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JUAN CARLOS ABAD
OVIEDO.
Jueves, 5 de noviembre 2020, 02:01
Resignación, indignación e incomprensión son tres de los adjetivos más repetidos por los comerciantes ovetenses durante el primer día de los quince de cierre decretado por el gobierno autonómico para mitigar los devastadores efectos en términos de salud pública de la covid. De los económicos se sabrá más tarde. De los psicológicos, también. Lo cierto es que ayer, sin los ejes comerciales de la ciudad operativos, las caras eran largas, el frío apretaba y en el aparcamiento de La Escandalera, natural nodo de comunicación de la capital, sus responsables cerraron la segunda planta: «No viene nadie». Vetusta dormía, a la hora de la siesta, su segunda pesadilla en menos de siete meses.
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Hay cosas que no volverán. Aquellas que la pandemia se ha llevado en fallecimientos de seres queridos y en la imposibilidad de recordar y celebrar con los presentes. Le ocurre a José Camporro, peluquero, que este 21 de noviembre iba a celebrar el cincuentenario del negocio que inició su padre. «No podrá ser», se aflige. Pese a estar abierto, el frenazo se advierte en la barbería. «Esta mañana trabajé normal, esta tarde ya ves, nadie. Me acaba de fallar uno, luego el siguiente y mañana -por hoy- no sé que pensar», reconoce.
Ni un alma por la calle, ni una cola en los supermercados como en primavera. El frío aprieta. En Independencia, Carlos Gutiérrez aguanta en el taller de su joyería, cerrada por decreto. «¿Una floristería sí y yo no?», se indigna. Una curiosa se acerca al escaparate preguntándose qué hacen tres personas adentro de la joyería. Es la hora de recoger los niños del colegio. Rapidito y a casa. Bocata en mano, se recogen en pocos minutos.
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Al mismo tiempo, en la Cámara de Comercio, representantes de los minoristas plantean sus quejas acerca del cerrojazo. «Ni siquiera se han tomado las medidas de la fase 1 de la desescalada en la que se permitía la actividad a establecimientos de menos de 300 metros cuadrados», se razona, «No hay explicación científica ni sanitaria», protestan los comerciantes. «Nunca hemos sido foco de contagio y sí de actividad», añaden.
Menos gente aún. Quedan, para los últimos rayos de luz, alumnos tomando clase de autoescuela en coche ajeno, con el profesor al lado.
Arantxa Sánchez se hace cruces a las puertas del negocio familiar, Telas Casas Germán, en El Fontán. «Acabamos de pagar los impuestos, nos suben autónomos y nos cierran sin avisar, esto es ilógico», maldice. «Menos mal que estamos sirviendo a domicilio, las clientas tienen todas mi teléfono», explica.
Por teléfono también se puede pedir pinchos de tortilla. El Santa Fe se acaba de reconvertir en un 'fast-food'. «La gente que aún viene a trabajar acaba pidiendo un café y un pincho. Es lo que queda», explica Daniel Menéndez. Que dure.
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