De un día para otro la situación ha dado un giro radical y ha convertido a la banda en el objetivo prioritario para la Policía Nacional y la Guardia Civil, que incluso mantienen desplegados grupos específicos a fin de detener a cada uno de los miembros activos. No se puede decir que los delincuentes hayan subido el nivel de los robos, pero sí perfeccionaron la estrategia y aumentaron de forma vertiginosa el ritmo, alcanzando en los últimos meses una soltura que les ha permitido robar hasta en cuatro establecimientos distintos en una misma noche. Aunque no los únicos, los integrantes asentados en La Felguera eran los más activos. Envalentonados por el éxito de sus golpes, se permiten incluso el lujo de dejar mensajes a los investigadores en el lugar de los hechos, con notas insultándolos y retándolos a detenerlos («Carvo de mierda (sic)»).
Siempre en grupos de tres o cuatro miembros, el punto de inflexión para la banda llegó con el desarrollo de un sistema que les permitía robar vehículos a un nivel profesional. Equipados con un OBD II, un dispositivo reservado para talleres homologados y que logra arrancar el coche en cuestión de minutos, los turismos de la marca Seat (León y Córdoba especialmente) son su debilidad. La facilidad de desbloqueo a través de este sistema y la fiabilidad de sus motores conforman la combinación perfecta para desplazarse hacia el lugar del robo y después huir a toda velocidad con el botín. La mayoría de las veces, los vehículos terminan en llamas.
Durante meses, estos jóvenes, que llegaron a El Puente hace poco más de un año desde Gijón, se creyeron intocables. Pasaron a robar prácticamente cada semana y han ido cogiendo confianza con el 'modus operandi' hasta el punto actuar como autómatas. Llegan en coche, revientan la puerta con la tapa de una alcantarilla y repiten la fórmula con la máquina tragaperras, la cual dejaban totalmente seca. En un minuto escaso, en el que les da incluso tiempo a registrar la nevera en busca de dinero y llevarse unos refrescos para el camino, no quedaba ni rastro de ellos en el lugar del delito. Esa seguridad en sus movimientos, la misma que les había hecho pasar de aficionados a profesionales, es también la que ahora ha puesto en riesgo su aventura.
El guante y los décimos
No cuidan las formas, pero sí se preocupan por no dejar rastros. Visten gorros, capuchas, bufandas y guantes para no ser identificados, se desprenden de los cajetines y las carcasas de las tragaperras a menos de un kilómetro de distancia del local atracado, dificultando así su seguimiento por parte de los investigadores, y tratan de no utilizar la fuerza contra los propietarios de los establecimientos, delito que complicaría su aparente facilidad para sortear la cárcel.
La dificultad para lograr pararles los pies pasa por lo complicado que les resulta a los investigadores situarlos en el lugar de los hechos. Siempre hay una coartada y nunca pruebas fehacientes que demuestren su participación. Siempre, hasta que, en uno de los golpes, llegó el primer error. Fue en uno de los últimos bares asaltados, donde tras reventar la máquina tragaperras, los delincuentes encontraron bajo el cajetín del dinero varios décimos de lotería nacional. Creyendo que quizás estaban premiados, optaron por llevárselos. Las prisas hicieron que no se percatasen de que los décimos llevaban debajo escrito el nombre de sus propietarios. El error ya no tenía marcha atrás, de tal manera que cuando los agentes de la Guardia Civil encontraron los décimos durante el registro del domicilio de La Felguera, los miembros de la banda no pudieron negar su participación en los hechos.
No fue el único desliz que permitió la identificación de los atracadores. En otro golpe, tal y como adelantó EL COMERCIO, uno de los miembros de la banda se encontró con problemas a la hora de abrir la máquina tragaperras. Temeroso de que no les diese tiempo a huir, intentó forzarla introduciendo la mano por una de las rendijas y haciendo fuerza hacia fuera. El esfuerzo estuvo a punto de costarle un dedo y le cortó un trozo de guante, que quedó en el interior de la máquina. Ese mismo trozo de lana, hallado posteriormente por los investigadores, resultó clave a la hora de detener a los ladrones, en cuyo domicilio la Guardia Civil encontró la parte que faltaba, prueba irrefutable de la participación en el delito.
'Operación Leme'
El barrio de El Puente se había convertido en la guarida perfecta para algunos de los integrantes de la banda. La zona, con un alto número de infraviviendas y de la que apenas cinco vecinos son locales, ha quedado socialmente aislada por la ficticia frontera que dibujan las obras del soterramiento de las vías en Langreo. Corredor habitual para la venta de droga, la banda del Seat Leon encontró aquí hace poco más de un año el lugar idóneo para establecer uno de sus cuarteles generales. El 92 de El Puente, cuya renta llevaban varios meses sin pagar los detenidos, se convirtió así en el centro neurálgico de las operaciones del grupo, que hace un tiempo decidió adquirir, en condiciones cuanto menos dudosas, la vivienda de enfrente. Allí, según los vecinos de la zona, es donde escondían las herramientas y los botines de sus acciones.
Conocedores de esta localización y una vez reunidas las pruebas suficientes, la Guardia Civil diseñó la detención. Nacía así la 'Operación Leme', que debía responder a dos necesidades:la de arrestar a los ladrones, y la de mandar un mensaje contundente a la banda. Por este motivo, desde la comandancia de Gijón decidieron movilizar a la unidad de Seguridad Ciudadana, poco habitual en este tipo de casos. Irrumpieron sin miramientos, armados hasta los dientes y pillándoles por sorpresa. No solo no opusieron resistencia, sino que alguno de ellos incluso llegó a pedir «perdón» a los agentes.
La operación, finalizada con éxito y para cuya puesta en marcha fue clave el trabajo del magistrado del juzgado de Instrucción número 3 de Pola de Siero, encargado de autorizar las detenciones y los registros, así como el fiscal que informó positivamente de la operación, conllevó la detención de G. J .G., de 23 años de edad, J. J. G., de 22, y S.G.P., también de 22 años, los tres vecinos de Langreo; O. A. F., de 19 años y vecino de Siero; T. J. H., de 38 años y vecina de Avilés, y J. A. M. M., de 19 años y vecino de Avilés, presuntos autores de más de una docena de robos, así como de los de ocho vehículos. Tres de ellos se encuentran ya en prisión.
La operación se completó hace unos días con la detención en Gijón de un menor de edad, parte de la banda y responsable, entre otros, del atraco en un taxi. Por el momento, y pese a que buena parte de la banda continúa en libertad, una calma tensa reina en la región, que lleva varios días sin registrar incidentes de consideración. Supone un golpe sobre la mesa de la Guardia Civil, cada vez más cerca de desarticular a una banda que, como la mayoría, ha terminado siendo presa de sus errores.