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Viernes, 27 de Diciembre 2024, 09:34h
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Llegar a la India por mar rodeando África, arribar a los puertos de las especias y hacerse con el rico mercado oriental era parte fundamental de la ambición del rey Manuel I de Portugal, yerno y competidor de los Reyes Católicos en la 'era de los descubrimientos'. La misión era muy arriesgada: varios barcos y decenas de hombres habían perecido en el intento.
La flota formada por tres carracas (navíos grandes de vela redonda) y una carabela, y comandada por un capitán en la treintena llamado Vasco de Gama, era una nueva tentativa. Ese capitán era el hijo de un cavaleiro de la nobleza rural. El rey lo había elegido por su buen trabajo protegiendo los intereses comerciales portugueses frente a los franceses en las costas de Guinea.
Partieron de Santa María de Belem el 8 de julio de 1497. Y cambiaron el rumbo de la Historia de Portugal. Superaron enormes penalidades: vientos huracanados, calmas desquiciantes, intentos de motín aplastados con inclemencia por el capitán, destrozo de jarcias y velamen, encallamientos, intentos de abordaje, hambre... y un incesante goteo de muertes por escorbuto. De todo pasaron los cerca de doscientos hombres embarcados rumbo a Oriente en ese viaje temerario que debía, además, cruzar el cabo de Buena Esperanza: solo lo había conseguido Bartolomé Díaz, en 1488, y por algo lo llamó 'cabo de las tormentas'.
Pero lo lograron. El 28 de mayo de 1498 arribaron a la exótica Calicut, hoy Kozhikode, en el estado de Kerala en la India. Conocemos detalles de la aventura gracias al relato de uno de los hombres que lo vivieron, Álvaro Velho, autor de un diario de a bordo, Roteiro da primeira viagem de Vasco da Gama. Por él sabemos las penurias y barbaridades protagonizadas por la expedición. Y nos enteramos también de los curiosos malentendidos y las chocantes impresiones que experimentaron al llegar a su destino.
La gesta es importante. Las especias eran condimentos muy demandados, se usaban también para conservar alimentos, como medicinas (se creía que la canela quitaba la fiebre), para perfumar y eran un símbolo de alto estatus. Se importaban a Europa por tierra desde la antigüedad, pero eran carísimas. Un kilo de pimienta costaba de uno a tres gramos de plata en el punto de producción y unos treinta al llegar a tierras europeas. Se habían encarecido, además, con la toma de Constantinopla, en 1453, por los turcos, con lo que se perdió una de las principales rutas terrestres de acceso a ellas.
Vasco de Gama puso sus naves rumbo al sur. Tocó las islas Canarias, las de Cabo Verde y la costa de Sierra Leona. Y luego viró hacia el oeste: se adentró en el océano Atlántico en busca de vientos propicios. Pasaron tres meses y recorrieron más de tres mil millas en mar abierto hasta volver a tocar tierras africanas en Santa Elena: fue el trayecto más largo en altamar conocido hasta entonces.
Bordearon África, conocieron Mozambique, Mombasa y Malindi, y allí enrolaron a un piloto árabe diestro con los vientos del océano Índico. Con su ayuda llegaron a la India, casi un año después de partir de Portugal.
Los portugueses iban a por las especias, pero también tenían un propósito religioso: buscar cristianos en Oriente. Creen encontrarlos en la India, donde quedan impactados por el exotismo y las costumbres locales. «Esta ciudad de Calicut es de cristianos, son hombres oscuros y andan con grandes barbas y los cabellos de la cabeza largos y otros llevan las cabezas rapadas y otros van trasquilados. Y llevan en la coronilla unos moños como señal de que son cristianos. Y llevan las orejas agujereadas y en los agujeros llevan mucho oro y van desnudos de la cintura para arriba y por abajo llevan paños de algodón muy fino», anota en su crónica Álvaro Velho. Las mujeres le parecen «feas y de cuerpos pequeños». Y le sorprende lo muy enjoyadas que van: hasta en los dedos de los pies llevan «anillos con piedras ricas», observa Álvaro Velho.
Creen que los indios son cristianos porque no son musulmanes. Y cuando los llevan a una de sus 'iglesias' les llama la atención que los santos pintados en las paredes tengan «cuatro o cinco brazos». Es uno de los malentendidos de la expedición. Hay otros. Y varios encontronazos con los mandatarios locales, que cobraban aranceles por el comercio en sus dominios. Ya eran muy ricos, no les interesaba aliarse con los portugueses.
Un ejemplo: Vasco de Gama se entrevista con el samudri (rajá) de Calicut. Se indigna cuando le hace esperar y más aún cuando desprecia sus regalos (doce tapetes, cuatro caperuzas coloradas, seis sombreros, cuatro ramales de coral, una caja de azúcar...). Cualquier mercader de La Meca lleva más que eso, piensa el samudri. ¿Dónde están las pruebas de la opulencia del poderoso rey del que tanto presume el capitán portugués? El samudri, sin embargo, sí exhibe su riqueza: bebe en copas de oro macizo. Por eso a Vasco de Gama «lo trataron como a un comerciante más», explica Isabel Soler, autora de Derrota de Vasco de Gama. El primer viaje marítimo a la India (Acantilado). Y eso hirió su orgullo.
Los portugueses se encontraron en el Índico con un comercio más rico y organizado de lo que creían: trajinaban malayos, tamiles, javaneses, chinos, mercaderes de La Meca, de El Cairo, de Ormuz… Y pululaban también (venidos por rutas terrestres) genoveses y venecianos. «Los portugueses llegaron a Oriente en un periodo de máximo apogeo de actividad comercial», cuenta Isabel Soler.
Para hacerse con ese rico negocio y establecer un monopolio «toman el control de la red comercial por la fuerza», explica el historiador Mark Cartwright. Para lograrlo, envían navíos de guerra, bombardean las poblaciones que no se someten, atacan barcos rivales y construyen en la costa una red de fuertes (con portugueses asentados allí) para controlar y cobrar por el tráfico de especias. El viaje de Vasco de Gama es la primera piedra de ese proyecto.
El regreso de su primera incursión india fue muy duro. Vasco de Gama vuelve con solo 55 hombres y un cargamento de canela, nuez moscada, almizcle, incienso y piedras preciosas, entre otros tesoros. El rey Manuel lo recompensa con el título de almirante mayor de los mares de la India y le concede una alta pensión vitalicia y jugosos privilegios para comerciar.
En 1500 hay una segunda expedición a Calicut, liderada por Pedro Alvares Cabral. Se instalan portugueses allí y se producen violentos enfrentamientos. En 1502, Vasco de Gama zarpa de nuevo hacia la India con una gran flota de 13 naves. «Fue un viaje de venganza y ajuste de cuentas», dice Isabel Soler. El almirante iba a poner orden. Y fue inflexible con los locales y con los portugueses que se habían asentado allí. Brutal fue el ensañamiento con el Mîrî, barco que llevaba de regreso a Calicut desde La Meca a un grupo de peregrinos musulmanes formado por ricos mercaderes, mujeres y niños. El almirante quiere vengar la muerte violenta de 40 portugueses y manda saquear el barco y luego quemarlo con todos a bordo. Escribe João de Barros, coetáneo de Vasco de Gama, que «de los 260 hombres que iban en la nao solo les hizo la merced de que viviesen al piloto y a unos 20 niños que después cristianizó e hizo frailes».
También fue implacable con las mujeres que se colaron en la flota portuguesa. En su tercer viaje a la India, en 1524, partió con 14 naves. Al llegar a Mozambique encontró a tres mujeres a bordo, y de nada valieron los ruegos de la tripulación y de los franciscanos que pedían clemencia. El almirante ordenó meterlas en un yugo y azotarlas.
Esta tercera expedición «debía encarrilar el Estado da Índia (la colonia ultramarina portuguesa), disminuir gastos, limitar el poder de los afincados […] y mantener a raya el proyecto castellano sobre el archipiélago de las Molucas», cuenta Isabel Soler. Vasco de Gama no pudo culminarlo. Falleció de malaria en Cochín, el día de Nochebuena de 1524, hace quinientos años. Murió honrado como un héroe, noble y rico, algo que le importó siempre. Se convirtió en un ídolo nacional, ensalzado, además por Luís de Camoens en Los Luisiadas, un largo poema épico publicado en 1572. Porque a partir de aquel arriesgado viaje de 1497 «empieza una historia de casi doscientos años de presencia portuguesa en tres océanos y tres continentes», concluye Isabel Soler.