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AZAHARA VILLACORTA
oviedo.
Jueves, 2 de abril 2020, 01:16
«Doble negativo». Enrique Ortea (Oviedo, 42 años) acaba de recibir una de las mejores noticias de su vida condensada en esas dos palabras, dos pruebas que le han confirmado que ha sobrevivido al coronavirus: «Me han dado el alta médica tras diez ... días hospitalizado en el HUCA y otros catorce aislado en casa. He superado la enfermedad y me siento muy afortunado», contaba ayer casi eufórico desde su piso en la calle de La Lila, pero todavía con una sombra de pesar en la cara «por haber perdido a gente muy querida».
Atrás deja este profesor que fue uno de los primeros diagnosticados en Asturias «una pesadilla». «¿Sabes esos sueños que son tan reales que, cuando te despiertas, tienes una auténtica sensación de alivio? Pues eso fue lo que sentí durante mucho tiempo».
Las alarmas saltaron el domingo 8 de marzo, «con un poco de tos y de temperatura». «Sabía que habían empezado a tener síntomas algunos compañeros del trabajo, pero no fue hasta ese día cuando uno de ellos fue al hospital y consiguió que le hiciesen la prueba. Dio positivo», relata este hombre que cree que, «en esos momentos iniciales, en los que se decía que esto era poco más que una gripe, tendría que haber habido más información y más precauciones. Me acuerdo de que el hijo de un compañero llegó de Italia de viaje de estudios como si tal cosa. Y, como él, decenas de aviones y barcos cargados de gente. Y nadie hacía nada».
De haber sido así -defiende Enrique, que enseguida llamó al 112 «y en dos minutos se presentó una ambulancia en la puerta»-, no hubiese ocurrido lo que le pasó a él: «Contagié a mi hija, a mis padres y mi abuela, que finalmente falleció con 96 años. Curiosamente, a mi mujer, no».
En total, han sido quince las personas de su familia infectadas por distintas vías. Y eso es algo que Enrique lleva muy dentro: «Creo que aún hay momentos difíciles que están por llegar, porque todavía no hemos podido hacer el duelo. Momentos como ir al trabajo y ver la silla de nuestros colegas vacía, porque en mi caso uno de ellos también falleció, o llegar a casa de tu abuela y darte cuenta de que ya no está».
Ella se fue «en casa y en paz, porque era muy creyente y murió rezando», pero no tuvo funeral ni velatorio ni el beso de su nieto. «Es muy duro. Así que yo creo que todos los que se han quedado en el camino deberían recibir un enorme homenaje cuando todo pase. Se lo merecen».
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Entre lo positivo, se queda con «la labor encomiable» de los profesionales sanitarios, «con la alegría que intentaban transmitirte a pesar de las dificultades. Con gente que me trataba como si fuese de su familia. Y eso es muy de agradecer. Y con todas las personas que te quieren y se preocupan por ti, verdaderos amigos».
Así que, «tras haber superado la primera fase, de negación», de «esto no puede estar pasando», ahora Enrique al fin ha entrado «en la de aceptación» tras aprender lecciones para siempre como que «pensamos que nuestra vida está asentada sobre unos cimientos muy fuertes, muy resistentes, pero, cuando vivimos situaciones así, nos damos cuenta de que nuestro futuro es un castillo de naipes. De que, de un día para otro, se puede derrumbar». Y lo ha hecho para lanzar un mensaje de «responsabilidad para con nosotros mismos y con los demás y de aliento»: «Estamos en un camino que solo tiene una dirección. Cada día que pasa es un paso más hacia la meta. Y estoy seguro de que esto es una carrera de fondo que vamos a ganar juntos». Él ya solo sueña «con volver a la rutina». Cuanto antes.
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