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La voz que inspiró a una reina

Menchu Álvarez del Valle, legendaria figura de la radio y abuela de la reina, fallece a los 93 años | Marcó una época en la radio y se convirtió en un referente para su nieta, a la que acompañó en los momentos clave e su vida

Miércoles, 28 de julio 2021, 04:06

No eran su eterno peinado ni su pelo blanqueado con el paso del tiempo, ni la profundidad de sus ojos de color indefinido, a veces grises a veces verdes como los montes de Sardéu entre los que decidió retirarse, lo que llamaba la atención de Menchu. Lo que de verdad la hacía eclipsar al resto era su voz. Si aparecía en algún acto público, sobre todo cultural, donde se prodigaba como apasionada de la lectura y los conciertos, y abría la boca aunque solo fuera para saludar sabías que Menchu había llegado. Cuando la conocí en su casa de la aldea riosellana de Sardéu, estaba con su marido fuera, sentada en un banco, sonriente. Vestían de manera informal, pero aún así resultaban elegantes. Ella, sin duda. Me acerqué a saludar y a pedir una entrevista sin aviso previo y me la concedió sin dudarlo. Estaba radiante. Hacía tan solo unos días que se había celebrado la boda entre don Felipe y doña Letizia, su nieta, y ella había leído en el altar la carta de San Pablo a los Corintios. Conversamos sobre ese momento. No sintió nervios ni siquiera padeció la presión de un momento tan crucial, histórico, incluso, porque era consciente de que en su voz tenía una arma poderosa que no le iba a fallar. Y así fue. Su lectura nos estremeció a todos aunque su mensaje iba dirigido a una sola persona, a su nieta. Para recordarle, como me contaría en esa ocasión, que «aunque seas el hombre más multimillonario del universo si no tienes amor no tienes nada».

Para Menchu, la voz no era una herramienta sin más. Cultivarla, tratarla, educarla formaban parte de un modo de vida. Era un hábito familiar. Una obsesión. Su hermana Marisol es, de hecho, una gran experta en locución y comunicación oral y la Reina, también excelente comunicadora, tiene especial empeño en que sus hijas Leonor y Sofía dominen lo que en esta rama de la familia consideran un verdadero arte. Pero no solo eso, también trabajar para conseguir un lenguaje bello, rico y amplio era una preocupación constante de Menchu, sabedora de que la palabra es capaz de cambiar la realidad y mover montañas. La 'abuelina', lo que de verdad le gustaba ser en estos últimos años, dominaba el castellano y el don de la conversación. Quizás por todo ello Menchu no fue una radiofonista más y su paso por las ondas dejó huella entre sus oyentes, entre sus compañeros.

Su segunda gran obsesión fue el amor. El amor a su familia, a su marido, a la tierra, Asturias, que la acogió desde su Cantabria natal y donde ancló su vida: «Yo también antepuse el amor a todo lo demás como hizo mi nieta». Ocurrió en sus años de locutora, cuando un productor venezolano le hizo una oferta laboral difícil de rechazar. Menchu lo hizo. «Quise quedarme y cuidar de mis tres hijos y estar con mi marido». Recuerdo estas declaraciones porque ayudan a describir al personaje. Y ayudan a entender por qué, poco a poco, con el paso de los años, Menchu, tan popular, tan conocida y una de las invitadas ineludibles de los actos sociales ovetenses, fue echándose a un lado para no interferir, para no llamar la atención por ser la abuela de la hoy Reina de España. Su presencia se fue espaciando cada vez más, sobre todo desde la muerte de su nieta Erika, lo que supuso un zarpazo difícil de remontar y que despertó a los Ortiz de un sueño demasiado bonito.

Menchu hizo pocas alusiones a aquel fatídico momento. Tampoco habló nunca en los medios de comunicación de su hija Cristina, fallecida de un cáncer. Guardaba para sí esas tristezas, como supo también quedarse con lo mejor de esos días en que pasó de ser Menchu, la de la radio, a convertirse en la abuela de la Princesa de Asturias, entonces, hoy Reina Letizia. O cuando vio debutar a su bisnieta Leonor en los premios que llevan su nombre. Quizás en esos contados momentos que muy pocas personas protagonizarán jamás perdió, quien sabe, por un instante su voz. En eso, en saber gestionar lo que haya de venir radicaba, dijo, el éxito de llegar a los 93 con su memoria privilegiada y su lucidez: «El secreto está en amar la vida, con sus alegrías y sus tristezas». Y así lo hizo hasta el final, orgullosa de haber sido siempre la inspiración de una Reina, a la que, por cierto, ella ya admiraba desde mucho antes de llegar al trono. «Guardaba todos los recortes de lo que se publicaba de mi nieta; imagínate ahora con esta noticia...No cabríamos en casa», recordaba aquella tarde en Sardéu en que apenas habían pasado unos días desde que su voz llenara la Catedral de la Almudena en la boda del año.

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