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PABLO SUÁREZ
GIJÓN.
Jueves, 6 de septiembre 2018, 03:39
El brutal impacto de autobús contra el pilar del puente de la autopista a su paso por Llaranes se ha saldado con cinco víctimas mortales y más de una decena de heridos. Sin embargo, de no haber sido por la rápida actuación de ... los testigos del choque, podría haber sido todavía peor.
Dos jóvenes llamados Alejandro, Javier, Germán y Orlando conforman un equipo de cinco buzos con base en Gijón profesionales que volvían de realizar una operación en el puerto de Avilés cuando se encontraron con el autobús siniestrado pocos minutos después de que hubiera sufrido el terrible impacto. «Actuamos lo más rápido posible, pero siempre te queda la duda de si podías haber hecho más por alguno de los heridos», decían ayer.
«En la carretera vimos los restos de los pivotes y alguna chapa, pero no fuimos conscientes de lo que había sucedido hasta que nuestro jefe empezó a gritar que había un autocar empotrado contra el puente», relataban.
Estos cinco jóvenes no lo dudaron ni un instante. Detuvieron las furgonetas comenzaron a desplegar todo el equipo (cuerdas, ganchos, cuchillos, bombonas de oxígeno...) que guardaban en los maleteros y corrieron a socorrer a las víctimas. «Lo primero que vimos según nos acercábamos al autobús fue a dos personas que habían salido despedidas por el golpe. Certificamos su muerte y fuimos a ver cómo estaban el resto. En situaciones así no puedes perder un solo segundo con una persona que ya ha muerto», cuenta Germán.
La primera persona a la que atendieron fue al conductor, quien tenía medio cuerpo colgando por la parte exterior de la luna frontal, aunque estaba perfectamente consciente. «Presentaba una pierna amputada, otra atrapada entre los hierros y un fuerte golpe en la cabeza. Decía constantemente que se iba a morir a la vez que repetía su nombre. Yo le decía que no era para tanto y que esa noche cenaba en casa. Así conseguimos que se relajara un poco», relata de nuevo Germán, quien ayudado por otro de sus compañeros consiguió alzar al herido y, tras cortarle el pantalón, que se había enredado en la carrocería, sacarlo del vehículo. «Una vez lo tuvimos fuera vimos que tenía un muñón ligeramente por encima de la rodilla. Rápidamente pusimos la pierna en alto y le hicimos un torniquete con un cinturón y un cuchillo para evitar que se desangrase», explica este buzo, quien también apreció que un ojo del chófer estaba completamente cerrado. «La hemorragia no era exagerada teniendo en cuenta que acababa de perder una pierna. De hecho, tuvo la fuerza suficiente para agarrarse a mis hombros y alzarse por encima de la luna frontal», detalla.
Mientras Germán se ocupaba de estabilizar al conductor, sus compañeros se esforzaban por, armados con un tablero de las obras, forzar la puerta lateral del autobús y poder acceder así al interior del vehículo. «Dentro no había gritos. Algunos pasajeros lloraban y otros estaban perfectamente conscientes y pudieron salir por su propio pie», relata Roberto, uno de los primeros en entrar en el vehículo siniestrado.
Tras pedir a cada uno de los heridos que intentasen mover los pies y las manos para así certificar que no sufrían daños en la columna, los improvisados rescatadores procedieron a romper una de las ventanas de emergencia, además de algunas filas de asientos que estaban atrapando a las víctimas. «Fuimos sacando a varias chicas por la ventanilla. Un compañero las ayudaba a salir y yo las bajaba a hombros», relata el buzo, quien en el interior del autocar también pudo constatar la muerte de algún pasajero más. «La parte trasera del bus estaba prácticamente intacta. Sin embargo, las filas delanteras eran un amasijo de hierros entre los cuales vimos a algún pasajero ya fallecido», dice.
La actividad de los jóvenes buzos fue tan crucial como coordinada. Prueba de ello son los escasos quince minutos que tardaron en sacar a los heridos del autobús y estabilizar a los más graves, que pasaron a ser medicalizados una vez llegaron al lugar los servicios de emergencias. «Hubo un par de pasajeros a los que no conseguimos excarcelar pero, en general, pudimos ayudar a la gran mayoría», indica Germán. Tal fue la extrema atención prestada a las víctimas del accidente que en algunos casos, antes de la llegada de los sanitarios, los buzos incluso proporcionaron oxígeno a los que presentaban una mayor ansiedad. «Afortunadamente contábamos con las bombonas de oxígeno y pudimos atenderles correctamente», cuentan quienes, lejos de buscar cualquier tipo de protagonismo, abandonaron la zona del accidente poco después de que se llegaran allí las ambulancias y los agentes de la Guardia Civil. «Una vez la situación estaba controlada, lo único que podíamos hacer allí era estorbar», afirman con humildad.
Sin embargo, de no ser por su eficaz intervención, la desgracia podría ahora ser mucho mayor de lo que ya es. «Son las casualidades de la vida. Nos tocó encontrarnos eso a nosotros, que somos personas preparadas para estas intervenciones y procedimientos de socorro», indica Roberto, quien no obstante considera que estos procedimientos deberían ser «asignatura obligatoria» en todos los centros educativos. «Se ha demostrado que con las nociones básicas de reanimación y auxilio se puede salvar vidas», destacó. En los próximos días serán citados por la Guardia Civil para que aporten su testimonio para tratar de aclarar qué sucedió.
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