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JUAN CARLOS ABAD
SALAS.
Sábado, 16 de noviembre 2019, 02:41
Las fuertes lluvias registradas en toda Asturias tuvieron su efecto más grave en el pueblo salense de Villazón, en el que los más de 70 litros por metro cuadrado que cayeron el jueves se sumaron a las lluvias de la madrugada de ayer para generar sendos argayos. El primero, registrado a las cinco de la mañana, impactó contra dos viviendas junto a la carretera N-634, causando numerosos daños materiales en una de ellas. El segundo, dos horas más tarde, arrastró todo lo que encontró a su paso para reducir a escombros una nave agrícola en la que se resguardaban doce ovejas y dos cerdos, que murieron. Pese a la devastación, afortunadamente no se registraron daños personales.
José Díaz Arias, jubilado fabril de 71 años y Amparo García, de 73 y antigua dueña de un bar, dormían plácidamente cuando el monte se les vino encima. «Un bombazo. Mi mujer pensó que la casa se caía entera», explicó Díaz, horas después, guarecido en una bajera cercana junto a familiares y vecinos. «Salimos en pijama como pudimos, el susto de Amparo fue tremendo», añadió. Pese al estruendo y la avenida de materiales, el daño en su vivienda se limitó a desperfectos en el alero de la terraza.
Peor suerte corrieron sus vecinos que, pared con pared, conocieron la noticia en su domicilio de Viesques. «Hemos pasado los cuatro meses de verano aquí, pero el frío nos echó la semana pasada y regresamos a nuestra casa de Gijón», relató José Antonio Álvarez junto a su mujer, Josefina Rodríguez, propietaria del inmueble familiar donde guardaba los recuerdos de su niñez ayer arrastrados por el barro y los escombros del muro que venció en la trasera de la vivienda. «No creo que podamos recuperar nada, el agua que sigue cayendo va directa a los cimientos», indicó. En el pueblo estiman que el tajo efectuado en el monte durante las obras de la autovía a La Espina, que evoluciona sobre la rasante del monte derrumbado, «ha cambiado la salida natural del agua», según explicó Lidia Díaz, familiar de los afectados.
En el monte vecino de La Fenosa, la familia de Ramón Borra, de 67 años, volvió a nacer. La tremenda avenida de agua y fango que se llevó por delante la nave de cincuenta metros cuadrados donde guardaban maquinaria y un pequeño rebaño de doce ovejas y dos cerdos destinados a la matanza, bien podría haber elegido un camino distinto y arrastrar, en cambio, la casería donde Ramón vive con su esposa y su suegra.
No hallaba palabras Borra mientras familiares y empleados del Ayuntamiento intentaban abrir el acceso a la finca, convertido en un río. «Lo importante es que deje de llover», decía su hija, Ana Belén, ante el amasijo de hierros de la cubierta derrumbada. «Se llevó la nave como se podía haber llevado a mi padre, mi madre y mi abuela; es casi un milagro», anotó junto a los destrozados arados y enganches de los tractores apilados junto a los restos de los animales.
«Esto es el trabajo de muchos años y de dos generaciones. Por fortuna, los tractores, que están en otra nave y las vacas se han salvado». «Aquí nos levantamos temprano para ordeñar y fue mi madre la que vio cómo se lo llevaba todo por delante y se metió rápido para adentro», relató Ana Belén Borra, cuyo hermano Gustavo está al frente de la ganadería familiar.
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