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El Campoamor abrirá de nuevo sus puertas para la ceremonia de los Premios Princesa. Aún con prudencia y el anhelo de recuperar una normalidad sin adjetivar. Después de un año difícil, el transcurrido tras una precavida entrega que solo el empeño de la Fundación en ... mantener su compromiso con Asturias hizo posible, los galardones regresan, aún con limitaciones, al teatro que forma parte de su identidad. Con toda su relevancia y casi como siempre, pero también necesariamente distintos. Con el mismo deseo que la sociedad asturiana tiene de mirar al futuro y sin olvidar lo que merece ser recordado, los galardones han recuperado sus actividades por toda la región y transformado de herrumbrosa fábrica de armas de Oviedo en una milagrosa factoría cultural. En la memoria de sus artífices quedará lo mucho que ha costado.
Los Premios Princesa han vuelto como símbolo de una Asturias dispuesta a seguir adelante para superar el duro golpe de la pandemia. Y tal vez más importantes. No solo por su capacidad de proyectar en el ámbito internacional a una región que ha luchado hasta la extenuación para afrontar la tragedia y que encuentra en ellos la mejor imagen para expresar su determinación de seguir adelante a pesar del enorme sacrificio que ha supuesto doblegar la dramática curva del coronavirus. Solo esto ya sería mucho, pero no es más que una parte.
El mensaje más importante de unos premios se encuentra en sus galardonados. En ellos encuentra la Fundación Princesa no solo los argumentos para construir una programación inalcanzable de otra forma para una región de un millón de habitantes, sino la posibilidad de concretar los valores que defiende como cimientos esenciales de la sociedad que trabaja por construir. Durante los últimos años, los Premios Princesa han sabido crecer, una edición tras otra, sin conformarse con ensalzar algún logro incuestionable en un determinado campo o aplaudir a una personalidad preeminente. Los galardones se han atrevido a ir más allá para conseguir que cada reconocimiento suponga una reivindicación de los nombres y los principios que merecen ser ensalzados y que la propia Fundación asume como propios. Gloria Steinem, que enarboló el feminismo cuando estaba fuera de casi todas las agendas; Marina Abramovic, una artista que se atrevió a abrir caminos que estimulan la inteligencia y desafían las convenciones; Amartya Sen, el economista que retrató los mecanismos de la pobreza; Teresa Perales, una deportista que ha hecho de su vida un ejemplo de superación; Emmanuel Carrère, un escritor tan poderoso como atrevido; los artífices de una vacuna que nos ha rescatado del abismo; un movimiento panafricano que lucha por la educación de las niñas; y José Andrés, un cocinero de Mieres que, cuando su incuestionable éxito le permitía vivir de las rentas, decidió que su mayor privilegio fuera una ONG para alimentar a quienes se encontraban en situaciones desesperadas desde el primer minuto, sin asumir los tiempos y las maneras de las organizaciones lastradas por sus propias estructuras.
Las trayectorias de los galardonados conforman el discurso con el que se expresan los galardones. Y a través de ellos, Asturias se dirige al mundo. En un momento en el que resulta más necesario que nunca.
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