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Lesbiana, con dos hijos adoptados, pareja de una mujer asiática y nieta de un miembro de las SS. ¿Quién es Alice Weidel?

La líder ultraderechista alemana que aspira a todo

Lesbiana, con dos hijos adoptados, pareja de una mujer asiática y nieta de un miembro de las SS. ¿Quién es Alice Weidel?

No encaja en el perfil de una líder ultraderechista. Y, aun así, Alice Weidel ha hecho de su partido (AFD) la segunda fuerza de Alemania ante las elecciones del 23 de febrero. Ahora, tras revelarse que su abuelo fue miembro de la SS, solo quiere borrar las sombras del pasado.

Viernes, 24 de Enero 2025, 10:08h

Tiempo de lectura: 9 min

Alice Weidel ya apuntaba maneras desde la adolescencia. En el anuario del instituto donde estudió, sus compañeros comentaron sobre ella: «carácter dominante», «ambiciosa y decidida», «extremadamente asertiva hacia los demás, pero muy vulnerable», «arrogante»... Una joven señalaba que «no siempre es fácil ser su amiga», antes de asegurar convencida que «llegará lejos».

Más de dos décadas después, Weidel –lesbiana de 45 años y madre de dos hijos adoptados con una mujer nacida en Sri Lanka– es la candidata a canciller del ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). El partido, segundo en las encuestas, está abrumadoramente dominado por hombres –de sus 76 diputados en el Bundestag, solo 10 son mujeres–, al que se acusa, nada más y nada menos, que de ser heredero del nazismo.

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El peso de un abuelo nazi. Alice Weidel es nieta de Hans Weidel, miembro de las SS y juez militar durante la Segunda Guerra Mundial. La líder de AfD asegura que en su familia nunca se habló de aquello ni tuvo contacto con él.

Se puede decir de Weidel «que ha llegado lejos», aunque hoy defienda postulados que chocan con aspectos capitales de su propia biografía: que el derecho a la adopción se reserve a matrimonios heterosexuales, o que los extranjeros, 'remigración' lo llaman, sean expulsados de Alemania de forma masiva.

Sabe que la identificación de su partido con el nazismo es un obstáculo para su crecimiento. Decir que «Hitler era comunista» es parte de su estrategia para desviar la atención

Sobre el primer punto, Weidel sabe que criticar la homofobia de la AfD sería contraproducente para sus aspiraciones, y su modus operandi al respecto es claro: lo que molesta o puede dañar se ignora o, directamente, se oculta. Por eso, además de esquivar siempre el tema de su identidad sexual, nunca ha llevado a su pareja a actos políticos. Y eso que Brossard, directora de cine y televisión, se salvaría de la expulsión por la que lucha su amada, ya que, además de ser suiza de adopción y vivir en ese país, Weidel y la AfD solo quieren deshacerse de los inmigrantes ilegales, de los pobres, de los poco cualificados y de los criminales convictos.

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Un amor en los márgenes. Sarah Brossard, su pareja, nació en Sri Lanka y, adoptada por la familia de un pastor, creció en Suiza. Es autora de documentales sobre el sufragio femenino o los animales en peligro de extinción. Alice y ella tienen dos hijos adoptados.

Salvados estos 'escollos', la comunión con el resto de los postulados de la AfD es total, ya sea el desprecio a los musulmanes –rechaza dialogar con sus asociaciones–; la consideración de que, aunque ninguna estadística lo confirme, la inmigración aumenta la delincuencia –«como mujer, quiero poder tomar el último metro sin miedo»–; la salida de la UE y del euro –el dexit–; o la defensa de la «identidad» alemana, un concepto de lo más espinoso en el país que vio florecer al nazismo. Tratar de esconder esta herencia es, de hecho, el gran caballo de batalla de un partido con dirigentes que, de vez en cuando, lanzan comentarios no precisamente críticos con los seguidores de Hitler.

La propia Weidel lidia ahora con ese oscuro legado germano. Welt am Sonntag, edición dominical del diario Die Welt, reveló recientemente que su abuelo fue un líder local del Partido Nazi, miembro de las SS y juez militar durante la guerra. Weidel replica que, «debido a divergencias familiares», no sabe nada de él, porque nunca tuvieron contacto ni fue «tema de conversación» en su familia.

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El apoyo de Elon Musk. El 9 de enero, Weidel charló con Elon Musk en X. La entrevista está bajo la lupa de la Comisión por si vulnera las leyes de la UE al amplificar discursos de odio o fomentar la desinformación. El Gobierno germano tildó de «injerencia» un encuentro que, en tanto que publicidad electoral —«La gente debe apoyar a la AfD», dijo Musk—, podría considerarse como una donación ilegal.

Weidel sabe que la identificación de su partido con aquella ideología es uno de los grandes obstáculos para crecer... Y, por consiguiente, una de las grandes bazas de sus oponentes. «A pesar de ser una narrativa equivocada, si la repites con la suficiente frecuencia, la gente acaba creyéndosela», argumenta a modo de queja, aunque sea esta, precisamente, la estrategia más habitual de la ultraderecha para propagar sus mensajes. El último ejemplo: afirmar que «Hitler era comunista» en una conversación con Elon Musk en la red social X. Musk, por cierto, le dio la razón.

El contorsionismo dialéctico, el tacticismo y la creatividad siempre han formado parte del hacer político de Weidel. Y hasta ahora le ha funcionado. El propio Steve Bannon, exasesor de Donald Trump y figura clave en el resurgir de la ultraderecha, alaba sus formas: «Con líderes jóvenes como ella, tan articulados e inteligentes, al partido le irá bien».

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La primera de la clase. Weidel (a la izquierda, en una de sus pocas fotos antes de entrar en política) estudió Economía y fue la primera de su promoción. Luego trabajó en Goldman Sachs y en Allianz Global Investors, y realizó su tesis en el Banco de China. Es sobria en su forma de vestir hasta el punto de que es difícil verla sin su 'uniforme', de traje oscuro y camisa blanca.

Al fin y al cabo, su elección como copresidenta, en 2017, y ahora como candidata a canciller, en un partido marcado por la vehemencia de muchos de sus dirigentes, fue un movimiento clave para suavizar la percepción pública de su formación. Una estrategia que ya adoptaron los franceses de Reagrupamiento Nacional en 2021. Eligieron entonces como presidente a Jordan Bardella, un político de 29 años de fluida oratoria, habilidoso en redes sociales e hijo de inmigrantes, y el pasado junio ganaron la primera vuelta de las legislativas.

La estrategia para seducir a la clase media

En el caso de Weidel, su modulado tono de voz, su imagen cosmopolita, su conocimiento de los medios, su formación en Economía, su experiencia y competencia multinacional en el sector privado y su ordenado vestuario –pelo recogido, camisa blanca, traje de chaqueta y omnipresente collar de perlas– proporcionan a la AfD «un aura de respetabilidad burguesa de fuerte atractivo para los votantes de clase media más allá de su base tradicional de extrema derecha», en palabras del politólogo Hans Vorländer.

Weidel proporciona a la ultraderecha «un aura de respetabilidad burguesa de fuerte atractivo para los votantes de clase media», dice un politólogo alemán

Y lo cierto es que, con ella a la cabeza, la AfD no ha dejado de crecer. En 2017 el partido entró en el Bundestag, fue la quinta fuerza en 2021 y, ante las elecciones del próximo 23 de febrero, figura segundo en intención de voto. Sus opciones de gobierno son nulas, por el cordón sanitario de los demás partidos a la AfD, pero a medio plazo buscan convencer a buena parte de sus compatriotas de que no es tan fiero el león como lo pintan. En su biografía, de hecho, apenas hay señales de radicalismo. Su abuela, sin ir más lejos, abandonó a su marido nazi al final de la guerra y huyó con sus dos hijos desde su Leobschütz natal (parte de Prusia, hoy se llama Głubczyce y está en Polonia) al occidente de Alemania. Allí prosperó su padre, Gerhard Weidel, que en 1972 fundó una empresa de muebles de oficina, enseres y antigüedades.

Como ocurre con muchos desplazados alemanes, el recuerdo del éxodo obligado y los esfuerzos familiares por construirse una nueva existencia marcaron a la familia de Alice (Lille, en la intimidad), en especial el exigente carácter de su padre. Ella, de hecho, quiso estudiar Medicina, pero, dado el desprecio de Gerhard por las profesiones que no dependen del libre mercado, acabó estudiando Economía.

No le fue mal. Primera de su promoción, al poco de graduarse entró en Goldman Sachs. El banco de inversiones, señalado más tarde por su papel en la crisis financiera de 2008, era, dice: «El trabajo de mis sueños». Hoy, sus excompañeros no la reconocen en los vídeos de sus apariciones públicas: «¿Qué le pasó? ¿Quién es la verdadera Alice? –reflexiona un antiguo colega–. ¿La financiera o la populista?». Pasó más tarde por el gigante alemán Allianz Global Investors, donde, como en su primer empleo, tampoco aguantó más de dos años.

Los extremos son mujeres en Alemania

Representan hoy las posturas más extremistas de la política alemana. Una a la izquierda, con un partido que lleva su nombre, Alianza Sahra Wagenknecht, y Weidel al frente de la AfD, pero ambas coinciden en dos asuntos claves ante los comicios del 23 de febrero: cortar la ayuda a Ucrania y restringir la política migratoria. Weidel, eso sí, gana de largo en intención de... Leer más

En ambas compañías estuvo a las órdenes de un ejecutivo llamado James Dilworth. «Era impaciente e implacable al hablar de las consecuencias del euro para Alemania, pero tenía una mente aguda y me gustaba su sentido del humor –afirma–. Además, estaba muy cualificada; habría tenido grandes posibilidades con nosotros». Añaden otros excolegas que no parecía feliz en la industria financiera.

Se marchó al Banco de China (es una de las pocas políticas europeas que domina el mandarín), donde trabajó seis años y escribió su tesis, sobre el sistema de pensiones del gigante asiático. Lo hizo, curiosamente, con una beca de la Fundación Konrad Adenauer, entidad asociada a la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Angela Merkel, canciller durante 16 años, a quien Weidel responsabiliza «de la destrucción de Alemania».

Weidel, que defiende la reapertura del gasoducto Nord Stream para exportar gas ruso, critica a Merkel sobre todo por «sus políticas ecologistas» y el cierre de las centrales nucleares: «No hace falta ser muy listo para saber que un país industrial no puede funcionar solo con energía eólica y solar»; y por abrir las fronteras a los refugiados: «Arruinó nuestro país permitiendo la inmigración ilegal». Llegó a responsabilizarla incluso de la violación y asesinato de Maria Ladenburger, una joven de 19 años, a manos de un solicitante de asilo afgano.

Son posicionamientos lanzados cuando ya era parte de la AfD, aunque ya apuntara maneras mientras era becaria de la fundación de la CDU. Sus excompañeros la recuerdan por ser favorable a sacar a su país de la unión monetaria, por decir que en la economía social de mercado los pobres viven a expensas de los ricos o por considerar a los inmigrantes sin formación como «el clavo en el ataúd de nuestro sistema social». A su padre, además, uno de los primeros afiliados a la AfD, no le gustaba que su hija estuviera en aquel ambiente demócrata-cristiano. Weidel, por todo ello, renunció a la beca antes de tiempo y regresó a Alemania para seguir la senda política de su padre. La idea que le atrajo de la AfD, confesó, fue «su oposición al euro».

A medida que se acercaba al partido, sin embargo, su vida privada tomaba el sentido contrario al conocer a Sarah Brossard, convertirse con ella en madre de dos hijos y mudarse a Biel, una ciudad suiza de tradición obrera, alcalde socialdemócrata, y musulmanes y beneficiarios de asistencia social por encima de la media del país. Tanto que la UDC, equivalente helvético de la AfD, filmó allí una campaña bajo la pregunta: «¿Quieres una Suiza así?».

En 2018, sin embargo, al poco de ser elegida copresidenta de su partido, la familia trasladó su domicilio a Einsiedeln, localidad junto al lago de Zúrich con mayor renta per cápita y alcalde de derechas. Parece que allí, a semejanza de su partido, Weidel ha logrado construir su propia realidad.