Laura Darriba, amiga de Susana Criado, en Mieres, donde reside. JUAN CARLOS ROMÁN

«El agresor es el único culpable»

Familiares de la víctimas. Al dolor se une el sentimiento de culpa por no haber detectado las señales para evitarlo. Lo saben bien el hermano de Lorena Dacuña y la amiga de Susana Criado

EUGENIA GARCÍA

Miércoles, 25 de noviembre 2020, 03:19

Después de la tristeza, el sentimiento que más dolor produce es la culpa, que se puede acompañar de autorreproche. Es una reacción totalmente normal en familiares de víctimas de violencia de género». Lo dice Natalia Lorenzo, psicóloga del Centro Asesor de la Mujer de ... Gijón. Esa culpa injustificada acompaña desde febrero a Francisco Dacuña, hermano de la primera víctima mortal por violencia machista del año en Asturias, Lorena Dacuña, y desde septiembre a Laura Darriba, amiga de la segunda, Susana Criado. «Se sienten culpables porque creen que podían o debían haber hecho algo para evitar la situación, por la imposibilidad de evitar el asesinato, por no haber detectado las señales que presagiaban lo ocurrido...», explica la profesional. «Pero este sentimiento de culpa es irracional y poco útil. De nada sirve culpabilizarse en el presente de algo que ha ocurrido o estaba ocurriendo en el pasado, con la información que se tenía entonces, que seguramente difiera mucho de la información que se tiene ahora». Y recuerda: «El único responsable, el único culpable, es el agresor».

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De pequeña, Lorena era tímida y retraída. Tanto que Francisco, que le sacaba dos años, acabó acompañándola a saltar a la comba con las amigas. Pudo más su espíritu de hermano mayor que la vergüenza que al principio le daba jugar a un juego 'de niñas'. Ahora que ella no está, los recuerdos que más llenan la cabeza de Kiko son felices. Aquellos veranos en el pueblo, Loredo, cerca de Grado. O cuando iban a Galicia, de donde era natural su padre.

Lorena Dacuña fue encontrada muerta en su domicilio el lunes 4 de febrero. Su asesino confeso, del que cuatro meses antes pensaba que había logrado escapar, la acuchilló hasta matarla. José Manuel Sánchez Merino había sido su pareja durante ocho años. Cuando le dejó, Lorena le envió una carta conciliadora y comprensiva en la que llegaba a culparse de la ruptura para apaciguar el sufrimiento de su ex: «He llegado a la conclusión que yo no supe darte lo que necesitabas (...)». Lorena no podía más. «Esa chica que estaba todo el día riéndose, contenta, ilusionada por la vida se está muriendo. Ahora es todo lloros, tristeza», reconocía en el manuscrito.

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Su hermano elige recordarla como era y no como la hizo ser su asesino. Elige rememorar las bromas que hace años gastaba a su madre, a quien fotografiaba en situaciones comprometidas, «en el baño o en ropa interior», para hacerla rabiar diciéndole que iba a publicar las imágenes. Elige acordarse del cariño que profesaba a su hija, Deva, de ocho años, a quien adoraba y con quien se quedaba mientras Francisco y su mujer trabajaban. De cómo cuidó de su abuela y sus padres hasta que murieron. De su sonrisa, su carácter extrovertido, sus ganas de pasarlo bien con sus amigas de toda la vida y de lo segura de sí misma que se mostraba «al haber conseguido fuerzas para echarlo de casa». «Aspiraba a lograr independencia y un lugar donde vivir. Nada del otro mundo».

El dolor no se va, seguramente nunca lo haga. Piensa en ella a menudo, aunque lo que más le preocupa es que su asesino pague por lo que hizo. «No me veo capaz de perdonar, no lo merece», reflexiona. Y confiesa: «Hay una cosa que me tiene carcomido. Como hermano mayor estaba atento, pero ella lo ocultaba muy bien. Según pasa el tiempo y me entero de cosas me digo 'joder, ¿cómo me dejé camelar?'. Era un encantador de serpientes». Desde que murió su hermana, no deja de repetir un mensaje: «Si estás pasando por algo así, háblalo con alguien».

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Susana, «corazón puro»

Hacía tres o cuatro años que la había conocido a través de una amiga común. «¿No conoces a Susana?», le preguntaron. Y Laura Darriba, que asegura tener gran intuición y calar rápido a la gente solo con mirarla a los ojos, vio en los de Susana Criado -castaños y «felices»- los de una mujer reservada, pero optimista, que pese a sus dolencias mantenía su carácter alegre. «Era corazón puro», recuerda. Así fue como se hicieron amigas.

Se veían en Salesas, donde Susana vivía y donde a los 61 años encontró la muerte el pasado 13 de septiembre al sufrir un fallo cardiaco tras ser agredida por su pareja desde hace años, M. A.

Laura estaba allí. «Si cuando él me amenazó le hubiera golpeado, ella se habría venido conmigo», lamenta aún hoy, pese a que hizo todo lo que una buena amiga puede hacer: acudir en su auxilio cuando Susana la llamó.

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«Estaba inquieta»

Laura comprende ahora por qué su amiga llevaba tiempo insistiéndole en que quería hacerle una visita en Mieres. «De algo huía: de él». Ahora entiende aquella conversación, un mes antes de su muerte, en la que Susana le preguntó si el sitio era seguro, si era cómodo vivir allí y si le alquilaría alguna habitación. Hubiera deseado que nada confirmase sus sospechas de que algo no iba bien, de que «tenía barullo con él». Que la incógnita no se hubiera despejado de forma tan fatal. En verano, recuerda, «comenzamos a pillarla en muchas incongruencias. Creemos que la obligaba a mendigar, que le quitaba el dinero y la coaccionaba para que estuviera todo el día sentada», prácticamente de diez de la mañana a ocho o diez de la noche. «La notábamos inquieta, vigilante, atenta a ver quién venía por uno u otro lado».

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Pero pasara lo que pasara en el interior de aquel piso del número 8 de la plaza Primo de Rivera, «nunca perdió su alegría» ni, pese a ser muy habladora, compartió sus problemas con sus amigas. «No nos dijo nada de lo que le pasaba. Debía de tener miedo no, lo siguiente», lamenta Laura.

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Han pasado dos meses duros. Laura, como Francisco, intenta no pensar en ello para poder reponerse de la tristeza que le produce haber presenciado con impotencia cómo su amiga, «indefensa y sin valor para luchar contra lo que le ocurría», se apagaba. Mientras la causa abierta contra M. A. por un delito de lesiones avanza en los juzgados -el pasado día 16 declaró María Jesús Lastra-, pide prisión para el presunto agresor, que ha quedado en libertad. «El caso de Susana -que era transexual- tiene tintes de homofobia, pero no es un crimen homófobo, sino una muerte por violencia machista», defiende Darriba. «La mató porque se quería marchar de su lado».

La culpa, conviene recordarlo, es siempre del agresor.

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