Don Gabino el nuestro
JOSÉ MARCELINO GARCÍA
Miércoles, 15 de junio 2022, 01:51
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JOSÉ MARCELINO GARCÍA
Miércoles, 15 de junio 2022, 01:51
La vecindad, y ahora la muerte ya de don Gabino Díaz Merchán, arzobispo emérito de Oviedo, permite a la memoria el milagro de galopar por ... la vida y la geografía del pasado. Y así, de este modo, retrocediendo a los escenarios de por aquellos entonces, uno recuerda el sonido de las campanas de la catedral, un día de san Mateo, cuando don Gabino hizo entrada en la ciudad de Oviedo para ocupar la sede vacante que había dejado su antecesor, don Vicente Enrique Tarancón.
Era un mozo cuarentón, bien parecido, de abundante cabellera y, aunque contenido, sin rigidez de gesto y, como enseguida se iría viendo, ágil de mentalidad. Al decir de quienes oyeron el comentario, los canónigos de la catedral del Salvador, al ver aquel manchego, fuerte como un molino de los de don Quijote, dijeron: «Este nos va a enterrar a todos». Y efectivamente así fue, porque todo aquel rabinato fue siendo enviado, uno detrás de otro, al profundo seno de Abraham.
Don Gabino muere con 96 años, siendo el último de los obispos asistentes al Concilio Vaticano II. Y fue también el obispo más joven de Europa, cuando, con 39 años, fue ordenado obispo de Guadix-Baza, una de las diócesis más antiguas y deprimidas de España, en donde, el entonces joven obispo, ejerció su ministerio pastoral volcándose especialmente entre los más pobres. Luego vino Asturias, y aquí, don Gabino gastó los mejores años de su vida intentando poner al día a la Iglesia a él encomendada de acuerdo con las nuevas directrices del Concilio Vaticano II, no del I, como a algunos les seguiría gustando. Traía en su alma heridas de niñez producidas en la guerra civil, pero don Gabino nunca hizo uso de sus desventuras, ni las empleó contra nadie. Fue presidente, en dos ocasiones, de la Conferencia Episcopal española. La primera, elegido el día en que Tejero entraba pistola en mano en el Congreso de los Diputados. Tuvo, pues, nuestro arzobispo que sortear laberintos políticos, sociales y religiosos. Y en ellos nunca perdió la compostura, aunque algunos, con mala intención, lo sacaran manejando con aquel famoso gomero de los mineros encerrados en la catedral. Gomero que se parecía, para el que lo quisiera ver, a la honda de David contra Goliat.
Tuvo, don Gabino, una vejez tranquila acompañada por el cariño y respeto de todos los asturianos. Nunca le faltaron los cuidados necesarios que necesitó en su avanzada edad, especialmente los de José Antonio González Montoto, sacerdote y director de Casa Sacerdotal, que lo cuidó amorosa y pacientemente como un hijo cuida a un padre. Y de don Benjamín Morán, sacerdote médico, que nunca lo dejó de su mano. Tuvo siempre a su lado a nuestro arzobispo, Sanz Montes, con el que compartía episcopado, experiencias, consejo y cercana compañía.
Su sepulcro quedará en la catedral de Oviedo a los pies de la Santina, a la que él siempre tanto quiso. Y yo, que tuve el honor de poder aliviar un poco sus achaques, me acercaré alguna vez hasta allí, a poner sobre su tumba una rosa.
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