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Está nerviosa. Mucho. Comprueba una y otra vez la foto que le acaban de hacer «porque no quiero que me reconozcan». No porque se avergüence de su situación, «sino porque nadie tiene que saber cuánto gano o cómo salgo adelante». Es su hija mayor, ... que la acompaña en la entrevista, la que elige el nombre ficticio: «Ponga Flora, que le queda bien». Así que Flora quiere contar cómo es el perfil mayoritario de la pobreza en Asturias: una mujer con hijos a cargo y sin más red familiar. «Estoy separada, aunque me llevo bien con mi 'ex', lo cierto es que la casa la llevo yo y mantengo a mis cuatro hijos». Una familia monomarental que encabeza ella, en la treintena, con hijos entre los 18 y los 6 años.
Esas cargas familiares son las que la hacen sentirse atada de pies y manos a la hora de buscar trabajo. «Claro que quiero trabajar, si he trabajado toda la vida, pero ¿dónde voy yo con cuatro personas a mi cargo, una de ellas de seis años? ¿Los dejo solos todo el día a su suerte?».
Aunque sus hijas mayores tiene ya 18 y 16, «los otros dos tienen 12 y 6. Además, las mayores también necesitan que estés encima de ellas». Y suma más restas. «No tengo estudios ni carné de conducir. La verdad es que yo también entiendo a los empresarios: ¿voy a contratar a esta que tiene que llevar y recoger a sus hijos del cole? Pues no lo hacen».
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Por ese motivo, «ahora mismo, mis hijos y yo vivimos del salario social porque me niegan el ingreso mínimo vital». Pese a cumplir los requisitos, «en 2020 me lo denegaron porque contaban los ingresos del entonces mi marido en 2019. ¡Pero si en 2020 yo no tenía nada!».
Tras la denegación, llegaron los recursos «durante unos meses, gracias a que tuve una ayuda de emergencia municipal, porque, si no, no sé que sería de nosotros». La concesión del salario social «fue un paso, pero sigo insistiendo en que tengo derecho al ingreso mínimo vital».
Mientras, participa en todos los cursos gratuitos que le ofrecen «tengo hasta el carné de manipulador de alimentos» y tira con 750 euros al mes, «que no dan para nada, porque, además de ser poco dinero, ahora todo ha subido mucho».
Tanto que viven, básicamente, de pollo y pasta. «¿Cómo les voy a dar ternera o pescado. Puedo comprar para uno, pero el resto ¿mira para él?». Y no solo hay recortes en la alimentación, también en el confort en la vivienda. Este invierno, anuncia, «no habrá calefacción», porque en la pandemia «me cortaron el gas en pleno diciembre. Una semana estuvimos sin poder comer caliente ni lavarnos ni calentarnos». Este año se cura en salud.
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