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Un bosque estelar Objetivo 2025 La increíble aventura de los árboles que viajaron a la Luna... y pueden volver

En 1971, el astronauta Stuart Roosa se llevó quinientas semillas al espacio en la misión Apolo 14. Cuando regresó, se plantaron y crecieron los llamados ‘árboles lunares’. Ahora, medio siglo después, la historia continúa con la propia hija del astronauta como una de sus protagonistas...

Jueves, 07 de Abril 2022

Tiempo de lectura: 10 min

Un sicomoro lunar da hoy sombra a la tumba de Stuart Roosa en Arlington, el cementerio militar estadounidense, en Virginia, en las proximidades del Pentágono. Allí el astronauta del Apolo 14 fue enterrado con honores en 1994. No obstante, solo una década más tarde, en 2005, se plantó el árbol nacido de una de las semillas que él mismo llevó y trajo de la Luna en 1971. Como todo, esta demora tiene su explicación, que corre pareja al destino de las 500 semillas que él mismo llevó al espacio y que durante años estuvieron creciendo en paraderos desconocidos. Vayamos al comienzo.

Stuart Roosa —nacido en Durango, Colorado, en 1933— comenzó su peculiar carrera en 1951, con sólo 17 años. Recién graduado del instituto, cogió un trabajo de verano en el Servicio Forestal de los Estados Unidos, junto con varios amigos. Trabajaron en Idaho en un proyecto para controlar la enfermedad de la roya ampollosa en los pinos e integraron un equipo de extinción de incendios forestales. Allí Roosa conoció a los primeros paracaidistas en incendios forestales, o saltadores de humo: bomberos que se lanzaban desde aviones para combatir incendios en áreas aisladas y de difícil acceso. Al año siguiente, Roosa visitó Cave Junction, sitio de la base de los saltadores de humo de Siskiyou, en Califronia, y solicitó y logró su ingreso para los entrenamientos de 1953. Ese año realizó muchos saltos de entrenamiento y cuatro saltos activos en Oregón y California durante los incendios de aquel año. «Los saltadores de estos incendios —ha contado su hija, Rosemary— se lanzaban en paracaídas entre el humo, construían una trinchera y hacían lo que podían para mitigar el fuego antes de retroceder hasta el campamento forestal más cercano. Era una operación muy extrema y dura».

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Apolo 14 y las 'semillas lunáticas'. Desde la izquierda, Stuart Roosa, Alan Shepard Jr. y Edgar Mitchell, los astronautas de la misión Apolo 14, de 1971. Roosa, antiguo miembro del Servicio Forestal, llevó consigo las 500 semillas de los actuales árboles lunares diseminados por el mundo. |NASA

Después de aquel verano del 53, Roosa se unió al programa de Cadetes de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, donde se formó como piloto de aviones militares. Demostró ser un gran piloto de combate y, más tarde, incluso, un hábil piloto de pruebas: un aviador que pilota aeronaves nuevas o modificadas con el fin de realizar maniobras específicas permitiendo que se puedan medir los resultados y que el diseño sea evaluado. Se trata del más difícil y peligroso vuelo que un piloto puede realizar en tiempos de paz. Con todas estas dotes, en 1966, Roosa fue seleccionado como astronauta por la NASA y, en 1971, elegido para su primer vuelo espacial, como piloto del módulo de comando del Apolo 14, una responsabilidad que implicaba permanecer en órbita alrededor de la Luna en la más completa soledad, mientras sus compañeros descendían hasta la superficie del satélite. En esa misión Roosa se convirtió, de hecho, en uno de los poquísimos hombres —menos de diez— que estuvieron completamente solos en el espacio.

Irrumpen las semillas

Antes de la misión, mientras Roosa se entrenaba para ella, Stan Krugman, director de personal del Servicio Forestal del Departamento de Agricultura de Estados Unidos para la investigación de genética forestal, se acercó al piloto para preguntarle si entre sus objetos personales podría llevar algunas semillas a la Luna. Era un misión extra que permitiría conocer cómo afectaría un viaje alrededor de la Luna a la salud, viabilidad y genética a largo plazo de las semillas. Roosa —por su pasado en el propio Servicio Forestal y su amistad con Ed Cliff, jefe del Servicio— aceptó y un genetista de la Administración le preparó una selección de cinco especies: abeto Douglas, pino Loblolly, secuoya, sicómoro y liquidámbar.

Las semillas fueron selladas en bolsas de plástico bajo la dirección de un científico del Departamento de Agricultura, Charles Walkinshaw. Luego, se colocaron en un recipiente de metal cilíndrico y se almacenaron en el kit de preferencia personal del piloto. Cada astronauta contaba con una pequeña bolsa de lona para llevar consigo lo que quisiera. Muchos optaron por fotos familiares, recuerdos u objetos para dejar en la Luna o traer de regreso a la Tierra. Roosa dedicó su espacio a las semillas de los árboles.

Roosa fue el piloto del módulo de comando del Apolo 14, uno de los poquísimos hombres que estuvieron completamente solos en el espacio

Aquella no era no obstante la primera vez que se enviaban semillas al espacio. Emma Doughty, presentadora del podcast Gardeners of the Galaxy, recuerda que ya lo hemos hecho desde antes de que se fundara la NASA. «Cuando Estados Unidos capturó los cohetes V2 alemanes en la década de 1940 —explica—, se vio que estaban enviando semillas al espacio junto con otros organismos, como insectos, para probar cómo el entorno espacial y la radiación afectaban a estas formas de vida. No sabíamos nada sobre lo que le sucedería a la vida cuando saliera de la atmósfera o lo que sucedería en microgravedad. Necesitábamos saber si la vida podía sobrevivir allá arriba antes de que empezáramos a enviar cualquier cosa que nos importara».

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Roosa con las semillas. Stuart Roosa sostiene el bote que contiene las semillas de árbol que orbitaron 34 veces las Luna en 1971. |NASA

Las quinientas semillas del Servicio Forestal volaron así en el módulo que Stuart Roosa piloteó, orbitando la Luna hasta 34 veces, durante casi dos días, mientras parte del tiempo sus compañeros, Alan Shepard Jr. y Edgar Mitchell, caminaban sobre la superficie del satélite realizando experimentos y observaciones y tomando fotografías. Se cuenta que a Shepard —aficionado al golf— le dio incluso tiempo de jugar una rápida partida en la mismísima Luna.

De regreso a la Tierra, algo se torció y los biólogos ya no tenían claro si las semillas germinarían: al viaje se sumaba un percance que el propio Roosa tuvo durante el proceso de descontaminación. Tras su amerizaje en febrero de 1971,  los astronautas fueron puestos en cuarentena en una cámara de aislamiento (The Mobile Quarantine Facility) durante 17 días para asegurarse de que no hubieran traído ninguna contaminación del espacio. Del igual modo, sus pertenencias fueron también sometidas al procedimiento que implicaba poner todo en una cámara de vacío. Desafortunadamente, las bolsas selladas, que se habían retirado del recipiente metálico, estallaron debido a la diferencia de presión. Las semillas se expusieron al vacío y se esparcieron por toda la cámara. Los expertos creyeron que definitivamente no servirían ya de nada. En cualquier caso, Stan Krugman hizo que los técnicos las recogieran, las clasificó a mano y se las entregó a Walkinshaw para que las germinara.

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La secuoya lunar brasileña. Esta Sequoia sempervirens, o Secuoya de la Costa, fue plantada en la Plaza Central de San José, en Cambará do Sul, Brasil, el 26 de septiembre de 1982.  Surgió de una de las 500 semillas que el astronauta Stuart Roosa llevó al espacio e hizo brotar después con suelo lunar. Las semillas fueron distribuidas a varios países.

Finalmente, las semillas sobrevivieron, al menos en su mayoría: germinaron y las plántulas parecían crecer normalmente. Desafortunadamente, las instalaciones en Houston no eran adecuadas para mantenerlas y la mayoría de ellas, si no todas, murieron al cabo de un año. Las semillas restantes fueron entonces enviadas a las estaciones de las que procedían y, ya con mejores instalaciones, dieron paso a plántulas sanas, que luego se convirtieron en los primeros árboles lunares.

Para 1975, muchos estaban ya listos para salir de los viveros del Servicio Forestal. Uno fue enviado a Washington Square en Filadelfia para ser el primer árbol lunar plantado como parte de las celebraciones del Bicentenario de los Estados Unidos; Stuart Roosa participó en la ceremonia. Otro de los árboles fue a la Casa Blanca. Y muchos otros se plantaron en capitales estatales, lugares históricos y sitios relacionados con el espacio y la silvicultura; también en capitolios estatales, campus universitarios y demás parques o rincones de Estados Unidos y algunos países como Brasil, Italia, Reino Unido, Suiza y Japón. Gerald Ford, entonces presidente, se refirió a ellos como «símbolos vivientes de nuestros espectaculares logros humanos y científicos».

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In memoriam. El árbol de la luna plantado en el Cementerio Nacional de Arlington en Virginia en honor al astronauta Stuart Roosa durante una ceremonia de inauguración en 2005. |NASA Goddard

Pese a esta distribución aparentemente controlada de los árboles, años después, ya en los noventa, Dave Williams, del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA en Greenbelt, Maryland, reconocía: «Cientos de árboles de la Luna se distribuyeron como plántulas, pero no tenemos registros integrados acerca de dónde fueron a parar muchos de ellos». Y aunque algunos eran de especies longevas —capaces de vivir cientos o miles de años–, otros fueron menguando por la severidad del clima y las enfermedades. En no demasiados lustros, al menos una docena habían muerto ya, incluidos el pino Loblolly de la Casa Blanca y, ya en los 2000, un pino de Nueva Orleans, que fue dañado por el huracán Katrina y terminó siendo eliminado.

La actuación crucial de Dave Williams

La ausencia de un buen registro de los árboles lunares preocupaba bastante a Dave Williams, también curador del Centro Nacional de Datos de Ciencias Espaciales. Decidió entonces empezar a rastrearlos, los hallase vivos o muertos. Se lanzó a ello en 1996, dos años después de la muerte de Stuart Roosa, impulsado por un correo electrónico de una maestra de tercer grado, Joan Goble, que preguntaba por un árbol en el campamento de niñas exploradoras Camp Koch en Cannelton, Indiana. Le hablaba de un simple cartel cercano en el que se leía: 'Arbol de la Luna'.

«Hasta entonces —confiesa Williams— nunca había oído hablar de los árboles lunares. El cartel del árbol de Indiana tenía algunas pistas, así que envié un mensaje a la oficina de historia de la NASA y encontré más fragmentos en la web. Luego me puse en contacto con Stan Krugman [aquel que había dado las semillas a Roosa 25 años atrás] y obtuve mucha más información para reconstruir la historia».

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El mapa-puzle. El mapa con la localización de los árboles lunares y de media luna está en continua construcción. En marzo pasada, el mapa registra árboles, vivos y muertos, de 31 estados. Desde la NASA siguen completándolo con la ayuda de los ciudadanos que informan de su situación y estado. |© Dr. Michele M. Tobias.

Williams creó a la vez una página web para recopilar la mayor cantidad de información posible. Recibió sorprendentemente una avalancha de correos electrónicos de personas que conocían la ubicación de algunos de los árboles. Una le sorprendió especialmente. «Casi un año después de tener la página web operativa —cuenta Williams—, alguien me contactó y me preguntó que por qué no aparecía aún en la lista el árbol de la Luna que teníamos en Goddard. ¡No sabía que teníamos uno allí, a pasos de mí, en el propio Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA en Greenbelt, Maryland!». Se trata de un sicómoro, plantado en 1977 junto al centro de visitantes. Allí sigue aún hoy.

Tras el viaje espacial, el recipiente con las semillas fue expuesto al vacío para descontaminarlo y se abrió de golpe. Las especies se esparcieron. Los biólogos no creían que pudieran germinar ya

Hasta ahora, Williams ha registrado árboles en 22 estados, además de en Rio Grande do Sul, Brasil. En muchos casos, las extraordinarias genealogías de los árboles se registraron en placas o en recortes de periódicos que conmemoraban el evento. Siempre que ha sido posible, Williams ha publicado fotos de los árboles. En los años siguientes, ya en este siglo, se siguieron plantando árboles lunares de segunda generación, los llamados 'árboles de media luna', también rastreados por Williams. El 9 de febrero de 2005, con motivo del 34.º aniversario del amerizaje del Apolo 14, un sicomoro de segunda generación fue plantado en el Cementerio Nacional de Arlington junto a la tumba de Roosa, fallecido de una pancreatitis a sus 61 años, en 1994. Su familia —su esposa Joan, sus tres hijos y su hija, Rosemary— invitó a Dave Williams a la ceremonia. La propia Joan murió dos años después, en octubre de 2007, y fue enterrada con su esposo bajo ese mismo sicomoro.

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Dave Williams, un hombre clave. Desde la izquierda: Thomas Elias, director del National Arboretum; Alan Ladwig, asesor principal del administrador de la NASA; Dave Williams, científico curador planetario y curador de la página web de la NASA sobre Moon Trees; y Deborah Gangloff, directora ejecutiva de American Forest. El aporte de Williams en esta historia es decisivo. |NASA/Bill Ingalls

Años después, en 2009, el 22 de abril —Día de la Tierra— se plantó otro sicómoro en el Arboreto Nacional de Estados Unidos, en Washington, y el 3 de febrero de 2011, uno más en honor de Roosa en el Centro de Ciencias Infinity, en Mississippi. Rosemary Roosa, una de las hijas del astronauta, asistió a la ceremonia. Su padre, dice, fue un gran partidario de la ciencia y la exploración espacial, y espera que los árboles sirvan como un recordatorio de los logros del programa espacial de Estados Unidos, así como una inspiración para «alcanzar las estrellas».

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En el nombre del padre. Rosemary Roosa, la hija del astronauta Stuart Roosa, junto al árbol lunar plantado en el cementerio de Arlington, en Virginia, en honor a su padre. Rosemary busca ahora que los árboles lunares 'regresen' a la Luna en 2025. |Image courtesy of Rosemary Roosa

Actualmente, las personas que conocen el legado de los árboles lunares los revisan periódicamente y se comunican con Williams para notificarlo de cualquier incidencia, tanto si detectan un nuevo árbol como si uno enferma o es derribado por una tormenta. «Creo que cuando las personas son conscientes de la herencia de estos árboles, por lo general toman medidas para preservarlos —agrega Williams—, pero a veces no son conscientes. Por eso buscamos localizar tantos como podamos para tener un registro de lo que es, o fue, parte de estas comunidades, antes de que desaparezca».

A este objetivo, se suma ahora, más de cincuenta años después, uno especialmente simbólico y casi poético. Aprovechando el plan de la NASA de volver a la Luna en 2025 e instalar allí una base, Rosemary Roosa quiere enviar semillas de los árboles que llevó su padre para que sean allí plantadas y crezcan tal vez, en el propio satélite, los primeros árboles lunares. Sería cerrar un círculo espacial perfecto.