Los familiares y amigos de Senén Álvarez y José Emilio Menéndez acudieron al tanatorio de Cabueñes para dar un último adiós a los gijoneses. Jorge Peteiro

Senén Álvarez volvía a Gijón desde Avilés tras hacerse unas pruebas médicas

Senén Álvarez. 77 años, Gijón ·

Durante muchos años regentó una asesoría fiscal en la gijonesa calle de Donato Argüelles, donde era muy conocido

P. SUÁREZ

GIJÓN.

Miércoles, 5 de septiembre 2018, 00:56

Senén Álvarez llevaba doce años jubilado y disfrutaba de una vida tranquila. No tenía mujer ni hijos, por lo que la mayoría de los días quedaba con algún amigo para tomar café o dar un paseo. Álvarez tenía varios hermanos y un buen número ... de primos, con los que mantenía un contacto «casi diario». El día del fatídico accidente que acabó con su vida, este gijonés volvía a la ciudad después de haberse sometido una serie de chequeos médicos en un centro de salud avilesino. «Allí tenía un buen número de amigos, y creemos que uno de ellos trabajaba en la sanidad, por lo que siempre prefería acudir allí a realizarse los controles médicos». Unas pruebas que eran meros trámites, puesto que Álvarez gozaba de muy buena salud y disfrutaba de una vida repleta de actividades. «Estaba muy bien. Estas cosas no te las esperas y esta siendo duro asimilar su pérdida. Le veíamos mucho y siempre mostraba un gran estado de salud pese a la edad», decía uno de sus primos en el tanatorio de Cabueñes.

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Antes de jubilarse, Álvarez dedicó toda su vida laboral a regentar una gestoría en la gijonesa calle de Donato Argüelles. Un negocio desde el que llevaba años asesorando a varias generaciones y por el cual era muy conocido en la zona centro de la ciudad. «Fueron muchos años trabajando en el mismo sitio, por lo que mucha gente lo conocía. Era una persona muy querida», afirmaron sus familiares, quienes recibieron la llamada de la Guardia Civil pocas horas después de que se produjese el fatal choque. «Lo vimos por la tele, pero hasta que no nos llamaron directamente no pensamos que pudiera estar entre los pasajeros del autobús», contaron.

Trataba su familia de encontrar consuelo recordando anécdotas, con evidente cariño. Como las dificultades que encontraba a la hora de manejar su teléfono móvil. «Le dimos uno para poder estar siempre en contacto con él, pero nunca logró entenderlo del todo. No se aclaraba bien con los botones».

De hecho, por eso no llegaron siquiera a intentar comprobar con una llamada si estaba en el vehículo siniestrado. «No sabemos donde quedó el móvil ni tenemos la certeza de que lo llevase encima. Lo normal habría sido llamarle para ver si nos respondía y saber si le había pasado algo, pero sabíamos que no lo iba a coger», explicaron.

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