El gigante discreto
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El gigante discreto
Viernes, 24 de Enero 2025, 09:10h
Tiempo de lectura: 4 min
Mañana salgo a matar al oso», decía el abuelo, contando con emoción su aventura cinegética en aquella Asturias de los años 60. A los seis años, pocos animales resultaban más temibles que un oso y aquello le parecía a su nieto de una valentía increíble. El abuelo contaba cómo los había visto mientras pescaba salmón y cómo había escuchado su gruñido, que imitaba admirablemente.
Durante todo el día, su nieto imaginaba los lances del abuelo y el oso y, una y otra vez, le venía a la cabeza la historia de Favila, el hijo del rey Pelayo, al que había matado un oso. Cuando regresaron los cazadores, el niño corrió a enterarse del resultado de tamaña aventura. El abuelo había ‘pisteado’ al oso con la ayuda del guarda hasta dar con él. «Entonces —contó, mirando a su nieto fijamente—, el oso se volvió y me miró. Era un animal magnífico, el más bonito de todos los animales que he visto. Levanté el rifle y… no pude disparar. Habría sido un crimen. Ahí me di cuenta de que jamás podré matar un oso».
La anécdota es real, de un abuelo ingeniero de minas y conocido pescador en la región, y sirve para ilustrar lo que el oso ha significado siempre en el norte de España. Poco tiempo después de aquella anécdota se prohibió la caza de osos en nuestro país y la especie fue poco a poco sorteando una extinción que parecía anunciada. En el transcurso de dos generaciones, nuestros osos se han convertido en algo así como espíritus del bosque. Pocos los han visto. Viven a la sombra de los últimos caducifolios de Asturias, Galicia, Cantabria, Palencia o León o en lo más recóndito de los Pirineos. Es casi imposible encontrarse con uno paseando por los bosques de la Cordillera Cantábrica.
Aunque algo miopes, cuentan con un excelente sentido del olfato y con un oído prodigioso que les permiten tomar la delantera y esconderse de los temidos humanos. Pero están ahí. Por derecho propio. Pese a que ya se cuentan hasta 370 en la Cordillera Cantábrica, hace apenas 15 no pasaban de los 32. En los Pirineos no se ha dado, sin embargo, una recuperación tan buena: allí se estima que quedan sólo 83, el mismo número que en 2011. Con todo, siguen siendo nuestros mayores predadores terrestres, glotones omnívoros que se alimentan de todo cuanto se pone a su alcance.
Pacíficos, viven en lo más profundo de los bosques como reliquias de un mundo en el que la naturaleza aún no estaba doblegada por el hombre. Pero, de vez en cuando, matan alguna res o destrozan colmenas en busca de miel. Y eso les ha costado la vida a muchos. Hoy, por fortuna, las leyes y asociaciones como la Fundación Oso Pardo o el Fapas (Fondo para la Protección de Animales Salvajes) ayudan a paliar los desaguisados que los osos organizan ocasionalmente pagando los desperfectos.
La recuperación del oso pardo en España es fruto de intensos programas de conservación y protección de su hábitat. Sin embargo, la especie enfrenta todavía desafíos, como la fragmentación de su hábitat y la necesidad de fomentar la coexistencia con las actividades humanas en las regiones donde habita, en algunas de las cuales la persecución humana sigue siendo inexorable, fruto muchas veces también de una profunda incomprensión de los ecosistemas. Hace años le preguntaron a un célebre naturalista español para qué servían las especies a las que no se les podía sacar partido económico. «Para nada –contestó–. Como el Museo del Prado».