«Soy una persona negra que vive en Estados Unidos. Soy una mujer en un mundo patriarcal. Y soy un personaje público, por lo que estoy expuesta a que me critiquen y me juzguen, lo que en ocasiones me convierte en el blanco de la ira y del odio de otras personas», cuenta Michelle Obama en Con luz propia (Plaza y Janés), donde hace algunas confesiones íntimas, regala consejos para afrontar las dificultades y desvela sus trucos para vencer sus fantasmas.
Tiene casi 59 años, ha sido una abogada de éxito y es un faro para otras mujeres. Pero también tiene sus inseguridades y miedos: a hablar en público, a expresar sus opiniones, a afrontar nuevos retos, a pasar vergüenza, al rechazo, al fracaso...
Michelle Robinson (de soltera), la menor de los dos hijos de una secretaria y un trabajador de la planta de tratamiento de aguas de Chicago, sentía envidia de los compañeros de instituto que pasaban inadvertidos. «Estaba celosa sin paliativos de las chicas más bajitas», dice, porque para ellas era más fácil encontrar ropa y más probable que los chicos las sacaran a bailar.
Luego, cuando con 17 años llegó a la Universidad de Princeton, una de las más elitistas y prestigiosas del país, se sintió como en otro planeta. «Fue mi primera experiencia auténtica de invisibilidad racial», dice. Era una minoría en dos frentes (género y raza). «Me sentía diferente y, en ocasiones, marginada. Caminar por un sitio en el que no ves a nadie que se te parezca tiene algo de inquietante», cuenta. «Es como si tu especie hubiese desaparecido de la faz de la Tierra».
Es Michelle una mujer de temperamento, tenaz, ambiciosa. Y sociable, aunque no es fácil llegar a ella. Se interpone un ejército de asesores y ayudantes que cuidan con extremo rigor todo lo que incumbe a la que fuera primera dama. Michelle Obama ha contestado a nuestras preguntas por escrito. Y nos confiesa algunos detalles de su intimidad y su vida doméstica. Nos ha contado, por ejemplo, que una de sus herramientas para frenar la ansiedad es hacer punto. Empezó a practicar durante la pandemia y se ha enganchado.
–¿Sigue haciendo punto?
–Sí, ¡sigo! Y no creo que deje de hacerlo. Adopté la costumbre de tejer en un momento bajo de la pandemia, y cambió mi perspectiva de una manera que no podía imaginar.
–¿De qué manera?
–Durante gran parte de mi vida pensé que lo importante era dirigir la vida con la cabeza, con la lógica, el pensamiento, la estrategia. Tejer me enseñó lo importante que puede ser dejar que a veces tu cerebro se quede atrás. Porque, cuando se da un punto del derecho o del revés, los dedos toman las riendas. Descubrí que tejer me permitía descansar del estrés y la ansiedad que se arremolinaban en mi cabeza y centrarme en algo pequeño.
–¿Cuándo teje?
–Durante las llamadas de Zoom, en las reuniones con mi equipo o cuando estoy sentada en el patio con mis amigos: se ha convertido en parte de mi rutina. No digo que todo el mundo tenga que hacer punto para encontrar la calma y la tranquilidad, pero creo que encontrar una pequeña actividad que te ayude a pasar los días es una de las formas más eficaces de seguir adelante. Y animo a otros que se sientan un poco perdidos a que encuentren algo que los ayude.
Un poco perdida se sintió cuando llegó a la Casa Blanca. Sabía que iban a mirar con lupa lo que hiciera o dejara de hacer. La presión era enorme. Fue consciente «de que las miradas de toda la nación estaban puestas en Barack, en mí y en nuestras dos hijas y de que, como personas negras en una casa históricamente blanca, no podíamos permitirnos un solo desliz».
«En mi opinión, Barack juega demasiado al golf. En su opinión, yo veo demasiada televisión»
Para evitarlo, estudió (es muy concienzuda) lo que había hecho su predecesora, Laura Bush. «Mi plan era pasarme el primer año replicando punto por punto lo que había hecho Laura Bush, a la vez que desarrollaba mis propios planes para lanzar iniciativas». Copiar a Laura Bush era una póliza de seguros. Como primera mujer negra en la Casa Blanca sabía que para que aprobaran su trabajo «debía buscar la excelencia con el doble de afán».
–Durante sus ocho años como primera dama vivió observada por todo el mundo. ¿Ha sido liberador dejar la Casa Blanca?
–Marcó un nuevo comienzo en mi vida. Fue muy liberador, me dio una nueva sensación de independencia, porque cualquiera que fuera la forma que tomara mi próxima fase en la vida no tendría nada que ver con mi marido y su carrera, o incluso con mi vida profesional anterior. Era una pizarra en blanco: tenía la oportunidad de explorar lo que realmente me importaba, cómo quería utilizar mi tiempo, qué causas deseaba defender.
Decidió ser ella misma desligándose de la actividad profesional de su marido. Es interesante cómo cuenta Michelle el equilibro que ha encontrado con él. Los dos tienen una fuerte personalidad. Y son muy distintos. Él es noctámbulo, impuntual y aficionado a las actividades solitarias. Michelle es madrugadora, puntual y le gustan «las habitaciones llenas de gente». «En mi opinión, él pasa demasiado tiempo jugando al golf. En su opinión, yo veo demasiada televisión», dice.
También son diferentes cuando discuten. Él es más calmado y quiere solucionar de inmediato las diferencias. Michelle prefiere dejar pasar un tiempo antes de discutir porque tiene un pronto muy malo. «Me hierve la sangre», confiesa. Y reconoce que en alguna conversación en caliente Barack «se ha quemado con el ímpetu de mi cólera».
Discuten, sí. Pero se entienden. Han tejido una relación plena para ambos. Y prolongada: llevan 30 años casados. Recuerda Michelle cómo lo conoció. Barack entró como asociado en un despacho especializado en derecho de sociedades en el que trabajaba ella. Barack llegó tarde su primer día de trabajo y empapado porque le había caído encima una tormenta de verano.
«En la Universidad, me encontré en un entorno donde la mayoría eran jóvenes varones blancos. Me sentía diferente y, en ocasiones, marginada. Me habían admitido, pero eso no conllevaba la sensación
de encajar»
Para Michelle fue un flechazo. Por supuesto, sabía quién era él (Obama ya destacaba en los círculos legales). Le sorprendió que no se azorase por llegar tarde y le gustaron su sonrisa, su voz, su altura y su aspecto desgarbado. Le pareció encantador. Michelle se pone romántica y añade que entonces no sabía «que estaba ante mi amor verdadero y ante el mayor alborotador de mi vida».
Pero enseguida aflora su vena racional. Está segura de que el secreto de llevar tantos años juntos es que nunca han intentado serlo todo en la vida del otro. Son compañeros. No se supedita uno al otro. «El objetivo es encontrar a alguien que trabaje contigo, no para ti, que colabore en todos los frentes». Eso les dice Michelle a sus hijas, Malia y Sasha (concebidas por fecundación in vitro), que ahora comparten apartamento en Los Ángeles: Malia trabaja como guionista y Sasha estudia en la universidad.
Su matrimonio no ha sido un camino de rosas. Los Obama acudieron a terapia de pareja. Lo necesitaban desesperadamente, cuenta Michelle. Hicieron terapia porque «nos volvimos irritantes y distantes cuando nuestras niñas eran pequeñas y nos sentíamos al límite». Pasaron años duros, de verse y dormir poco, años agotadores. Ahora, Michelle vive una etapa tranquila de su vida, ha escrito dos libros, tiene un programa de televisión sobre alimentación infantil y está involucrada en iniciativas para promover la educación en las niñas.
–En Con luz propia confiesa sus inseguridades. Sigue preguntándose «¿soy lo suficientemente buena?». ¿Cómo va la batalla con su «lado temeroso»?
–Es algo que nunca desaparece. Todos tenemos momentos de miedo y dudas, y a veces hacen que nos sintamos inseguros. Yo no soy una excepción. Muchas veces me he preguntado si iba a fracasar o si tenía suficiente fuerza para afrontar los retos. A todos nos pasa, y eso está bien. La incertidumbre forma parte de la vida. Y nadie tiene la solución perfecta para sí mismo o para otros.
Los Obama hicieron terapia de pareja. «La necesitábamos desesperadamente», dice. «Nos volvimos irritantes y distantes. Nos sentíamos al límite»
Una de las anécdotas de sus años en la Casa Blanca fue producto de la inexperiencia. Durante su encuentro con la reina Isabel II de Inglaterra en el palacio de Buckingham, Michelle cuenta que sintió «un punto de conexión y afecto» con la soberana y, sin pensarlo, puso una mano en su hombro. Cuenta que la monarca no se sintió molesta, «su respuesta fue pasarme un brazo por la espalda». Era algo insólito. La escena alimentó titulares y encendió la polémica. Reconoce Michelle que ella no tenía ni idea de que no se podía tocar a la reina de Inglaterra: «Lo único que intentaba en aquel extraño primer año como primera dama, y en aquel extraño entorno palaciego, era ser yo misma», confiesa.
–No es fácil ser uno mismo en determinados entornos y que te traten con naturalidad. ¿Hizo nuevos y buenos amigos durante los años en la Casa Blanca?
–Creo que con amigos a tu alrededor puedes superar prácticamente cualquier cosa en la vida. Pero al mudarme a la Casa Blanca me preocupaba que mis amistades no volvieran a ser las mismas y que cambiaran las relaciones importantes para mí y mi familia. Me preocupaba cómo harían amigos mis hijas cuando estuvieran constantemente rodeadas de agentes del Servicio Secreto. Me preocupaba cómo tendría Barack tiempo para cultivar relaciones cuando se pasaba el día entre el Despacho Oval y la Sala de Situación. Y sí, me preocupaba cómo mantener viejas amistades y hacer otras nuevas mientras cumplía con mis obligaciones como primera dama.
–¿Cómo lo afrontó?
–Sabía que no debía aislarme del mundo, aunque hubiera sido muy fácil hacerlo debido al estrés de la vida pública. Pronto aprendí que no había motivos para tener miedo. Y sí, hice amigos durante los años en la Casa Blanca, y algunos muy buenos.
Le ha costado adaptarse a ser el blanco de críticas feroces. Le endosaron la etiqueta de 'mujer negra enfadada', y eso le ha dolido. Su manera de curar esa herida ha sido lo que ella llama 'elevarse', es decir, intentar que no le afecte. Y ser ella misma. Y, cuando necesitaba oxigenarse, Michelle recurría a las amigas de siempre. Tiene un grupo al que llama Mi Mesa de la Cocina. Varias veces al año las invitaba a pasar un fin de semana en Camp David. El plan era ejercicio tres veces al día y alimentación sana: nada de carne ni comida basura ni alcohol. Sus amigas (la mayoría, de la universidad) la convencieron para incluir vino y picoteo. Y ella se alegra de que suavizaran el plan porque parecía una rutina de campamento militar.
A Michelle le importan mucho los amigos. «Es crucial tenerlos incluso para mantener una buena relación de pareja», cuenta. «Porque cada uno debe tener sus propios pilares». Por eso insiste a sus hijas en que sean independientes y aprendan a ganarse la vida antes de plantearse pasar la vida con otra persona. Esa idea de ser tú misma, que le ha funcionado a ella, quiere compartirla.
–Ha escrito este libro para ayudar a otros.
–Contiene mi caja de herramientas personales: lo que hago y pienso cuando necesito mantener el equilibrio y la confianza en momentos de ansiedad y estrés. A mí me han ayudado, y espero que los lectores les encuentren utilidad.