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Suena el teléfono en Cáritas. Llama un responsable del Hospital Universitario Central de Oviedo (HUCA). No es la primera vez. Desde el centro sanitario recurren a Cáritas cuando se encuentran con un paciente al que hay que dar de alta, pero que no tiene a ... dónde ir. En esta ocasión, la situación es especialmente dura: una joven con serios problemas visuales tras un accidente está a punto de quedarse en la calle. Sin nada. Ni vista.
Ella quiere salir con nombre, apellido y mostrar su imagen, pero su seguridad personal aconseja que figure solo como M. Una chica de 27 años que nació en un país musulmán, pero que desde los tres años es asturiana. Aquí llegó con sus padres y hermanos y aquí desarrolló su vida. Buena estudiante, con ambiciones profesionales «me hubiera gustado estudiar Derecho o Trabajo Social», la muerte repentina de su madre, con poco más de 50 años, y la de su padre, dos años después, la dejaron huérfana.
«Tenía 19 años y ya no pude estudiar, porque mis hermanos tenían su vida hecha y, además, no nos llevábamos muy bien». Todos ellos varones, entendían que la benjamina de la casa debía volver a su país de origen, para vivir una vida sumisa a un marido y tener hijos.
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«De repente me vi en aquel país, sin pasaporte, ya que uno de mis hermanos me lo quitó. Estaba secuestrada». Sin embargo, su voluntad férrea de vivir independiente la llevó a ahorrar en secreto y acudir a una Comisaría. «Les dije que había perdido el pasaporte, porque si digo que me lo había quitado mi hermano me obligarían a volver con él».
Con el pasaporte y el dinero voló a Asturias, decisión que hizo saltar por los aires la relación con la familia. «Se puede decir que me han abandonado porque soy una mujer musulmana que exige sus derechos». Unos que pasan «por no usar velo, por utilizar bikini, por reclamar mi parte de la herencia de mis padres (una casa en el pueblo), que no me dan porque soy mujer».
Una soledad familiar que no le ha importado demasiado. «Porque volví a Asturias y me puse a trabajar. Siempre he sido independiente, he tenido mi sueldo, mi casa y pareja», un 'siempre' que saltó por los aires cuando tuvo el accidente. «Me di un golpe trabajando y tuve desprendimiento de retina en el ojo derecho». En ese momento descubrió que sus problemas de visión en el izquierdo «eran por una catarata». Y, también descubrió que estaba contratada por media jornada «cuando trabajaba ocho horas». Y que su pareja la dejaba. Y que perdía la vivienda. «Para volver a la habitación que tenía alquilada, tenía que empadronarme para recibir ayuda a domicilio. Pero la dueña se negó».
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Chelo Tuya
Deja claro que «no quiero vivir de ayudas, quiero trabajar como he hecho desde los 19 años. A veces, entrando a las 6.30 de la mañana y saliendo 24 horas después. Otras, con un jefe que me acosó sexualmente. Pero siempre trabajé. Si ahora necesito ayuda es porque estoy enferma (tiene que volver a operarse) y sin paro».
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