«Ardieron hasta las mangueras»

Ni un alma en el pueblo de Larón, tampoco en La Viliella. Sus vecinos fueron desalojados la noche del domingo. El humo allí concentrado hizo imposible respirar. «Jamás se nos pasó por la cabeza que nos desalojarían», cuenta Desiré González desde la casa que su familia tiene en Moal, donde han pasado la noche. Afirma que cuando les avisaron de que tenían que abandonar las viviendas, se les pasó de todo por la cabeza. «En ese momento, coges lo más necesario: algo de ropa, dinero...». Junto a ella se encuentra Manuela Álvarez, con casi un siglo a sus espaldas e incapaz de recordar un episodio similar. Marisol García, también vecina de La Viliella, no puede reprimir las lágrimas: «Tememos por la casa. A mis padres se les quemó una vez cuando era una niña y no quiero que se repita la historia. Es muy triste», relata. Afortunadamente, no han pasado ni 24 horas y todas las familias desalojadas en Larón, La Viliella y Gillón han podido regresar ya a sus casas.

A apenas unos kilómetros se encuentran los vecinos de Fondos de Vega, en el concejo de Degaña. Las llamas aún siguen formando parte del paisaje del pueblo; también las mangueras, el humo, las piedras que no dejan de caer en la carretera... «Toda la noche estuvo rumbando el aire y se escuchaba como crujían los robles que ardían en el monte», explicaba Delia García, nacida en Larón, pero casada en este pueblo degañés que ya suma cuatro días sin teléfono.

Pero la situación en Degaña también se ha complicado en otros puntos del concejo. No hace falta irse muy lejos. En Tablao, la madrugada del domingo fue complicada y los vecinos se vieron obligados a recurrir a mascarillas para poder respirar. A media mañana, al pueblo llegaban una decena de voluntarios procedentes de Cerredo para «echar una mano a esta gente». Se referían a los vecinos que habían partido de madrugada a tratar de sofocar las llamas. No habían bajado aún. Estos 'refuerzos', armados con botas, guantes, mascarillas y una mochila con agua, salieron en su ayuda. Rosa Rodríguez, madre de uno de los vecinos, les había preparado una nevera con bebida fría y bocadillos. «Hay que fijar prioridades, si se hubiese extinguido en su momento, no estaríamos así», dice.

En Seroiro, Ibias, la noche fue más tranquila, al menos para sus habitantes. Lo peor se encontraba en el alto de Valvaler, que ardía sin cesar. En el Pozo de las Mujeres Muertas, sin saber aún qué hacer con sus 600 cabras bermeyas, se encontraba Rubén López, ganadero de Villanueva del Valledor. «Las saqué del fuego a las dos de la mañana en la zona de Cendal», explicaba.

En Allande, la peor parte se la llevaron en San Salvador y en Cornollo. En el último, las llamas tocaron a la puerta de dos viviendas en ese momento deshabitadas, cinco paneras y dos garajes, uno de ellos con maquinaria agrícola valorada en 20.000 euros.

La entrada al pueblo ya da testimonio de la trágica noche que han vivido los vecinos. El pueblo se han quedado reducido a escombros. José Manuel Pérez, ganadero de Cornollo, se ha abrasado las manos intentando salvar la maquinaría que guardaba en un garaje devorado por las llamas. Apenas puede mantener abiertos los ojos por el daño que ha sufrido en la vista.

«Me metí en el fuego dos veces: para sacar la maquinaria y para evitar que se asfixiasen las vacas», explica. «Ardieron hasta las mangueras» con las que luchaban contra el fuego. Ninguno de los tres vecinos que viven allí de forma continua logró pegar los ojos.