Así dibujó una niña de once años al equipo que la trata el dolor que le provocaba la situación que vivía en su hogar de forma cotidiana.

«Cuando oigo un golpe y dejan de gritar me pongo nerviosa porque no sé qué pasó...»

Niños asturianos, hijos de padres maltratadores, relatan en las terapias psicológicas cómo vivieron los insoportables capítulos de violencia continuada en sus hogares. Algunos sufren secuelas de por vida. Este año el 25-N quiere poner el foco en esa infancia castigada

Domingo, 24 de noviembre 2019, 02:41

Esa noche nos escondimos para que no nos encontrase. Esperamos hasta que abrieron la panadería y desde allí pudimos llamar a la Policía. Nos recogieron y nos llevaron a un albergue provisional. Nadie nos preguntó nada. Ni un '¿cómo te sientes?', ni un '¿necesitas ayuda?'. Nos quedamos ahí con nuestro dolor, con todo lo que llevábamos dentro... Y eso te marca de por vida». El testimonio, real, forma parte del vídeo 'La herencia' con el que el Principado ha querido poner el foco, este 25-N, en las otras víctimas de la violencia de género. Víctimas, hasta hace no tanto, invisibles.

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La última macroencuesta sobre violencia de género realizada por el Ministerio de Sanidad, la de 2015 -el estudio se lleva a cabo cada cuatro años- señala que el 63,6% de los hijos e hijas de mujeres maltratadas fueron testigos de alguna situación de violencia. El 92,5%, siendo aún menores de edad. Es el caso de Laura (es un nombre ficticio), asturiana de once años. Las fuertes discusiones eran algo frecuente en su casa. Para no escuchar los gritos, subía el volumen de la televisión. «Me pone nerviosa sobre todo, cuando oigo algún golpe y dejo de escucharles gritar y no sé lo que ha pasado», le contó en una sesión a la psicóloga Cristina Díez en el centro de terapia familiar al que acudía. Sus padres se divorciaron. Ella se mudó con su madre a otra casa, más próxima al nuevo colegio en el que tuvo que matricularse, pero en la que, confesaba, «me cuesta dormir».

Los episodios de violencia física y emocional de los que había sido testigo habían hecho mella ella. «A mi padre le tengo que ir a ver al Punto de Encuentro. Yo allí intento jugar toda la hora para que no me pregunte nada de mi madre. Esto me pone muy nerviosa. Me duele la barriga por las mañanas, así que no desayuno porque si no, vomito».

El insomnio y las alteraciones del apetito son algunas secuelas comunes en mujeres, menores y adolescentes víctimas de violencia de género, apunta la psicóloga de la Red de Casas de Acogida del Principado Noelia Bada. Secuelas que, en el caso de los menores, «son muy graves» y que «si no se atajan bien en su momento, van a estar ahí» aunque «es cierto que su resiliencia es muy importante». Como en el caso de sus madres, las secuelas de la violencia de género «siempre son a largo plazo».

«Estar expuesto a modelos de crianza negativos donde se desprestigia, se controla e incluso se agrede a una de las personas de las que dependes emocionalmente, tu madre, puede tener una influencia muy negativa sobre el desarrollo físico, emocional y cognitivo de niños, niñas y adolescentes», explica Cristina Díaz, que centró su tesis doctoral precisamente en el estudio de estas 'víctimas invisibles'. Víctimas como Andrés o Paula (también nombres ficticios), autores de los otros dos dibujos que acompañan este reportaje. La niña, de siete años, sufría terrores nocturnos. Soñaba con el asesinato de su madre, víctima de violencia de género durante años. Cuando sus padres se separaron, ella adoptó el rol de cuidadora de la madre «y teme que le pase algo», relata su psicóloga. Cristina Díez la retrata como «una niña sin aparente sintomatología de tipo externalizado, buena estudiante, con buen comportamiento, pero con muchos síntomas somáticos (dolores de estómago) especialmente cuando viene de ver a su padre del Punto de Encuentro Familiar».

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Andrés, de catorce años, tuvo que ir a vivir con su madre a una casa de acogida tras presenciar múltiples escenas de maltrato físico por parte de la pareja de ésta. «Era un chico con mucha ira acumulada». Una ira que expresaba «con iguales, profesorado... por lo que antes de conocerse lo que estaba viviendo se pensaba que tenía un problema de conducta», explica Díez.

Sus casos, y los de los al menos 840.000 niños y niñas (el 10% de los menores de todo el país) que, según se estima, han estado expuestos a la violencia de género sufrida por sus madres «no representan la realidad», considera la psicóloga, hoy jefa de Sección de Familia del Instituto Asturiano para la Atención Integral a la Infancia. «No son más que la punta del iceberg», advierte.

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«No quiero ser como él»

Manuel (nombre ficticio) es hoy un joven cabal de 24 años que ha concluido sus estudios universitarios, tiene trabajo y una relación estable basada en el respeto y la comunicación con su pareja. Todo lo contrario de lo que vivió en su casa durante casi dos décadas, bajo una figura paterna «egocéntrica, dominante, machista», a la que se enfrentó cuando la edad y la consciencia de que lo que ocurría en su familia no era «lo que veía en otras» le hicieron reaccionar. Con consecuencias, porque «quien acababa pagándolo era mi madre». Una madre que durante años sufrió violencia psicológica, «mucho más fácil de ocultar», hasta que las mentiras, los desprecios, los gritos y las broncas fueron a más y se convirtieron, como Manuel había previsto, en esa «bola de nieve que iba a arrollarnos».

Las agresiones físicas fueron el detonante para que su madre se decidiera a romper la relación y denunciar a su maltratador. Manuel la acompañó en todo ese proceso y lo que presenció en los juzgados, cuenta, le resultó tanto o más doloroso. «Lo que ves es totalmente descorazonador. Es una deshumanización total, una falta de sensibilidad con las víctimas cuando están en un momento trascendente en que se debaten entre poner fin a ese círculo de violencia o volver a casa... Si te soy sincero, entiendo que haya quien no dé el paso y opte por no seguir adelante. Mi madre me lo dijo: 'No merece la pena pasar por este sufrimiento otra vez'». Al final, siguió adelante y hoy está a la espera de juicio.

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Manuel, que sabe que ella «aguantó por mí» años de violencia machista, dice también que lo vivido en su casa «me sirvió para ver todo lo que no me gustaría ser en el futuro». Siempre supo que «no quería ser como mi padre ni replicar sus actitudes machistas».

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