Como el mar, su vecino más próximo, el 'Elogio del Horizonte' es siempre el mismo y distinto. Cada momento del día, estación del año, climatología reinante, el propio estado de ánimo de quien lo contempla o la propia perspectiva desde la que se mire, cambia la impresión que transmite una de las obras más emblemáticas del escultor vasco Eduardo Chillida. Ayer, al mediodía, mientras al otro lado de la ribera cantábrica, en su San Sebastián natal se disponían las velas para celebrar el centenario del artista con un emotivo acto en el Teatro Victoria Eugenia, aquí, en la Atalaya del Cerro de Santa Catalina, la amenaza de lluvia y una temperatura propia de enero parecían despejar el entorno de la escultura del habitual reguero de paseantes que lo recorren a diario. En esa soledad la colosal escultura adquiría una dimensión sobrecogedora, la de esa suerte de gran dolmen que muchos ven en ella.
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A buen paso y con atuendo deportivo se iba aproximando al 'Elogio' la figura de José Ángel González, natural de A Caridá (El Franco) y gijonés desde hace más de tres décadas, el mismo tiempo que lleva la obra de Chillida en la ciudad. Al llegar frente a su base se detiene y observa unos segundos el paisaje. «Suelo pasar por aquí casi todos los días y me gusta pararme en este punto, no entiendo mucho de arte pero es una costumbre. Me impresiona la vista y la sensación que da esta mole», revela. También cada día acude hasta el lugar Covi Menéndez, vecina de Cimavilla, con su perra Iria. «La Atalaya es el pulmón del barrio y a mí el 'Elogio' me encantó desde el primer día. Sé que no piensa así toda la gente. En el barrio, al principio no fue muy bien vista, pero con el tiempo la mayoría la acepta como el símbolo que es de Gijón. Lo que más me atrae, la sensación de inmensidad», expresa. Honza Mrkovs y Paula Bastova, una pareja de turistas checos que recorren el norte de España, ven por primera vez la obra y cuando les proponemos que se sitúen en su centro, exclaman ambos: «¡Guau, es fantástico oír el mar!. Una experiencia increíble». Ambos se muestran entusiasmados por el descubrimiento y se hacen fotos desde todos los ángulos.
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Pero no todos los que pasan frente a la escultura sienten igual fascinación. La gijonesa Concha Llanas no duda en asegurar: «A mí no me gusta nada, nunca le he acabado de ver la gracia y eso que el sitio es perfecto para cualquier escultura. Es lo que pienso». Muy distinta es la opinión de Javier García, Begoña Ruiz y su amigo Julián. «Es una obra magnífica y un emblema de la ciudad», defiende el primero, para apuntar que «el arte contemporáneo es normal que genere críticas, pasó con 'La madre del emigrante' y ahí está», mientras sus compañeros asienten: «Es un lugar lleno de energía, te carga las pilas», afirman. Comienza a llover y la escultura vuelve a su colosal soledad.
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