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Margarita Salas nació el 30 de noviembre de 1938 en el pequeño pueblo costero valdesano de Canero, a 10 kilómetros de Luarca, en el seno de una familia acomodada. Un pueblo donde tienen su casa-solar los Salas, en el palacio de ... Llamas, y que da nombre al título nobiliario de marquesa que recibió en 2008. Al acabar la guerra, cuando apenas había cumplido un año, se trasladó junto a su familia a Gijón. Su padre, el doctor José Salas Martínez, psiquiatra y neurólogo de prestigio, abrió un sanatorio de enfermedades nerviosas y mentales en el número 161 de la entonces avenida del General Mola (hoy carretera de Villaviciosa) frente a la plaza de toros de El Bibio y las cocheras de la Compañía de Tranvías. En esa casa alquilada a los Nespral se crió Margarita. En el exterior, el centro contaba con un jardín con una cancha de tenis en la que la científica desarrollaría su gran afición hacia este deporte.
La bioquímica guardaba recuerdos muy agradables de aquellos años en El Bibio. Vivía con sus padres y sus dos hermanos en la primera planta del sanatorio psiquiátrico. Todos ellos convivían con los pacientes que no eran agresivos y los pequeños incluso jugaban con ellos. De ahí una anécdota que se contó en Gijón durante mucho tiempo, que acabó convertida en leyenda urbana y que realmente nunca llegó a suceder. Una anécdota sobre un día en que varios pacientes del sanatorio mental estaban jugando al fútbol en la terraza del jardín y se les cayó el balón al recinto de la plaza de toros. Según el relato ficticio, cuando fueron a buscar la pelota les dijeron que no se la devolvían y entonces ellos replicaron que la próxima vez que se cayera un toro en la terraza del sanatorio se quedarían con él.
De su etapa gijonesa de niñez y adolescencia también destaca su «feliz» paso por el colegio de la Asunción. Entró en este centro a los tres años y prosiguió allí sus estudios hasta finalizar los seis años de bachiller.
En los orígenes de su amor por las ciencias tuvo mucho que ver una monja, la madre Gloria, que era licenciada en Ciencias Exactas y sus clases de matemáticas marcaron para siempre a la científica, como reconoció cuando ejerció de pregonera del centenario del colegio gijonés en 2007. Aunque el centro también daba una formación muy completa en humanidades en el curso preuniversitario que debía hacer para acceder a la universidad, se vio obligada a elegir y se inclinó por las ciencias. Le parecían más interesantes.
La insigne investigadora coincidió en su época estudiantil con otras alumnas que, con el paso del tiempo, también destacaron en sus respectivas carreras profesionales. Entre ellas, la exalcaldesa de Gijón, Paz Fernández Felgueroso, y la que fuera madre superiora de la congregación de las asuncionistas, Asunción Quirós. Las tres vivían en el mismo barrio y trabaron una fuerte amistad que perduró toda la vida. De hecho, estas dos mujeres estuvieron presentes y acompañaron a la investigadora en momentos importantes de su trayectoria académica y profesional, como cuando ingresó en la Real Academia Española de la Lengua en diciembre de 2001.
Por lo que se refiere a su formación, los padres de Margarita Salas siempre tuvieron muy claro que sus tres hijos tenían que hacer una carrera universitaria. Por ese motivo Margarita y su hermana María Luisa no sufrieron ningún tipo de discriminación respecto a su hermano varón, José. Al acabar sus estudios en la Asunción, le llegó la hora de escoger carrera y no acababa de decidirse entre las Ciencias Químicas y la Medicina. Así que optó por ir a Madrid para estudiar un curso selectivo que le valdría para ambas. Este contaba con cinco asignaturas (Física, Química, Matemáticas, Biología y Geología) que había que aprobar para seguir la carrera de Química. Para hacer la de Medicina, en cambio, no hacía falta superar la Geología, asignatura que a Margarita no le entusiasmaba. Así y todo, la estudió la noche antes del examen y la aprobó.
Abierta la posibilidad de cursar ambos estudios, finalmente se decidió por la Química, lo que fue una buena elección puesto que muy pronto se dio cuenta del entusiasmo que le generaba pasar horas en el laboratorio de Química Orgánica. Tanto es así, que al terminar el tercer curso pensó que su futuro podría ser la investigación en esta materia. Salas ha afirmado en diversas ocasiones que «la vocación científica no nace, se hace», y la suya surgió en aquella época. A las puertas de un verano que le cambiaría la vida.
Margarita conoció a Severo Ochoa comiendo paella en Gijón. Su padre, primo político y compañero de la Residencia de Estudiantes de Madrid del científico y premio Nobel de Fisiología y Medicina, le había invitado a comer. Durante el almuerzo, Severo Ochoa les propuso acompañarle a una conferencia que daba al día siguiente en Oviedo y aceptaron encantados. La charla, que versaba sobre su investigación, dejó fascinada a Margarita y despertó su atracción por la bioquímica. Todavía no la había dado en la carrera, puesto que se impartía en cuarto curso, pero al transmitirle a Severo Ochoa su interés, este le dijo que le enviaría un libro de bioquímica cuando llegase a Nueva York y así lo hizo. Y lo que sigue, como se suele decir, es otra historia que forma parte de la brillante carrera de la que está considerada como la investigadora más influyente y laureada de la ciencia española, impulsora de varias generaciones de científicos e introductora, junto a su marido y padre de su hija Lucía, Eladio Viñuela (con quien se casó en 1963 el mismo año en que se doctoró), de la biología molecular en España. También pasará a los anales como la creadora de la patente más rentable de la I+D+i en España.
Tenaz, meticulosa, honesta, exigente y con una capacidad de trabajo fuera de lo común, la bioquímica asturiana siempre fue un ejemplo para sus discípulos, a los que pedía absoluta dedicación, pero a los que defendía con fe ciega.
Sus más estrechos colaboradores en el Centro Nacional de Biología Molecular aseguran que ella siempre decía que quería morir con la bata puesta. Ella, que siempre rechazó las comparaciones con Marie Curie, afirmaba que quería dejar este mundo como la neuróloga italiana Rita Levi, que con 100 años iba todos los días al laboratorio.
A pesar de residir en Madrid tuvo siempre una gran implicación social con Asturias y mantuvo estrechos vínculos con la Universidad de Oviedo. Era miembro del Patronato de la Fundación Cajastur-Liberbank.
Salas ha muerto durante la celebración de la Semana de la Ciencia, su gran pasión. En muchos de sus colegas sobrevuela una cierta decepción, la de que Margarita Salas no fuera premiada en vida con el Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica, para sumarlo a su gigantesco palmarés de distinciones . Este reconocimiento, del que fue eterna candidata, le hacía especial ilusión recibirlo y tenerlo por entregarse en la tierra de la que tan orgullosa se sentía y que tanto amaba.
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