Henry Kissinger Ex Secretario de Estado de EE.UU. «Esta guerra fría es más peligrosa que la anterior»
Fue uno de los mejores geoestrategas de la historia, aunque para unos fuese un gran diplomático y para otros, un criminal de guerra. Henry Kissinger, mano derecha de los presidentes Ford y Nixon y emblemático personaje de la Guerra Fría, ha fallecido a los 100 años, pero hasta el final siguió analizando la política internacional con ojo de halcón. Hace un año hablamos con él.
Henry Kissinger nació en Alemania, y no tenía los 10 años cuando Hitler llegó al poder. Con 15 desembarcó con su familia en Nueva York como refugiados. Ahora, este titán de la política lleva 45 años sin desempeñar cargo oficial alguno, pero no ha perdido brillantez intelectual, a pesar de andar con bastón, llevar un aparato auditivo y hablar con lentitud. En los últimos años ha publicado dos libros. El primero –escrito con Eric Schmidt, antiguo consejero delegado de Google– trata sobre la inteligencia artificial. El segundo está centrado en el liderazgo y aborda seis figuras históricas: Konrad Adenauer, Charles de Gaulle, el antiguo presidente egipcio Anwar el-Sadat, el primer ministro de Singapur Lee Kuan Yew, Margaret Thatcher y Richard Nixon.
«Al principio de mi carrera no me veía como un líder. Ahora sí creo serlo. Trato de ir por delante del futuro al que nos encaminamos»
Pero ¿por qué incluye en un libro sobre liderazgo a Nixon, el único presidente estadounidense obligado a dejar el cargo? «Si examinamos el caso Watergate –comenta–, nos encontramos con una serie de transgresiones. Entonces pensaba, y sigo pensándolo, que merecían ser censuradas, pero no llevar a la destitución del presidente, como pasó». El Watergate, afirma, fue un desastre porque puso punto final a la hábil estrategia internacional que él y Nixon habían creado para reforzar la posición de Estados Unidos. «Teníamos un plan maestro –dice–. Nixon quería poner fin a la guerra de Vietnam de forma honrosa… Se quería dar un giro estratégico a la Alianza Atlántica. Y, por encima de todo, evitar un conflicto nuclear con la Unión Soviética estableciendo medidas de control de armamento».
El Nixon que describe en su libro es una figura trágica. Kissinger habla de un estratega consumado cuya falta de escrúpulos al encubrir un delito cometido por sus subalternos de la campaña electoral acabó con su presidencia… Y de paso condenó a Vietnam a la destrucción. Kissinger sugiere que la derrota en Vietnam sumió a EE.UU. en una vertiginosa espiral de polarización. «El conflicto –escribe– llevó a la aparición de un debate público cada vez menos centrado en lo sustancial. La rabia ahora ocupa el lugar del diálogo».
Pregunto si Estados Unidos hoy está más dividido que en la época de Vietnam. «Sí, infinitamente más», responde. Y cuenta que a principios de los años setenta todavía era posible que los dos grandes partidos nacionales colaborasen. «El interés nacional seguía siendo una expresión con sentido, no como ahora, que el mismo concepto es objeto de debate. Esa época se acabó. Cada nueva presidencia tiene que afrontar la hostilidad implacable de la oposición… El actual debate político en Estados Unidos gira en torno a si los valores fundamentales del país son todavía válidos o no». Con esto se refiere al sacrosanto respeto a la Constitución, a la libertad individual y a la igualdad ante la ley.
Miembro del Partido Republicano desde la década de los cincuenta, Kissinger elude referirse a ciertos elementos de la actual derecha estadounidense que ponen en solfa esos valores. Pero está claro que le inspiran poco entusiasmo. En lo referente a las izquierdas, «algunos consideran que esos valores fundamentales deben modificarse y, que hasta que eso no suceda, no tenemos derecho legítimo a poner en práctica nuestra política doméstica, y menos aún nuestra política internacional». Matiza que «todavía no se trata de un punto de vista plenamente aceptado, pero es bastante virulento. Lo ha adoptado buena parte de la intelectualidad y seguramente es hegemónico en todas las universidades y en muchos medios de comunicación».
¿Hay algún líder capacitado para poner remedio a esta situación?
«Cuando existen diferencias insalvables, puede pasar que la sociedad se venga abajo y ya no sea capaz de cumplir con sus funciones bajo ningún liderazgo...».
¿La sociedad en esos casos necesita una violenta sacudida externa o un enemigo exterior?
«Es una forma de responder al problema», contesta.
En su opinión, «la combinación de redes sociales, nuevas formas de periodismo, Internet y televisión –que solo se mueven en el corto plazo– ha vuelto el liderazgo más complicado».
Para él, el sexteto de líderes que aborda en su libro tenía cinco cualidades en común: no se arredraban a la hora de decir verdades incómodas, tenían proyectos a largo plazo y eran osados. Pero también eran capaces de pasar tiempo a solas. Y no tenían miedo a generar división.
Sobre si el actual primer ministro de Gran Bretaña, Boris Johnson, viene a ser lo contrario del tipo de líder que él defiende, Kissinger sorprende con su respuesta. «En términos históricos, su desempeño ha sido formidable. Ha conseguido modificar la trayectoria del Reino Unido en Europa y quedará como una de las transiciones más decisivas de la Historia. Pero suele ocurrir que las personas que consiguen llevar a cabo una transformación de envergadura no tienen las cualidades personales necesarias para ejecutarla; es decir, para institucionalizarla». Al momento, Kissinger pasa a hablar de los líderes políticos actuales en general y añade: «No sería sincero por mi parte decir que el nivel del liderazgo actual está a la altura de la complicada situación que atravesamos».
Sobre el presidente de Ucrania y su lección de liderazgo político, Kissinger opina que «es evidente que Zelenski ha llevado a cabo una misión histórica». Y continúa: «Tiene un origen que a lo largo de la Historia hacía imposible liderar Ucrania», refiriéndose al hecho de que sea judío, como él mismo. «Se convirtió en presidente de forma accidental porque la gente se sentía frustrada con los políticos al uso. Y de pronto se encontró con el intento ruso de volver a someter a Ucrania. Zelenski ha conseguido poner de su parte a los ucranianos y a la opinión pública mundial, de una forma histórica. Es su gran logro personal».
¿Y qué opinión le merece Vladímir Putin?
«En su momento, me pareció un analista reflexivo –responde–. Defendía la idea de que Rusia goza de cierto carácter místico que le ha permitido mantenerse unida a lo largo de once husos horarios gracias a una suerte de urdimbre espiritual. En esta versión de la historia, Ucrania desempeña un papel muy particular. Los suecos, los franceses y los alemanes pasaron por ella (al invadir Rusia) y todos salieron trasquilados porque el avance por Ucrania los dejó exhaustos. Esa es la visión de Putin».
Y añade: «Putin es el jefe de un Estado en declive», y por eso ha perdido «el sentido de la proporción en esta crisis». Lo que ha hecho este año «no tiene excusa».
Kissinger recuerda un artículo que escribió en 2014, cuando Rusia se anexionó Crimea. Entonces se mostraba contrario a que Ucrania entrara en la OTAN y proponía una condición de país neutral, a la finlandesa; y señalaba que la insistencia en la adhesión podía llevar a una guerra. Ahora que Finlandia quiere sumarse a la OTAN, lo mismo que Suecia, ¿la OTAN se ha vuelto demasiado grande?
«La OTAN fue la organización idónea para plantar cara a una Rusia agresiva que era la principal amenaza contra la paz mundial. Y ha ido creciendo hasta convertirse en una institución que refleja la colaboración europea y americana de una forma casi única. Por lo que es importante mantenerla. Pero también hay que reconocer que los problemas decisivos cada vez tienen más que ver con las relaciones entre Oriente Medio y Asia frente a Europa y Estados Unidos. Y, sobre esto, los miembros de la OTAN no siempre tienen los mismos puntos de vista. Se mostraron unidos en el caso de Ucrania porque la invasión recordaba las amenazas del pasado, y han hecho bien. La cuestión ahora se centra en cómo poner fin a la guerra. Y es necesario encontrar un lugar para Ucrania y un lugar para Rusia... o corremos el peligro de que Rusia se convierta en la avanzadilla de China en Europa».
Le recuerdo que a finales de 2019 mantuvimos una conversación en Pekín. Le pregunté si estábamos en una «Guerra Fría 2.0», con China en el papel que antes desempeñaba la URSS. Su respuesta fue: «Nos encontramos en los primeros peldaños de una nueva guerra fría». Un año después, me dijo que «estamos llegando a los escalones intermedios». ¿Y ahora?
«Hay dos países con capacidad para dominar el mundo: Estados Unidos y China. Ambos se miran de reojo, a sabiendas de que son los dos únicos competidores. Están gobernados por unos sistemas políticos incompatibles en un momento en que la tecnología posibilita que una guerra lleve al retroceso de la civilización. O a su destrucción total».
«Solo nos comunicamos para expresar agravios»
¿Está diciéndome que la Guerra Fría 2.0 es potencialmente aún más peligrosa que la Guerra Fría 1.0? «Sí», es su respuesta. Porque ambos superpoderes hoy cuentan con recursos económicos comparables, lo que no ocurría durante la primera Guerra Fría. Y porque las tecnologías de destrucción son más aterradoras, sobre todo por la inteligencia artificial. No tiene la menor duda de que China y Estados Unidos son adversarios. «Esa idea de esperar a que China se occidentalice con el tiempo ya no es una estrategia viable». Y añade: «No creo que los chinos tengan proyectado hacerse con el dominio mundial, pero pueden volverse aún más poderosos. Y eso no nos interesa». Y matiza: «En todo caso, las dos superpotencias tienen la obligación común de evitar el estallido de un conflicto catastrófico».
«China y Estados Unidos son adversarios. Esa idea de esperar a que China se occidentalice con el tiempo ya no es una estrategia viable»
Kissinger echa de menos el diálogo. «Tan solo se recurre a la comunicación para expresar supuestos agravios. Y esto es lo que más me preocupa. Estamos entrando en una época muy difícil».
¿El propio Kissinger se cree un líder? «Al principio de mi carrera no me veía así», es su respuesta. «Pero ahora sí que creo serlo. No de una forma absoluta, ojo... Pero trato de ir por delante, de ejercer un liderazgo. Todos los libros que he escrito abordan el futuro hacia el que estamos encaminándonos».
Sin duda, habrá quien siga demonizando a Kissinger y desdeñe o denigre sus palabras. A los 99 años, sin embargo, puede permitirse ignorar a los haters. Al tiempo que conserva su impulso de liderar. «El liderazgo –escribe– resulta necesario para ayudar al pueblo a llegar hasta allí donde nunca ha estado y, en ocasiones, donde cree casi imposible llegar. En ausencia de liderazgo, las instituciones pierden la orientación y se mueven a bandazos, las naciones se vuelven cada vez más irrelevantes y, en último término, se dirigen al desastre».
© The Sunday Times Magazine
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