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Rafa Suárez-Muñiz
Domingo, 20 de marzo 2022, 02:53
Como bien dice Álvaro Armada, actual conde de Revillagigedo: «la quinta Peña de Francia es una gran extensión de terreno vinculada a la familia Ramírez de Jove desde el siglo XV entre otras muchas propiedades. Fue a partir del siglo XIX cuando se hicieron las mejoras en el jardín a partir de Álvaro Armada Valdés, que construyó el muro, el jardín de las camelias y convirtió la quinta Peñafrancia en un lugar de recreo al estilo del romanticismo del siglo XIX». Si tenemos en cuenta la fotografía aérea histórica podremos comprender que en aquella centuria se aproximaba como mínimo o bien superaba una extensión de 60 hectáreas solo de una única finca (la matriz), en otras palabras: 600.000 m2. La casa original también es del siglo XV, «aunque luego fueron haciéndose distintos añadidos al objeto de convertirla en una especie de cazadero o lugar de recreo», ya que los propietarios vivían en el mal llamado palacio de Revillagigedo. La mayor joya arquitectónica de la ciudad era el lugar de residencia principal, el palacio barroco de Cimadevilla fue ordenado construir por Carlos Miguel Ramírez de Jove, el primer marqués de San Esteban, que también da el nombre correcto a la plaza que icónicamente preside desde 1705 (levantado a partir de la torre occidental del siglo XV).
Tendríamos que hacer un importante ejercicio de imaginación para concebir que toda la hilera de robles tricentenarios que acompañan la senda peatonal de Peñafrancia como bosque de ribera genuino o la propia iglesia de San Salvador e incluso el mismo río estuvieron dentro de la actual posesión de la familia Armada Barcáiztegui hasta el último tercio del siglo XIX. Tenían un inmenso bosque en casa, es más: tenían un monte en casa, el monte Deva. Seguramente esa rectificación parcelaria fue la que dio lugar a que esta noble saga hiciera obras para sus vecinos y colonos tales como el mayor complejo hidráulico del municipio el lavadero-bebedero y fuente del güeyu Deva, ya que ellos ya tenían otro enorme lavadero dentro de la finca. De la quinta de Peñafrancia, al igual que se decía de la Universidad Laboral en la autarquía, podríamos decir que era una «ciudad en sí misma», ya que era una finca autosuficiente, basada en la economía forestal y agroganadera de autoabastecimiento, amén de contar con todo lo necesario para cumplir una elitista vida residencial y una función de ocio dentro de una residencia secundaria tan alejada y rústica.
En la parte central de la heredad se dispuso longitudinalmente el palacio principal; no pensemos en una construcción estéticamente recargada sino todo lo contrario: una adición de volúmenes en este conjunto rectangular con la aparición de «una nave construida como garaje por el bando republicano en la Guerra Civil» y a continuación la casa que alberga las cuadras, indica Casilda Armada. La visual de este complejo en verano es todo un deleite cuando la fachada principal abierta a mediodía se pone de color fucsia al estar totalmente cubierta por buganvillas. Ante el primitivo conjunto palaciego se dispone un jardín aterrazado salvando la tendida pendiente. El primer cierre se efectuó con boj y rodea un primitivo estanque circular al que se accede bajando una escalinata y dispone de una fuente en medio que emanó agua hasta el año 2000. Las copas, mesonas y demás mobiliario le confieren ese aire de salón isabelino. Otro nivel inferior tenía cinco hileras de limoneros adehesados y un tercer nivel con otras cuatro alineaciones más juntas, que sumaban un total de 120 unidades. Bajo el cual se disponen las antiguas huertas y unos establos. A continuación se halla la histórica cancha de tenis por cuyo flanco suroccidental se delimita con dos manchas vegetales: una es el bosque de bambú «donde algunas cañas tienen hasta 10 cm de diámetro» y la otra es un histórico vestigio de bosque atlántico mixto de ribera (robles, arces, fresnos y laureles) que aparece en torno a un regato que se forma cuando hay sobreprecipitaciones y «desagua en el güeyu Deva», apostilla Carmen Armada.
Entre las cuadras y la salida de la finca por donde El Chabolu hay una doble hilera de 200 tilos que «fueron plantados cuando murieron los olmos negrillos por la grafiosis» apunta Casilda Armada con sorpresa, ya que «sobre los tocones de los talados han vuelto a brotar cañas y parece que son inmunes». Quien recuerda que su madre tenía muy buena mano para las plantas, especialmente para los rododendros. Todo este largo camino se encuentra jalonado por extensos prados que se usan para meter caballos y al fondo se encuentra el picadero donde los llevan particulares a entrenar. Ramón Pérez es tanto el jardinero como el encargado de cuidar los caballos. Pegados a la capilla de Nuestra Señora de Peñafrancia se yerguen dos cosas únicas, los eucaliptos más altos (más de 60 metros), más gruesos y más antiguos de Asturias, los primeros que se plantaron en la región, hace más de 200 años, sin lugar a dudas como bien señala el doctor Álvarez Brecht (2009), algo colosal cuyo diámetro se ha visto favorecido por la proximidad del río.
Llegamos a la jardinería y, como rasgo común, la alta sociedad del Antiguo Régimen tenía «la necesidad o apetencia de disfrute de espacios vegetales», como señala el catedrático Quirós (1991). A mediados del siglo XIX estas necesidades ociales se satisficieron con la creación de jardines aristocráticos, quintas de recreo, casas de campo o casas de placer. Esto era un coto señorial, un monte con sus correspondientes bosquetes y un coto de caza también. Ya hemos visto el delicioso y esmerado jardín francés, pero en esta ocasión señalaremos dos estilos de jardín y dos corrientes distintas.
Hubo un jardín paisajista inglés que estaba frente al geométrico francés, al otro lado del camino de acceso. En el último tercio del siglo XIX, Álvaro Armada y Fernández de Córdoba hizo un espectacular invernadero romántico con una clara inspiración en el Palacio de Cristal de Madrid, que también fue concebido originalmente por Ricardo Velázquez Bosco, en 1887, como un invernadero. Era de planta rectangular y del mismo estilo romántico de la arquitectura efímera del hierro con predominio de las superficies acristaladas; ante el cual, los condes de Revillagigedo hicieron un lago navegable con embarcadero, barquitas y su propio bañero. «El estanque y el invernadero los conocí de pequeña aunque ya en estado decadente», recuerda Casilda, quien ahonda más en su infancia —década de 1960— y memora que, dada la magnitud de aquella finca y la potencia familiar, «cuando éramos pequeñas, en tiempos de mis abuelos, había 40 personas de la zona trabajando aquí». Colonos que cumplirían labores de caseros, cocheros, herreros, jardineros, lavanderas, ganaderos, amas de cría, servicio doméstico, etc. «De aquella [en Deva] no había con qué entretenerse y nosotras íbamos al lavadero, era muy divertido, se juntaban las lavanderas y los mozos que llevaban las vacas a beber al río y había ligoteo», recalca. Algo que también apuntaba su hermana Carmen, que también iba al lavadero de dentro de casa y al de fuera ya que «de aquella no había lavadoras».
Las irreversibles obras de la autovía del Cantábrico fragmentaron y afectaron para siempre a la finca matriz. Tenían un montón de fuentes debido a la gratuidad de la continua aportación de agua, tanto de escorrentía y de lluvia como de las regueras y ríos que cruzaban la finca, y hasta de un manantial que tenían debajo. Entre 1992 y 1993 comenzaron los procesos expropiatorios, llevándose consigo el campo de futbol Revillagigedo que tenían enfrente del cierre de la propiedad principal, y al comenzar las obras en 1999 se terminó de perder todo ese circuito hídrico. El lago desapareció y se rellenó para convertirlo en prado de aprovechamiento ovino. Encima encontramos cinco vetustas palmeras canarias, washingtonianas, falsas tuyas, cipreses de Lawson, fresnos y genuinos robles de 200 y 300 años.
En el lateral occidental de la casa primigenia se encuentra una de las grandes maravillas del mobiliario asturiano: la fuente monumental de 1785 con seres mitológicos, traída del palacio de Villanueva que también era de la familia. La rodea un bosquete de robles y un jardín clareado donde encontramos un moteado de camelias plantadas hace 30 años, arces japoneses, hayas, abedules, plátanos, ciruelos rojos de Japón, un manzano, un naranjo, una magnolia, lantana, etc.
Cada palacio tiene un tipo de jardinería. La joya de la corona dado su atractivo y su singularidad es el jardín formado en el altozano donde se construyó el palacete, hace 160 años, para el matrimonio de Álvaro Armada Fernández de Córdoba y María del Carmen Rafaela de los Ríos-Enríquez Miranda de Grado. Carmen Armada recuerda que «cuando lo heredé de mi abuela: aquí había ovejas que subían al porche, ya que la casa estuvo deshabitada» entre 1966 y 1975, año en que Carmen Armada contrajo matrimonio con Pedro Argüelles, quien contribuyó decisivamente en el arreglo de la casa. Se trata de un jardín en espiral que es único en Asturias y se ha ido haciendo inconscientemente siguiendo las curvas de nivel, pero el resultado a vista de pájaro es una perfecta disposición circular. El palacio de arriba es una de las tres construcciones más bellas del municipio y la que cuenta con las vistas más privilegiadas de Gijón. Desde la acogedora galería de madera de castaño se ve todo Gijón hasta el mar. Su caracterización reside en el estilo francés de la ornamentación (escalinatas, barandillas, escaleras ondulantes del jardín) y del remate con esas características cuatro torres culminadas por chapiteles cubiertos por lajas de pizarra. Detrás cuenta con la casa de caseros y el palomar.
En el ascenso por este jardín nos encontramos magníficos volúmenes de rododendros, azaleas, camelias-azaleas, hortensias, magnolias caducifolias de Soulange con espectaculares flores violetas y lilas en forma de tulipa, hayas comunes, hayas rojas, robles tricentenarios entre ellos alguno llamativo sin podar, castaños de Indias rosas, caquis, laureles de formas complicadas, ciruelos rojos de Japón, rosales, aloe, higueras, piescales, naranjos, falsas secuoyas enormes de unos 60 años, una picea, un abeto péndula, un espectacular alcornoque y plátanos. Hacia el norte, delante de la galería, se dibujan bellas formas prismáticas de boj junto a una escalinata rodeada de hortensias de verano e invierno para bajar a la enorme pradera donde Carmen dispuso cuatro espectaculares magnolias caducifolias con forma de bola y algún membrillo japonés. A modo de cierre veremos enormes pantallas de eucaliptos plantados para servir de barrera acústica y visual con la autovía.
Al norte, junto a las huertas, se encuentra un coqueto invernadero en el que Blanca, la guardesa, se encarga de cuidar las especies más delicadas con mucho mimo y buen gusto para luego plantarlas en el jardín.
En definitiva, la quinta de Peñafrancia, el mayor latifundio de Gijón y el mayor jardín privado del municipio no podía ser otra cosa que un jardín de jardines, con especies de todos los continentes fértiles y disfrutable en las cuatro estaciones. La variedad botánica es desbordante, se requeriría fácilmente una semana para catalogar y clasificar todas las especies y, sobra decir, que totalizarlas. En cuanto a variedades, tranquilamente rondará las 600 especies distintas (de bosque original y de implantación) pero en cuanto a totalidad hablamos de muchos miles de ejemplares.
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