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ANA RANERA
Viernes, 7 de febrero 2020
No existe allí lenguaje más poderoso que el que se impone en rasgos sobre el recuadro blanco que olvida las primeras temblorosas veces del pincel entre los dedos para establecerse con la decisión de un artista que ha roto cualquier convencional barrera a golpe de tinta y trazo.
El Centro de Normalización a través del Arte de la Fundación Vinjoy dio sus primeros pasos en el año 2015 para responder a la necesidad de dar rienda suelta a la creatividad de las personas con problemática de salud mental. No buscaban capacidades sino actitudes, gente dispuesta a dejar salir de sí una amalgama de contradicciones en una vida marcada por el estigma.
Cuando llegan allí los alumnos, cuentan las monitoras, lo hacen cargados de mensajes negativos sobre sí mismos. Una autoestima destruida por los golpes que no acarician la piel, pero que hacen heridas en el alma. «Aquí eligen cómo se quieren definir y tienen la capacidad para despojarse de muchos prejuicios que han tenido en otros contextos, pueden empezar de cero. Aquí son quienes quieran ser, algo que en el contexto familiar o en el clínico, a veces, es más difícil», explica Tania Ares. Así, en estos talleres, el dolor se palia y se aprende a convivir con las cicatrices que se dibujaron ya durante la infancia.
Este centro cuenta con dos programas: Origen y Recreando. En Origen dan rienda suelta los alumnos a la pintura y a las artes plásticas, mientras que en Recreando se forman para ser monitores y dinamizadores culturales, para pasar al otro lado y ser ellos quienes impartan las clases y a quienes sus recién estrenados pupilos admiren. «Vienen colegios y los chavales rompen el estigma, los ven como profesionales dándoles una clase y se olvidan de todo lo demás», afirma Judith.
En el taller, Ángel Ojeda escribe, concentrado, sobre el papel y cuenta, en voz alta, la historia de la agricultura. Hace memoria, «llevo unos tres años viniendo» y continúa dudando pensando a qué lugares iba antes de dejarse caer por allí. Ninguno le gustó tanto, «aquí tienen una mentalidad distinta, hay muy buen ambiente, nos saludamos todos en la cafetería», cuenta y da a un hola el valor que muchas veces se da tan por sentado que se levanta y huye. Mónica Granda no levanta la cabeza del folio en el que florece su acuarela, «yo llevo viniendo desde el principio», asegura y presume de las obras que ha ido haciendo en este lustro. Mientras tanto Andrés González vive su tercer día en esos lares, «todavía me estoy acostumbrando al roce con la gente», aunque ya charla con todos y empieza a dejar nacer a ese artista incipiente.
Para sacar, durante cinco años, esto adelante hacen falta cuatro profesionales para quienes el arte y lo social es un tándem fundamental para que la sociedad avance. Judith Tascón comenzó al mismo tiempo que lo hizo este centro, ella estudió Historia del Arte, aunque, rápidamente, se desvinculó de aquella carrera que le apasionaba para centrarse en el entorno social hasta que ambas vocaciones se unieron en Vinjoy y empezó a dedicarse al trabajo de sus sueños. «Perdona que me ponga repipi», se excusa, pero el brillo en los ojos delata la honestidad de sus palabras. «Aprendo todos los días algo nuevo, estoy en un entorno creativo que me hace estar pensando en cosas nuevas y en alternativas constantemente, eso es una gozada», relata. Y dice, entre risas, que su marido todavía no se explica cómo cada mañana sale de casa tan contenta a trabajar.
Con menos experiencia a sus espaldas, aunque la misma pasión, se afanan en su labor cada día Lucía Rodríguez y Tania. Lucía se ve en la historia de Judith. Ella nació vinculada al arte, aunque nunca perdió de vista que los trabajos sociales son los verdaderamente fundamentales, por eso se empezó a sentir realizada cuando hizo del arte social su modo de vida. Algo en lo que también coincide Tania, esta gallega, que lleva menos de un año en Vinjoy y que dejó atrás su vida lucense para desvivirse por hacer el camino un poco más agradable a quienes conocen su cara más hostil. «Aquí pones el foco en pequeños logros, no buscas grandes metas porque acabarías frustrándote y frustrándolos», dice, asegurándose «arropada y apoyada en cada decisión por mis compañeros».
Judith, Lucía y Tania vuelven al taller, al escenario testigo del arte que mana de quienes, hasta entonces, solo habían podido brotar respuestas a un mundo que castiga, margina y desvanece a los que han conseguido alzarse, reivindicarse y despojares de la etiqueta de unas enfermedades que merman más de lo que realmente afectan.
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