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Riopedre llegando al juzgado en una imagen de archivo. A. P.
'Caso Renedo' | El final que nadie quería

'Caso Renedo' | El final que nadie quería

Las acusaciones ven corta la lista de condenados del 'caso Renedo', los jueces creen que el proceso tardó demasiado y los condenados siguen repitiendo que otros actuaban como ellos

RAMÓN MUÑIZ

Lunes, 14 de octubre 2019, 02:10

Allí donde un preso de dos metros reventó a puñetazos a otro y Gonzalo Montoya amaneció con una sobredosis en la que los médicos vieron muerte, en el sitio en el que 'Tomasín' cultivó un huertecillo tras descerrajar dos disparos que desangraron a su hermano, allí, en la cárcel de Asturias, cumplen su primera semana los hombres con mayores condenas del 'caso Renedo'. Son José Luis Iglesias Riopedre, Víctor Manuel Muñiz y Alfonso Carlos Sánchez. Dos jubilados y un empresario sin empresa. Ellas, Marta Renedo y María Jesús Otero, las damas de esta historia, prefirieron echarse a la carretera, poner 300 kilómetros de distancia y empezar a saldar su pena en la prisión de Zaballa (Álava).

Son una excepción en el sistema. Las estadísticas oficiales dicen que en julio había 113 presos por delitos de corrupción en todo España. Suponen el 0,19% de la población reclusa y hay jueces a favor de darles un trato distinto. La Audiencia de Málaga, por ejemplo, internó a Isabel Pantoja con una condena de dos años y sin antecedentes. En otras situaciones, ese expediente basta para suspender el castigo. A la tonadillera los togados le explicaron que como los ilícitos de corrupción «suponen uno de los ataques más demoledores que puedan infringirse a una sociedad democrática», a la hora de tratar con quienes los cometen «debe primar por encima de todo la función de prevención general». Sí, la Constitución especifica que las condenas «estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social», pero la Audiencia de Málaga opone que con la corrupción la prioridad es «intimidar a todos aquellos ciudadanos que pudieran sentirse tentados» a repetir las fechorías. En Asturias, Podemos anda esgrimiendo ese criterio para pedir que en los próximos días entren también en prisión otros dos empresarios ligados al 'caso Renedo' con sentencias entre los ocho meses y el año de privación de libertad.

Decía Séneca que «nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía» y por eso hoy nadie está conforme. Lo que comenzó como un escándalo en el manejo de fondos públicos ha terminando destapando otras ineficiencias. A jueces y fiscales les frustra haber necesitado nueve años y medio para lograr la primera sentencia en firme. A las acusaciones se les hace corta la lista de condenados y se duelen de las barreras levantadas en este tiempo contra la recuperación de los caudales públicos perdidos. Hay 35 personas que fueron imputadas en la mayor trama de corrupción que llega a juicio en Asturias para quedar al final libres de sospecha y marcados por los perjuicios sufridos. Al menos tres perdieron su empleo.

Todos se quejan pero la mayor carga la reserva el proceso para los condenados. Tras 2.920 días soportando la investigación el lunes empezó la pena de verdad. Llegaron a prisión, donde fueron cacheados, fotografiados, tomadas sus huellas. En el módulo de ingresos el psicólogo, trabajador social y médico los sometió a evaluación. «Es un sitio pequeño, de paso, con 22 celdas y un poco claustrofóbico. Te preguntan si alguna vez tuviste ganas de matarte. Estás allí mirándolo todo, con gente que acaba de entrar y está pasando el 'mono'», recuerda un exrecluso que pisó el mismo lugar. Para ellas las primeras horas son «más duras; vas directamente al pabellón de mujeres, en el módulo 10, y ahí estamos todas mezcladas. Las preventivas con la gente que violó o mató a sus hijos, las de la droga, estafadoras, preventivas... Es un sitio donde todo lo que puedas aprender te hace peor», describe ya en libertad una excarcelada. «Las que parecen más normales, rectas, educadas y con una posición alta en el andar y vestir, parece que no han hecho y tienen los peores delitos», anota.

Un regalo envenenado

El temor a ese pabellón es el que ha llevado a Otero y Renedo, cada una por su cuenta, a emprender el camino de la prisión alavesa. Está a medio ocupar y eso permite distanciar mejor a las que arrastran delitos de sangre de las de 'cuello blanco'. En el resto, las limitaciones son comunes. Tienen diez llamadas a la semana, de ocho minutos de máximo. El fin de semana a través de un cristal hablarán con cuatro familiares como mucho, no más de 40 minutos. El régimen concede dos vis a vis al mes, un regalo envenenado.

«Son los peores días», cuenta el recluso. Es un tipo grande, que lo mismo asegura haberse pegado «más de 3.000 veces en la calle» como se atraganta recordando esos encuentros. «El que viene no te cuenta lo mal que lo está pasando, trata de darte ánimo, y cuando se marcha y ves cerrarse la puerta te quedas en soledad. Cuando vienen los niños te sientes mal de verdad, y esa, al final, es la mejor terapia», relata. Observar a una madre honesta meterse kilometradas a su edad, entrar en la cárcel y dejarse cachear, todo con tal de dar ánimo a su hija acaba provocando que «quieras que no vengan», completa ella.

No es el final que querían las acusaciones, pero tampoco los condenados. Todos siguen convencidos de su inocencia, o al menos, de que no estaban haciendo nada que no hubieran visto hacer a otros. El Tribunal Supremo les ha dejado como únicos culpables de un caso que cree fue algo más. Se desviaron fondos públicos pero además la sentencia ve probado que «se implantó de facto un sistema de adjudicación» paralela que «afectaba a todo el sistema de la comunidad autónoma». La trama de «corrupción ha afectado tanto al ámbito de la administración pública como a una parte del tejido social», indica. Todo ello porque el cohecho perpetrado no supone solo dictar resoluciones injustas a sabiendas, sino que además mancha el «prestigio» de la función pública y «de los funcionarios que la desempeñan, a quienes hay que mantener a salvo de cualquier injusta sospecha de actuación venal».

El cargo que se les recrimina, creen ellos, es demasiado grande como para haberlo cometido solos. Dos de ellos aseguran tener pruebas que incriminarían a terceras personas, y hay quien incluso lo ha puesto ya por escrito, esperando la ocasión. De momento se les ha recomendado que entretengan la condena con otra cosa, que lean, que oigan la radio, que se apunten a los talleres. Pero si algo ofrece la cárcel, son muchas horas para pensar en ese botón rojo.

El conflicto está servido y provocará que terminen de reconocer al que tienen ante el espejo. ¿Son las víctimas que creen ser o los delincuentes que han descrito la fiscalía, la Audiencia Provincial y el Tribunal Supremo? ¿Iglesias Riopedre fue uno de los hombres que facilitó la legalización del PCE y que más hizo por la escuela pública o el padre que desoyó a los técnicos de la consejería para promover las obras de geotermia para promocionar a su hijo? ¿Otero es la mujer que lograba que los institutos arrancaran el curso sin obras de por medio y reunía fondos para obras de caridad o esa mandona que forzaba a los proveedores a financiarle a ella y a los suyos lujos que triplican los 130.092 euros que tiene de asignación anual la Reina Letizia, como oponen los técnicos de la Agencia Tributaria?

Once horas en la celda

La cárcel da tiempo para reflexionar. Son once las horas que los reos pasan encerrados en la celda, habitualmente con otro preso. A las 8 el vigilante levanta la mirilla de la puerta para verificar que siguen ahí, y los recuentos se reproducen a las 14, 16.30 y 21 horas. La comida, cuentan, «no es mala en la cárcel de Asturias... En otros sitios no se puede ni tragar. Lo peor aquí es que se repite siempre. Hay pescado cada dos días, el sábado pollo, el domingo tortilla».

Han entrado con un máximo de 44 prendas, algo que «cabe perfectamente en una maleta. Piensa que el pijama ya son dos y el calzado cuenta», explican los exreclusos. Todo ha sido registrado para asegurar que nadie esconda móvil, internet, cuchillos. El centro facilita cuatro rollos de papel higiénico al mes, dos o tres cuchillas de afeitar, un cepillo cada seis meses y una botella de lejía para que se ocupen de limpiar la celda. El bote de gel y el 'calderu' han de aprovecharlo para su higiene pero también para lavar ellos esos calcetines y ropa interior que no aceptan en lavandería. De la pasta de dientes se recuerda que «muchos la usan para pegar a la pared fotos. Es increíble, apenas se deshace», recuerdan. Para lo demás tienen el economato, una especie de tienda de ultramarinos, con latas de conserva, café a 20 céntimos (32 con leche) y un límite de gasto controlado por la dirección.

Toca compartir colas, patio, comedor y celda con otros delincuentes. La experiencia, cuentan quienes han pasado por ella, arranca con una fase de observación. «Miras quién es el que anda pidiendo, el que se mete, tratas de dejar las cosas claras para que no te las busquen». Dicen los que han pasado años en prisión que «los presos somos los peores vigilantes para los presos». En su memoria hay peleas para robar el tabaco, palizas por no pagar una deuda, musculitos que deciden cuándo te dejan pasar...

Es cierto. Hace una década los cinco condenados vivían bien, frecuentaban restaurantes caros, viajaban. Eran respetados y premiados. Desde que la magistrada Ana López-Pandiella lanzó la redada que sacara a la luz pública el caso, han ido descendiendo escalones. Se les embargaron los bienes y ahora empezará el proceso para incautárselos de forma definitiva hasta que salden unas multas e indemnizaciones notables. Los pagos que ya tienen en ejecución o recurso suman 9,18 millones; la factura está a la espera de que el Principado diga cuánto les reclama, y una magistrada cierre la investigación que sigue avanzando por un supuesto fraude de cuatro millones más en Educación.

Todas esas penalidades han sido una antesala para la cárcel, la estación por ahora final, el último capítulo de una historia que ahora vuelve al principio. A Víctor y Alfonso se los ha ubicado en uno de los módulos de la Unidad Terapéutica y Educativa (UTE), esa otra cárcel posible que impone rutinas exigentes en pos de la reinserción de los presos. Su suerte es que exista y que ahora, tras dos legislaturas de conflicto, el espacio vuelva a recuperar su esencia.

La cosa empieza allí con una carta de presentación en la que cada uno debe hacer repaso de su vida, desde el principio, tratando de identificar cuánto se torcieron las cosas. Por qué demonios Víctor, aquel chaval que empezó a trabajar a los 13 años de aprendiz y luego descubrió la libertad del vendedor, ha terminado aquí. Qué error hizo que Alfonso haya encontrado la perdición en la empresa que su padre le legó y que él trataba de expandir. Una vez escrito el documento el preso se ve con el resto de reos y debe leérselo, en voz alta, dejando que le comenten, interrumpan, reprochen. Si la mayoría cree que no ha sido sincero y tiene cosas que reflexionar, deberá repetir la redacción.

Hay margen.

A Renedo le han caído nueve años, Víctor, José Luis y María Jesús rondan los cinco y a Alfonso dos años y ocho meses.

Queda tiempo para seguir buscando y entender por qué terminaron aquí.

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