Coronavirus | «Cuando eres joven, hasta que enfermas crees que el coronavirus no va contigo»

Habla pausado. Y aún tiene algo de tos. Y asma, pero esa enfermedad le vino de serie. «También la tiene mi madre». Este año cumple 22 años y es una de las españolas de su generación que ha sufrido la COVID-19. «Porque sí, los jóvenes también enfermamos de coronavirus. Y no es una broma». A ella la mantuvo aislada en una habitación con fiebre, dolor de garganta y estómago durante 40 días.

Loreto Cores Barbacid (Madrid, 1998) ha vuelto estos días a Luanco, a la villa de la que procede su familia y a la que ella viaja desde Madrid cada verano. «No hemos sentido 'madrileñofobia' en Asturias. Sí que noté aprensión a lo de '¿vienes de Madrid?' en otros sitios, pero no aquí».

Con mascarilla, distancia «de al menos un metro, es imprescindible» y protección, la estudiante de Bellas Artes que espera culminar en octubre su carrera -«los profesores nos han ampliado el plazo para presentar el TFG»- deja claro que esta enfermedad «es seria», pero también asume que «cuando eres joven, hasta que no enfermas crees que el coronavirus no va contigo».

De hecho, ella tampoco pensaba que afectaría a sus padres, que están empezando la cincuentena, cuando el 15 de marzo, 24 horas después de que el Gobierno decretara el estado de alarma, Fernando Cores comenzó a encontrarse mal. «Tenía mala cara y decía que le dolía todo el cuerpo. Y tosía». Pese a que la COVID-19 obligaba a parar el país, no creyó que su padre, que aún no ha cumplido 52 años, estuviera afectado.

«No correspondía al perfil del que nos hablaban: ni era una persona mayor de 65 años ni tenía patologías previas». Tanto es así, que en su casa, en la que Loreto vive, también, con su madre, Marta Barbacid («pese al apellido, no tiene nada que ver con el investigador», precisa) y con su hermano, Fernando, todos dieron por hecho que el patriarca tenía gripe. Pero se equivocaban.

«La fiebre comenzó a subir. Se encontraba peor» y comenzó el peregrinar telefónico para encontrar respuesta. «Era desesperante. Las urgencias estaban colapsadas. Cuando contestaban, te decían que te llamarían en breve, pero nunca lo hacían». Al final, un médico apuntó la necesidad de ingresar a Fernando. «Pero nuestro hospital de referencia es el de la Princesa, especializado en personas mayores, y mi padre creía que él no estaba como para quitar cama a nadie más grave».

Perono lo quedó más remedio. Una semana después, Fernando Cores ingresó en un hospital privado con COVID-19 confirmada y una neumonía bilateral. «Nos quedamos paralizados cuando mi madre volvió de urgencias sin él. No creíamos que tuviera que ingresar». Dos semanas permaneció en el hospital, periodo del que no guarda recuerdos. «Es curioso», precisa su hija, «es consciente de que estuvo en el hospital, recuerda a su compañero de habitación, pero no tiene la sensación de haber estado allí».

Mientras su padre estaba ingresado, Loreto comenzó su proceso. «Di positivo y estuve 40 días con fiebre, aislada en mi habitación». Lo suyo comenzó «con dolor de garganta y, pese a que mi padre ya estaba ingresado, no creí que fuera coronavirus».

Porque, insiste, «nos decían que era una enfermedad de mayores» y, sin embargo, en su caso «mis dos abuelas han pasado la pandemia sin contagiarse. Y nosotros estuvimos todos enfermos en casa, salvo mi hermano, que dio positivo, pero asintomático».

Sabe que muchos de sus compañeros de generación «tienen la sensación de que les han robado dos meses, así que ahora quieren recuperarlos». Ante eso, es rotunda: «No se puede tener miedo a vivir, pero todos tenemos que ser responsables».