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IVÁN ÁLVAREZ
Domingo, 27 de junio 2021, 03:53
Afanado en recuperar ese brillo que ensombrecieron dos graves lesiones, Pelayo Morilla (Oviedo, 2001) apenas se ha concedido un par de semanas de vacaciones en los dos últimos años y este verano va a sacrificar su periodo de asueto. Los infortunios físicos han detenido una fulgurante progresión en Mareo que impulsó al joven atacante sportinguista a debutar a las órdenes de Rubén Baraja con diecisiete años recién cumplidos en la jornada inaugural de la temporada 2018-2019. Tres semanas y media después, vivía su estreno como goleador con el primer equipo durante una eliminatoria de la Copa del Rey en Soria en otra muestra del halagüeño arranque de una carrera que encontró su primer frenazo con la rotura del ligamento cruzado de su rodilla derecha.
Con su contrato ampliado el pasado año hasta junio de 2024, reflejo de las esperanzas que hay depositadas en él en la plana mayor del club, intentaba relanzar su carrera cuando sintió un crujido ya conocido tras romper al espacio y apoyar la pierna durante un entrenamiento con el filial a comienzos del pasado mes de enero. Los peores presagios se cumplieron. Rotura completa del ligamento cruzado anterior y el menisco externo de la rodilla izquierda. Vuelta al punto de partida.
«Te ves con posibilidades de llegar a algo bonito en el fútbol. Peleas desde niño por tu sueño y no piensas que pueda llegar un frenazo tan pronto», señala Álvaro Bustos, extremo forjado en Mareo e internacional en categorías inferiores con la Selección Española como Pelayo Morilla, Habla con conocimiento de causa, porque pasó por ese vía crucis de afrontar la segunda lesión de gravedad en la rodilla a los 19 años, cuando ya se había recuperado de la otra articulación. «Lo tienes que afrontar con mucha fortaleza mental», señala el atacante del Racing de Santander, en su día también intervenido quirúrgicamente por el jefe de los servicios médicos sportinguistas, Antonio Maestro.
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El doctor rojiblanco lideró también el segundo paso por el quirófano de Morilla, con una sutura del menisco externo y ligamentoplastia con tendones isquiotibiales que dio paso al largo proceso de recuperación. Durante él, el readaptador César Castaño ha sido la sombra del joven atacante ovetense. Casi un apéndice de su figura en cada momento en las instalaciones rojiblancas, epicentro de una rutina semanal espartana para preparar el regreso al grupo, sin fecha prestablecida y supeditada a sus sensaciones y su evolución. Con plazos flexibles, se estima avanzada la pretemporada. Antes, se evitarán con mimo los contactos extremando precauciones para evitar cualquier percance.
Morilla, que acude cada mañana de lunes a viernes a Mareo, ha invertido la rutina semanal de los años previos y habitúa a encontrar en la jornada dominical su único resquicio para la tregua. Los sábados suele alternar esfuerzos, a veces quemando zapatilla y en otras ocasiones subido encima del sillín. Desde hace un par de semanas, durante las dos horas que suelen formar su entrenamiento se exprime entre el césped y el gimnasio, donde desarrolla un ramillete de trabajos de frenada, pisada y con poleas. Superado el ecuador de junio dio un paso más y se reencontró con el balón tras cruzar el umbral de los cinco meses desde que sufrió el infortunio. Ya se ha calzado las botas de tacos, señal de progreso en la puesta a punto, en la que ha ganado músculo y ha afinado su silueta, asesorado por las directrices de su nutricionista.
«Los meses más duros son los primeros y los últimos», afirma Álvaro Bustos, que cree que contar con la experiencia previa, aunque pueda parecer una losa en el momento del infortunio, termina siendo una aliada en el proceso de vuelta a los terrenos de juego. «Me ayudó mucho la primera lesión. A veces, cuando parece que no avanzas, recuerdas que antes las cosas poco a poco fueron saliendo. Las lesiones me quitaron mucho, pero también me dieron muchísimo», argumenta el gijonés. «En este tipo de lesiones, por querer ganar un mes no adelantas tanto y sí puedes perder mucho. Ahora toca tener paciencia y ser cauto, pero él ya lo sabrá». concluye sobre un proceso complejo que Morilla va camino de superar por segunda vez.
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