Anécdotas de más de dos siglos de la pinacoteca
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Anécdotas de más de dos siglos de la pinacoteca
Miércoles, 16 de Octubre 2024, 16:05h
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Cuando se interesaba por las obras de reparación de El Escorial, descubrió en los sótanos grandes lienzos arrumbados. Había Tizianos, Riberas, Velázquez y otras obras de las colecciones reales. María Isabel de Braganza –una mujer culta y curiosa– decidió intervenir. Fue ella quien convenció a su marido, el rey Fernando VII, para llevar esos tesoros a un lugar donde poder conservarlos y admirarlos.
La idea prosperó porque la época era propicia. España acababa de expulsar a los franceses, que se habían llevado de nuestro país obras y objetos muy valiosos: preocupaba proteger el arte español. Además, el rey que Napoleón había puesto en el trono de España, su hermano José Bonaparte, ya había firmado un decreto en 1809 para fundar un museo con sede en Madrid en el que se mostraría lo enajenado de conventos y palacios. El museo se iba a llamar Josefino, en honor a José.
La pinacoteca finalmente se abrió, pero con otro rey, otro nombre y otra reina: Isabel de Braganza murió tras una cesárea salvaje en noviembre de 1818. Un año después, cuando el 18 de noviembre de 1819 La Gaceta de Madrid anunció la inauguración, al día siguiente, del Real Museo de Pinturas y Esculturas, Fernando VII estaba recién casado con su tercera mujer, la prusiana María Josefa Amalia de Sajonia. El museo se ubicó en el edificio ideado por Juan de Villanueva para albergar un gabinete de ciencias naturales proyectado por Carlos III en el prado de los Jerónimos (de ahí procede su nombre). Sus fondos iniciales: 311 obras procedentes de las colecciones reales.
En los más de 200 años que han transcurrido desde su apertura hasta ahora, al Museo del Prado le ha sucedido casi de todo. En 1868 dejó de ser real y se nacionalizó. En 1872 se enriqueció con los fondos –procedentes de la desamortización– del Museo Nacional de la Trinidad. Así llegaron importantes Grecos.
Curioso es que durante bastantes años el Prado fue un museo de arte contemporáneo. Mostraban allí sus obras artistas vivos; de hecho, muchos pintaban anhelando entrar allí. En 1898, con la inauguración del Museo de Arte Moderno, esto terminó.
El siglo XIX le dio a la pinacoteca una de cal y otra de arena. Lo bueno es que llegaron importantes donaciones: el barón Frédéric Émile d'Erlanger, por ejemplo, regaló en 1881 las Pinturas negras, de Goya. Lo negativo es que el museo estaba muy desatendido. Los trabajadores vivían allí y se calentaban con hogueras, lo cual ponía en peligro las instalaciones y los fondos. El 25 de noviembre de 1891, Mariano de Cavia decidió actuar. Publicó en la portada de El Liberal un artículo en el que se narraba el «Incendio en el Museo de Pinturas». Afortunadamente no era verdad. Cavia lo hizo para que se prestara atención a la pinacoteca.
Funcionó. Se hizo más caso al Museo del Prado. Entre las curiosas vicisitudes de sus más de 200 años de vida sobresale su etapa ambulante. Durante cuatro años viajaron a recónditos pueblos de España copias de bastantes de sus obras en el Museo Circulante, que formaba parte de las Misiones Pedagógicas de la República.
En la exposición que en 2019 conmemoró el bicentenario del Museo del Prado se mostraron fotos de aquellas andanzas; una de ellas es que la que abre este reportaje. El primer centenario se celebró de una manera muy discreta, con una conferencia del crítico de arte e historiador Elías Tormo en la galería central. Era entonces director Aureliano de Beruete, hijo del pintor homónimo. También ha habido artistas que lo han dirigido, como Pedro de Madrazo y su hijo José, Antonio Gisbert o Pablo Picasso.
Los primeros directores fueron nobles. Igual que lo eran los primeros visitantes. En sus primeros años de vida, el Museo del Prado solo se podía visitar los miércoles y únicamente por la mañana. Además, había que presentar una recomendación o autorización de alguien destacado de la Corte.
Tanta restricción nos permite saber que Édouard Manet visitó el Prado el viernes 1 de septiembre de 1865 (fue uno de los 12 extranjeros que acudieron ese día). Manet ha sido uno de los grandes publicistas del museo español. Al salir, escribió –anonadado– al pintor Henri Fantin-Latour contándole que había descubierto a Velázquez.
Los fans del Prado son legión. Hay incluso adictos: «Algunos viajeros en el siglo XIX visitaron el Prado durante todos los días de su estancia en Madrid. De uno de ellos, el pintor David Wilkie, se decía que pasaba cotidianamente varias horas delante de Los borrachos, de Velázquez», ha contado Javier Portús, comisario de la exposición del bicentenario del Museo del Prado.
Luego vinieron tiempos peores. Durante la Guerra Civil le cayeron nueve bombas. Se trasladaron sus fondos: primero, a Valencia, en camiones; luego, a Ginebra, en tren. Los tesoros volvieron a España en 1939.
Ha habido ampliaciones, donaciones, extensión de horario (solo cierra tres días al año), récord de visitantes (en 2016, atraídas por la gran monográfica dedicada al Bosco, se superaron de largo los tres millones de personas, cuando entonces la media no superaba como hoy sí esa cifra) y planes de expansión: aún se espera la remodelación del Salón de Reinos encargada a Norman Foster y Carlos Rubio. Al Prado le queda mucho.