresario, filántropo y mierense internacional José Andrés. Será, como siempre, bajo la atenta mirada y la presidencia de Sus Majestades los Reyes y sus hijas: la princesa Leonor y su hermana, la infanta Sofía.
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Todo ello acontecerá en un remozado Teatro Campoamor, de escenografía renovada y reforzada asturianía. Los cambios empiezan en el exterior, con la retirada de la farola que hasta hace unas semanas presidía el centro de la plaza. Queda de este modo la entrada libre para la llegada de los invitados, de la que serán testigo las banderas que ondearán en el primer piso (antes, en el tejado). El eje escenográfico y visual creado comenzará en la calle con la clásica alfombra azul, que se extenderá más allá de la propia mesa presidencial, subiendo por detrás de esta. El escenario, que también estrena alfombra, gana en profundidad visual y la mesa crece un metro, hasta los seis. El azul y el amarillo de la bandera, junto con el gris, unifican las gamas cromáticas del Campoamor que puede perder aforo, pero gana asturianía.
Oviedo es la primera parada de la Princesa a su regreso de Gales, donde estudia. Lo hace además al Campoamor, lo que significa normalidad
La Princesa de Asturias se hace mayor y poco a poco afronta las primeras lecciones de vida. Experiencias propias de una adolescente, como las que viven en esta convulsa etapa muchas otras jóvenes españolas de su tiempo, pero en las que empieza a ser consciente de lo que conlleva su papel institucional. El suyo es un estatus dotado de privilegios, pero también cargado de renuncias y aprendizajes distintos a los que seguro tendrá que hacer frente cualquier otra joven.
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Quizás un ejemplo de esas primeras enseñanzas, de ese tipo de sacrificios, haya llegado con el fallecimiento de su bisabuela materna, la radifonista Menchu Álvarez del Valle, el pasado 27 de julio. La muerte cercana es siempre una irremediable clase magistral. En su caso Leonor ha tenido que comprender por qué ella a diferencia de otras niñas en situación similar no pudo asistir, por ejemplo, al funeral por Menchu en Sardéu. Por qué no pudo acompañar a su abuelo materno Jesús en la triste despedida de una persona tan popular y a quien estuvo, al igual que su hermana Sofía, muy unida. Estar presente hubiera sido lo normal, pero la renuncia a viajar a Asturias, respondió al deseo de los Reyes de no convertir en mediático un funeral que la propia Menchu quiso sencillo, familiar, privado... Renunciar a estar junto al resto de sus familiares habrá sido sin duda una decisión dura para todos. Vivir el duelo en la distancia, una dificultad para la que seguro los Reyes tuvieron explicaciones de sobra justificadas para sus hijas. Lo que significa ser quien eres, qué implica ser una princesa, empieza a asimilarse muchas veces ante situaciones como esta. En su andadura como Heredera del Trono las habrá más difíciles y de mayor calado para el país al que representa, pero Leonor aprende ya, cerca de cumplir 16 años, que por delante de sus intereses priman otros.
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Otra lección recibida este año ha sido su partida a Gales para completar su formación académica. Salir fuera sí es algo compartido con otros muchos adolescentes españoles cuyos familiares optan por enviarles al extranjero para ampliar su visión del mundo, sus relaciones sociales y fomentar su autonomía. Para Leonor también será una gran aventura, una importante experiencia, que antes siguieron sus padres en distintos periodos de su vida, pero que en su caso significa el inicio del vuelo en solitario después de una infancia arropada por un entorno familiar reducido y discreto.
Separarse de sus padres y dejar atrás ese círculo cercano habrá sido deseado y complicado al mismo tiempo sobre todo, esto último, por distanciarse de su hermana, la Infanta Sofía, a quien está muy unida.
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La Heredera creció protegida de las cámaras, en la medida que su papel lo permitió, y durante trece años estudió siempre junto al mismo núcleo de compañeros en un colegio para las élites madrileñas acostumbrado a contar en sus pupitres con miembros de la Casa Real puesto que allí también se formó, entre otros, don Felipe. Desde agosto, la Princesa se encuentra interna en Gales, en un colegio con dos aportaciones trascendentales a su formación: estar rodeada de chicos y chicas de hasta noventa nacionalidades y que proceden, además, de diversas clases sociales. Dos aspectos que ayudarán a Leonor a conocer y comprender mejor las inquietudes de la juventud de su tiempo. Esa convivencia con adolescentes tan distintos a los que está acostumbrada constituye un paso fundamental en su crecimiento personal. Y no solo para convertirse algún día en jefa del Estado y Reina de España, también para desempeñar con responsabilidad y compromiso, con empatía y sensibilidad, su actual rol de Princesa de Asturias. De hecho, la agenda de Leonor no solo irá creciendo progresivamente, también lo hará su representatividad.
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Pero además es la primera vez en su vida en que es tratada como una más, sin 'altezas' ni protocolos. 'Leonor' a secas en un colegio-castillo donde hará breves paréntesis para saltar del anonimato a la primera línea de los focos. La Casa del Rey ya confirmó que su formación será compatible con «el progresivo desarrollo de sus compromisos institucionales en España».
Eso sucederá sin ir más lejos en la ceremonia de los Premios que llevan su título por nombre y a los que asiste gracias a que la fecha de la gala encaja a la perfección con el calendario académico del UWC Atlantic College.
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Un regreso a casa de lo más esperado porque regresa Leonor de su internado y porque lo hace a un teatro Campoamor reinventado para la ocasión. En el patio de butacas faltará la mirada emocionada y orgullosa de Menchu, fiel a esta cita desde que doña Letizia contrajera matrimonio con el Rey. Faltarán las sonrisas porque permanecerán las mascarillas, pero prevalecerá la esperanza encarnada en los valores y la excelencia de cada uno de los premiados. Y triunfarán, como no, los aplausos a los que se sumará una princesa adolescente que crece y aprende con Asturias siempre como telón de fondo.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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