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Quince sesiones del juicio por la muerte de Javier Ardines terminaron la pasada semana en lágrimas. Las mostraron los dos supuestos sicarios acusados de ejecutar al edil llanisco en 2018 y las tuvieron que contener los parientes de la víctima presentes en la sala, convencidos ... como están de haber asistido a una representación.
«Te lo juro por mis hijos, yo no maté a ese señor», repitió una y otra vez Djillali Benatia. «A mí me la ha jugado la Guardia Civil. Todo es mentira, te lo juro», agregó. «Yo no he estado en Asturias. No maté a vuestro familiar», dijo, dirigiéndose a las hermanas de la viuda. La suya es una de las posiciones más complicadas.
Cuando fue detenido reconoció haber participado del plan para acabar con Ardines. En el juicio afirmó que aquello lo dijo presionado. «La declaración no es mía, es forzada por la Guardia Civil», insistió. «Mejor que declares y que te caigan dos años, que si no vas a ir por asesinato y no verás a tus hijos en tu puta vida», aseguró que le contaron. De eso fue también la última sesión del juicio, de encontrar otra explicación a los indicios sobre los que se apoyan las acusaciones.
Benatia llegó a decir que «desde 2013, que tenía yo 24 años, no he vuelto a cometer un delito hasta ahora. Cometí errores de joven, algún robo menor, y lo pagué». La noche de autos las acusaciones sostienen que cogió su coche, llamó a su paisano Maamar Kelii, y lo recogió en su barrio de Bilbao para hacer el fatídico viaje a Llanes. «He llamado a Maamar muchas veces por la noche. Si lo hice a las tres esa vez hay dos cosas que me puedo imaginar: que quería pedirle 50 o 60 euros para irme de fiesta o que hablé con su sobrino para que me dejara material de pescar».
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En ese punto las coartadas colisionaron. Momentos antes el letrado de Kelii, Fernando de Barutell, había mantenido que su cliente pasó aquella noche durmiendo en casa con su mujer, y sugirió que en realidad quien respondió al teléfono y bajó a la calle a atender a Benatia habría sido un sobrino, quizás «para fumar un porro». Sostuvo como posible que en esa charla en algún momento al sobrino se le escapara el teléfono móvil al interior del coche de Benatia y que por eso luego la Guardia Civil geolocalizó el terminal en Llanes. El abogado mantuvo que lo único que sabe su cliente es que aquella noche el teléfono lo extravió. «Yo el primer día de juicio perdí una Montblanc y tampoco fui a la policía a denunciarlo», puso de ejemplo. Al sobrino no lo llamó a declarar por el tono «casi inquisitorial» que estaba empleando la fiscal, adujo. No reveló lo que habría dicho «por secreto profesional» pero sí deslizó que «igual nos sorprende a todos».
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Hasta la pasada semana las defensas trataban de no perjudicarse unas a otras, armisticio que decayó. De Barutell solicitó al jurado que apuntara un folio del sumario. Quería que vieran cómo Benatia dijo que el día después del crimen llamó a su paisano por la mañana, cuando esa conversación se registró a las 17.35. «El señor Benatia faltó a la verdad. Eso hecha por tierra su declaración», subrayó.
Su cliente, Kelii, también hizo uso del turno de última palabra, pero fue más escueto: «Yo no he matado a nadie, soy inocente. Al contrario, agradezco a España que me abrió las puertas, he venido aquí a mejorar mi vida, no a matar a alguien». Su letrado compensó esa escasez de palabras con abundantes argumentos. El billete que la acusación sostiene el supuesto sicario compró para huir a Argelia sería en su versión un viaje programado desde antes; el spray de pimienta encontrado en su casa comparte elementos con el usado para aturdir a Ardines, pero «no todos. Si no entendí mal, es como si tienes dos colacaos, y uno tiene 18 cucharadas y otro dos, la composición es la misma pero no en las mismas cantidades».
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Adrián Fernández, representante de Benatia, recordó al jurado que la ley les impide utilizar la confesión de su cliente en fase de instrucción como sustento de una eventual condena y cuestionó el retrato que los investigadores hacen: «Según ellos Djillali es precavido como para apagar su teléfono móvil el día del crimen y tirarlo después, pero va a Llanes en su propio coche, no coge otro, y pasa delante de una cámara porque es imbécil».
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R. MUÑIZ
Luis Mendiguren, defensor de Jesús Muguruza, mantuvo que su cliente tiene «intacta» su presunción de inocencia y concluyó reviviendo el 'caso Wanninkhof', donde se acusó a Dolores Vázquez injustamente apuntando «a los celos. Eso me suena. Yo ahí lo dejo».
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