Héroes ante el coronavirus | «La vida en los pueblos es más sana y más libre»
Paula Cristóbal, agricultora de la finca el Nocéu ·
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Paula Cristóbal, agricultora de la finca el Nocéu ·
Pese a la falta de salida de sus cultivos, no se arrepiente de cambiar su oficio de maestra por el campoP. A. MARÍN ESTRADA
Lunes, 4 de mayo 2020, 03:09
A Paula Cristóbal la crisis sanitaria del COVID-19 le ha servido para reafirmarse en que tomó la mejor decisión de su vida cuando hace cinco años decidió, junto a su pareja Antón, dejar la ciudad por la aldea y sus oficios de maestra ... y químico para dedicarse al campo. «Basta ver el mapa de los contagios para comprobar que en la mayoría de la Asturias rural el impacto de la pandemia ha sido casi testimonial, incluso en el centro. En Sariego, donde está la finca, solo hubo un caso al principio. En Nava, el 'conceyu' en el que vivimos, apenas ocho. En los pueblos ya estábamos confinados y ahora se evidenció que la vida aquí es más sana y más libre», afirma. Otro cantar han sido las consecuencias en su economía. Los mercados locales, como el de Pola de Siero, la principal vía de salida de los productos que cultivan, permanecen suspendidos y así seguirán, por lo menos, hasta la fase 1 en la desescalada de la cuarentena. «Nosotros aún tenemos recursos como internet para vender algo, pero la gente mayor, que son los más, están viendo perderse la producción sin remedio», detalla.
La antigua docente recuerda que la primavera en el campo asturiano «ye lo más probe. Tolo que tenía que espigar ya salió y hasta que llegue el verano ye'l tiempu de trabayar la tierra. La venta de plantón ye lo único que hay y lo que se lleva a los mercaos. Pa mucha xente ye'l momentu más importante de esta época. A mediaos de mayu va ser tarde ya pa poder plantar cultivos como la cebolla, el más tradicional», explica. Ella y su pareja intentan suplir las pérdidas abriendo un día a la semana su tienda en El Nocéu o repartiendo pedidos a sus clientes fijos: «Aunque ir llevárselo supone restar tiempo a sembrar y plantar, que ahora ye un auténticu no-parar. Así y todo, sin el mercáu, si antes nos compraban unas cien familias, ahora no llegan a cuarenta». Paula y Antón son los únicos trabajadores de la finca: «Eso fai que nos arreglemos, pero otros compañeros lo están pasando mal. Procuramos ayudarnos: si alguien tiene viveros con plantón, vamos sacándole parte en la tienda y los demás entre sus clientes habituales. Ya existían esas redes de colaboración y se están reforzando», apunta. Es uno de los aspectos positivos de una crisis, que ambos, padres de una niña de quince meses, creen puede servir para cambiar mentalidades: «Tuvo que pasar esto pa que la xente se diere cuenta de que en les ciudades viven en nichos y espero también que se replanteen el tipo de existencia que llevan o el modo irracional de consumo y trabajo. Creo que vamos a ver una 'invasión de urbanitas' en los pueblos». Está satisfecha de haber tomado ese camino en su día mientras la pequeña Dulia «corre por el prau con un calderín pa ayudar a plantar tomates», cuenta desde su casa en El Barru.
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