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Fernando Morán asumió la cartera de Asuntos Exteriores en uno de los momentos más complejos de la política española. Corría el año 1982 y la transición se culminaba con el primer cambio de gobierno en España, el PSOE vencía en las elecciones de ese mismo año. Él fue el primer ministro socialista en estar al frente de la diplomacia española y, sobre la mesa, culminar la entrada del país en la Unión Europea (entonces aún bajo el nombre de Comunidad Económica Europea). La firma se produjo el 12 de junio de 1985, seis meses antes de la entrada efectiva, que se produciría el 1 de enero de 1986. Aún en plena celebración del refrendo, llegaría su cese, solo unas semanas después en julio con el objetivo de embarcarse en un nuevo destino no menor, ser el embajador de España ante Naciones Unidas. No fue un abandono del cargo voluntario sino una salida pactada tras las discrepancias en el Consejo de Ministros sobre la entrada de España en la OTAN. Morán, fiel a sus principios, se mantuvo en el no, ante un Gobierno que, entonces, empezaba a moldear su postura.
Antes de que decidiese dar el salto a la política local, enfrentándose en Madrid al popular José María Álvarez del Manzano, Fernando Morán continuaría desenvolviéndose en el ámbito político que mejor lo sabía hacer: la política exterior. Curtido en las negociaciones par la integración de España en la Unión Europea, en 1987 dio el salto al Parlamento Europeo donde permanecería como diputado -reelegido en tres ocasiones- como eurodiputado.
Si arduo fue el trabajo para cimentar la incorporación de España a la Unión Europea, no menos complicada fue la misión de reabrir la verja de Gibraltar. Fernando Morán tuvo que hacer frente a la aplicación de la Declaración de Bruselas de 1984 por la que se instaba al Gobierno a acometer dicho conflicto. La proyección de su figura también dejó impronta en centroamérica con su apoyo al Grupo Contadora. Este, posteriormente conocido como el Grupo de Río desde 1990, estaba liderado por países como Argentina o Perú y se marcó como objetivos el establecimiento de salidas pacíficas en Nicaragua o Guatemala, entre otros. Una conflicto abierto al otro lado del Océano pero del que Morán se sintió muy cercano, con su talante diplomático y de apoyo. El conocimiento del continente le venía de lejos. Tras su ingreso en la Escuela Diplomática en 1952, el asturiano trabajó en la embajada de España en Argentina. También lo haría en las de Sudáfrica y Portugal, y ya como cónsul en Reino Unido. Una dilatada experiencia que le llevaría, antes del nombramiento de Felipe González, a ser director general para Asia y África en el primer año de la transición (1976) y con José Maria de Areilza como ministro de Asuntos Exteriores.
Una dilatada carrera llena de reconocimientos y logros con homenajes que no han dejado de repetirse en últimos años. El más reciente tuvo lugar en Madrid, durante la presentación del libro 'El lugar de España en las relaciones internacionales. XXXIII Aniversario de la incorporación de España en la Unión Europea'. Allí, el presidente del Principado, Adrián Barbón, acompañado de Josep Borrell, dijo de él que «Fue el ministro que hizo realidad el gran anhelo colectivo de una España europea, reconocida como un país libre y democrático que empezaba a edificar su estado de bienestar».
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