Viajar de Grado a Soto de Ribera era una de las rutinas de Pablo Muñiz. Su vida se dividía entre estas dos poblaciones. En la primera vivía habitualmente con su madre y en El Picón pasaba largas temporadas con su padre, Miguel Ángel, a quien asesinó, el pasado lunes, de manera extremadamente violenta, decapitándole en el exterior de su vivienda con un hacha. Un acto del que por el momento no se ha arrepentido, según lo manifestó en la declaración que prestó ante las autoridades judiciales, en el Hospital Universitario Central de Asturias, donde permanece ingresado.
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Pablo no es una persona muy social, «siempre estaba solo o con su padre», aunque sus vecinos cuentan que «lo encontrabas por la calle y siempre respondía al saludo». No es un hombre abierto a conversar con sus vecinos y sus amigos son escasos al igual que los recuerdos que guardan de él en estas dos localidades. Pero tampoco es hombre de jaleos: «Nunca se metió con nadie, ni le vimos protagonizar episodios violentos; ni siquiera mirar mal a nadie», puntualizan quienes le conocen. Sí le gustaba ir a caminar por el monte, algo que solía hacer con su padre.
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Marta Varela
Moscones y riberanos son capaces de identificar físicamente a Pablo, pero poco saben de su vida en los últimos años. Cuanto más intentan los riberanos encontrar una causa para el brutal asesinato de Miguel Ángel a manos de su hijo, menos razones encuentran. A día de hoy, aún les cuesta asumir que minutos antes de las diez de la noche del pasado lunes en la casa familiar de los Muñiz, en El Picón, Pablo cogiese un cuchillo y le asestase a su padre una puñalada. Miguel Ángel, de 73 años, salió a la calle a pedir ayuda a sus vecinos. Menos comprensible es aún lo que ocurrió a continuación. Pablo cogió un hacha y siguió a su progenitor, con quien convivía en aparente tranquilidad.
Le alcanzó a apenas unos metros de la puerta de su casa. Nadie había salido a ayudarle. Sus vecinos son personas de avanzada edad y tuvieron miedo al escuchar gritos y amenazas en el exterior y llamaron a la Guardia Civil.
Tras alcanzar a su padre, le decapitó. Su macabra actuación todavía continuó durante unos minutos. Pablo, sin soltar el hacha, cogió la cabeza de su padre y bajó gritando los 200 metros que separan las casas de El Picón de la rotonda de Soto de Ribera.
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Allí, arrojó la cabeza a los coches, llegando a patearla por el suelo. Por el camino se habría desecho de parte de su ropa y su torso ensangrentado asustó, si cabe, más a los conductores. También utilizó el hacha contra varios automóviles. Nadie salió herido, pero varios conductores narran instantes de terror ante la incertidumbre de lo que pudiera hacerles. La llegada de agentes de la Guardia Civil no logró calmarle, costó mucho reducirle.
El violento episodio se inició en el domicilio que la víctima y el agresor compartían en El Picón poco antes de las diez de la noche del lunes.
Miguel Ángel Muñiz recibió dos puñaladas por parte de su hijo, fuera de sí. La víctima salió despavorida a pedir ayuda.
Salió de la casa y recorrió los apenas 20 metros que separan su casa de la de sus vecinos. Pero el matrimonio, atemorizado, no abrió la puerta y llamó a la Guardia Civil.
El hijo persiguió a su padre, le alcanzó a la puerta de la casa de sus vecinos y allí consumó la agresión. Le decapitó y se llevó la cabeza en una mano y el hacha en la otra.
En la glorieta, a 200 metros de su casa, sembró el pánico entre los conductores, abalanzándose sobre los coches, lanzando la cabeza y clavando el hacha.
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