Antony Beevor Historiador experto en guerras «Ucrania marcará el siglo XXI, como la Revolución rusa marcó el XX»
A punto de cumplirse un año de la invasión de Ucrania, nada mejor que charlar con el gran historiador de la guerra Antony Beevor. Porque, como él mismo dice, «para entender el futuro hay que conocer las etapas más peligrosas del pasado, que son las más instructivas».
Cuando está próximo a cumplirse un año del comienzo de la invasión rusa de Ucrania, nada mejor que hablar con sir Antony Beevor (Londres, Reino Unido; 76 años) para hacer balance de una guerra que se ha enquistado en el corazón de Europa. Beevor es el cronista de conflictos bélicos que ha cosechado más lectores en el mundo, aunque pocos saben que fue militar antes que historiador. Y que fue destinado a una división de la OTAN estacionada en Alemania en plena Guerra Fría. Así que tiene un conocimiento muy profundo de la máquina de guerra rusa. Además, es uno de los pocos historiadores occidentales que pudo asomarse a los archivos secretos del Kremlin durante los años noventa, hasta que Vladímir Putin prohibió el acceso. Beevor viene de publicar Rusia. Revolución y guerra civil, 1917-1921 (Crítica), uno de los acontecimientos editoriales de la temporada. Atiende a XLSemanal en plena gira mundial y con las maletas preparadas para viajar al festival literario de Jaipur (India), a pesar de que está siendo tratado por un mieloma múltiple, un tipo de cáncer de médula ósea.
XLSemanal. La guerra se ha instalado en Europa. ¿Hasta cuándo
Antony Beevor. No se puede predecir el curso de una guerra. Pero las partes no negociarán si ambas piensan que pueden ganar. Y Putin necesita ganar para sobrevivir.
XL. ¿Estamos viendo en Ucrania cómo serán las guerras del futuro, con el uso de drones, inteligencia artificial, ciberguerra…?
A.B. Solo en parte. Las batallas se parecen más a las de la Segunda Guerra Mundial: la artillería rusa machaca a la población civil, utiliza munición termobárica, las devastadoras bombas de vacío que crean una tormenta de fuego que succiona el oxígeno. Putin está obsesionado con revivir los laureles de la Gran Guerra patriótica [la Segunda Guerra Mundial].
XL. Pues no parece que le esté saliendo como esperaba.
A.B. Lanza sus tanques T-72, que quedan muy bien en los desfiles, pero que son vulnerables a los drones y a las armas antitanque modernas. Se cometen errores de bulto. Pero la incompetencia viene de lejos.
XL. Usted fue testigo de primera mano de esa incompetencia.
A.B. En el verano de 1968, yo era teniente en el Ejército británico. Mi división estaba en la entonces Alemania Federal, bajo el mando de la OTAN. Yo comandaba un grupo de cuatro tanques.
XL. Aquel verano del 68, los tanques soviéticos invadieron Checoslovaquia.
A.B. Querían acabar con la apertura democrática de la Primavera de Praga. ¡Pero tenían sus comunicaciones en abierto! Lo escuchábamos todo. Muchos ni siquiera llevaban mapas y un grupo de tanques, desorientado, estuvo a punto de entrar en suelo alemán. Menos mal que un guardia fronterizo empezó a gritarles… Imagine, con todos los misiles nucleares a uno y otro lado del Telón de Acero.
"Autocracia y democracia son dos cosmovisiones destinadas a chocar"
XL. Prefiero no imaginarlo…
A.B. En Ucrania ha pasado algo parecido. El sistema encriptado de comunicaciones ruso depende de las torres de comunicación 3G sobre el terreno, pero la artillería las destruyó, así que tuvieron que recurrir a sus teléfonos móviles. Y los ucranianos, claro, a la escucha.
XL. Esta guerra también se caracteriza por sus atrocidades.
A.B. Todos los países tienen sus mitos. El mito ruso es que están rodeados y se defienden de las amenazas. Esta idea se remonta a las invasiones mongolas del siglo XIII y justifica una manera de combatir en la que la crueldad es conspicua: las matanzas de civiles, la destrucción masiva, las violaciones… Incluso hay unidades, como los mercenarios del Grupo Wagner reclutados en cárceles, a los que se permite hacer lo que quieran. Y hay otro factor.
XL. Diga, diga...
A.B. Ningún ejército trata tan mal a sus soldados. Incluso llevan un crematorio móvil para reducir el envío de cadáveres de vuelta a casa. Así que los soldados se toman la revancha con el enemigo.
XL. La crueldad como arma de guerra, en especial, contra los civiles, también se practicó durante la Revolución rusa, según cuenta en su libro.
A.B. Todos la practicaron. Los zaristas abusaban hasta de sus propias enfermeras. Y los bolcheviques se cebaron con los campesinos. Obligaban a los prisioneros a desnudarse y arrodillarse ante las fosas abiertas, luego les disparaban en la nuca. Un método que copiarían los nazis. La Checa (Policía secreta) incluso desarrolló una estética de la crueldad. Publicaba antologías de poesía de los verdugos: «No hay goce mayor ni mejor música / que el crujido de los huesos rotos», dicen unos versos.
XL. Esa estética también la imitarían los nazis…
A.B. Sí, la Checa equipó a sus hombres con chaquetas de aviador, de cuero negro. La ventaja del cuero era que, a diferencia de la lana, los piojos no podían infestarlo. Pero se convirtió en un símbolo del autoritarismo que hoy perdura. También se ve en las películas de Leni Riefenstahl, la cineasta favorita de Hitler. Esos desfiles masivos, mecánicos, ante los que el individuo se siente impotente.
XL. Por cierto, en la bibliografía de su libro hay un apartado de obras de ficción. Me ha sorprendido…
A.B. La buena ficción ilumina la historia, aunque algunos historiadores militares no piensen así. Pero yo no soy un historiador militar…
XL. Ah, ¿no?
A.B. No. Soy un historiador de la guerra. El historiador militar se ocupa del campo de batalla, del movimiento de tropas, de las decisiones de gobiernos y generales… Pero yo también cuento lo que le pasa a la gente corriente: a los soldados rasos, a los civiles, a las mujeres y niños.
XL. Recomiéndeme una novela sobre la Revolución rusa.
A.B. Un clásico: Doctor Zhivago, de Borís Pasternak. Es mejor que la película. Capta muy bien la incredulidad del pueblo cuando todo se desmorona. De repente, los acontecimientos se precipitan. Suele suceder así. Pasó con la caída del Muro de Berlín. Y está pasando ahora. La gente tiene la sensación de que está perdiendo el control sobre su propio destino.
"La línea entre la convivencia y el caos es más delgada ahora que durante la Guerra Fría"
XL. ¿Y qué nos espera?
A.B. Lo que sigue al miedo es la violencia. Y una sociedad atemorizada acaba estallando. La línea entre la convivencia y el caos es muy delgada. Y ahora es más delgada incluso que durante la Guerra Fría. Hemos vivido setenta años de prosperidad, una excepción histórica.
XL. Pues a muchos nos parecía que era lo normal.
A.B. Para los jóvenes es difícil entender cómo era la vida antes. Ni se la imaginan. Y no es por su culpa. Están centrados en su futuro. Es normal. Sin embargo, para entender el futuro, necesitas saber algo del pasado, sobre todo de las etapas más peligrosas, que suelen ser las más instructivas. Lo que estamos viendo ahora da miedo. Soy un pesimista preventivo; quiero estar alerta.
XL. ¿Y cuál es la lección de la Revolución rusa y su guerra civil?
A.B. Que la historia, más que repetirse, reverbera. Los ecos de aquella catástrofe siguen propagándose. Creó la gran división de rojos contra blancos, de izquierda contra derecha, de fascistas contra comunistas, que es el germen de todos los conflictos del siglo XX, desde la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial hasta la Guerra Fría, Corea, Vietnam… Pero lo que estamos viendo en Ucrania, aunque se parece en muchos aspectos, no es igual. Ucrania es el conflicto que marcará el siglo XXI porque se enfrentan autocracia y democracia. Son mucho más que dos ideologías diferentes, son dos cosmovisiones destinadas a chocar.
XL. ¿Aprenderemos alguna vez de los errores del pasado?
A.B. Otto von Bismarck, el canciller alemán, decía que solo los tontos aprenden de sus errores, que él procuraba aprender de los errores de los demás.
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