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Gabino Díaz Merchán se hizo cargo de la archidiócesis de Oviedo en 1969 en sustitución de Vicente Enrique y Tarancón. Desde entonces, se convirtió en ... uno de los dirigentes -y empleo el término en un sentido amplio- más identificados con Asturias. De Díaz Merchán nunca se dirá que fue un cargo eclesiástico que pasó por el Principado. De él, estoy seguro, siempre se hablará como el arzobispo de Asturias.
A primera vista, si sólo se repara en la lectura de su biografía, resulta difícil explicar por qué. Había nacido en Mora, un pueblo de Toledo, y sus padres habían sido fusilados durante la incivil guerra. Su único destino anterior había sido la diócesis de Guadix-Baza, en Granada. Oviedo aparentaba un bocado mucho mayor y espinado. En los años finales de la larga noche de piedra del franquismo, Asturias había dado pruebas de que no era el remanso de sumisión obrera y silencio político que deseaba la dictadura. A la huelgona de 1962 habían sucedido otras movilizaciones, y esa inquietud social también prendía en el interior de las sacristías, donde la apertura -el aggiornamento- promovida por el Concilio Vaticano II había llegado con mucha más fuerza que a otros rincones de España.
Resulta difícil explicar el porqué de esa identificación con nuestra tierra si no se pondera la personalidad de Díaz Merchán, su inmensa capacidad para la concordia y la tolerancia, para entender a quienes piensan diferente. Esas virtudes son las que le mejor le retratan. Además de cuidar los gestos -la primera misa en Covadonga, el descenso a la mina...-, se preocupó de comprender y aprehender la compleja realidad de Asturias.
Lo logró. Lo consiguió hasta tal punto que se ganó un amplísimo respeto social y político sostenido durante décadas, por encima de las creencias religiosas y de las afinidades ideológicas. Es el mismo respeto que emanaban ayer todas las reacciones al conocer la noticia de su muerte, aunque hubiesen transcurrido 20 años desde que había dejado sus responsabilidades en el arzobispado.
Un creyente destacará que Díaz Merchán supo acercar la Iglesia a la nueva etapa de libertades que vivía España. Un sindicalista -uno de los muchos con los que trató- reconocerá su actitud dialogante, siempre dispuesto a mediar y facilitar el acuerdo. Un demócrata, que fue una de las personas que más contribuyó, con Rafael Fernández, el primer presidente de la Asturias autonómica, a demostrar que la paz y la convivencia eran posibles. Todas las afirmaciones son válidas y ciertas para honrar a quien ya merece, con todos los honores, el título de el arzobispo de Asturias.
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