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Rebelde con causa Leyendas del cine James Dean y los hombres: los amores secretos del actor del edén

Ninguna estrella en el firmamento de Hollywood brilló tanto ni fue tan fugaz como la de este mito desesperadamente romántico. Juan Manuel de Prada recuerda su vida, marcada por la fatalidad y la infancia desolada que suele haber detrás.

Viernes, 03 de Marzo 2023

Tiempo de lectura: 11 min

En septiembre de 1955, cuando se dirigía a una carrera de coches en Salinas, cerca de San Francisco, al volante de su Porsche, James Dean sufrió un accidente que le costó la vida y que dejó su coche destrozado. Aunque era un conductor temerario, según todos los indicios, el responsable no fue él, sino otro automóvil que se cruzó en su camino. Nos enseña Menandro que los predilectos de los dioses mueren jóvenes. Y en Blade Runner, Tyrell le dice a Roy, el replicante encarnado por Rutger Hauer: «La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Y tú has brillado con muchísima intensidad». Ambas citas podrían servir como epitafio que compendiase la existencia de James Dean, incandescente y fugaz como un meteoro.

Había nacido el 8 de febrero de 1931, en Marion, Indiana, pero aún no había cumplido los seis años cuando su familia se mudó a Los Ángeles, ya que al padre de Dean, Winton, le ofrecieron el puesto de director en un laboratorio dental. La primera infancia de Jimmy estuvo muy ligada a su madre, Mildred, y cuando muera, víctima del cáncer, con apenas 29 años, en 1940, el viudo Winton, incapaz de hacerse cargo del niño, lo envía a Fairmount, Indiana, para que su hermana se encargue de su crianza. No podríamos entender la posterior conducta de Dean, extrañamente neurótica y acechada de inseguridades, sin referirnos a esa orfandad inopinada y al desapego de un padre que nunca supo amar a su hijo.

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Padres ausentes. Su madre falleció cuando James Dean tenía nueve años y su padre no supo, o no pudo, hacerse cargo de él.

Aunque se esforzó por ocultar sus sentimientos, convirtiéndose en un adolescente taciturno y huraño, la muerte de la madre fue una catástrofe para Jimmy, una herida que nunca dejó de supurar un secreto y obstinado dolor. Sus tíos, Ortense y Marcus, granjeros cuáqueros, trataron de mitigar esa ausencia sin demasiado éxito; cuando cinco años después, en 1945, Winton vuelva a contraer matrimonio, Jimmy entenderá que ha sido definitivamente abandonado por su padre

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Marlon Brando y James Dean. En la biografía no autorizada que publicaron los periodistas de espectáculos Darwin Porter y Danforth Prince, James Dean: Tomorrow Never Come, cuentan que Dean se enamoró de Brando y que tuvieron una relación muy turbia.

El adulto que más influencia ejerció sobre Dean en aquellos años fue James DeWeerd, un treintañero carismático y atractivo, ministro de la Iglesia wesleyana de Fairmount, que gustaba de agasajar a los chicos jóvenes. Jimmy solía cenar a solas con él; en estas veladas, DeWeerd le mostraba películas de corridas de toros, también lo iniciaba en los deleites de la música y la literatura. Para muchos, DeWeerd tan sólo era un cateto que se las daba de intelectual; pero en él Jimmy encontró esa figura masculina que le brindaba un sucedáneo de afecto paternal. Probablemente, DeWeerd aprovechase aquella privanza para seducir al joven inexperto y atolondrado que, tras concluir sus estudios en el instituto de Fairmount, se presenta en la oficina de reclutamiento de la localidad, dispuesto a que lo declaren inútil para la prestación del servicio militar; Dean podría haber alegado que era corto de vista o cuáquero, pero prefirió -empujado por esa vocación intrépida o meramente autodestructiva que prefiguraba su destino- confesar su homosexualidad.

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La creación de un mito. Dean, a sus 24 años, en Rebelde sin causa, la película de 1955, dirigida por Nicholas Ray, que lo consagró.

Oponiéndose a los deseos de Winton, se inscribe en la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles), donde empieza a estudiar arte dramático; a falta de ayuda paterna, se sufraga la matrícula y la manutención con trabajos de media jornada. En el grupo de teatro universitario conoce a Bill Bast, un joven de facciones angulosas y cabello negro, muy dulce y sensible, aunque no afeminado (característica que Dean había llegado a odiar en un hombre), con el que pronto compartirá apartamento y confidencias. A Bast le dijo en cierta ocasión, con esa especie de clarividencia un tanto megalómana que debió de guiar a Ícaro en su loco ascenso hacia el Sol: «Para mí, el único triunfo, la única grandeza de un hombre, reside en la inmortalidad. Que tu trabajo se recuerde a lo largo de la historia, dejar algo en este mundo que permanezca durante siglos: en esto consiste la grandeza».

No podríamos entender la posterior conducta de Dean, neurótica y acechada de inseguridades, sin referirnos al desapego de un padre que nunca supo amar a su hijo

A la vez que consigue sus primeros papelitos en programas televisivos de escaso fuste, empieza a frecuentar las fiestas de Hollywood. Por esta época se lo ve en compañía del veterano Clifton Webb, actor de estampa dandi y ademanes un tanto petulantes (los aficionados lo recordarán por su papel en Laura), homosexual notorio y confeso. Mantiene a la vez un simulacro de noviazgo con la jovencísima Beverly Wills, hija de la actriz Joan Davis, pero, como le confiesa con amargo despecho a su amigo Bast, deja que «cinco o seis de los grandes de Hollywood le chupen la polla». No tardará Dean en empezar a odiarse a sí mismo por tener que acceder a los deseos de los hombres poderosos que lo embaucan con la golosina del triunfo; pero en vez de guardarse la rabia para sí, la vuelca sobre su amigo Bill, con quien acabará rompiendo a finales del verano de 1951.

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Los hombres de su vida. A la izquierda, el reverendo James DeWeerd, que gustaba de agasajar a chicos jóvenes; en el centro Jonathan Gilmore, por quien Dean sintió una atracción exacerbada; y a la derecha, Rogers Brackett, productor radiofónico y televisivo, quien le conseguirá varios trabajos.

Por entonces empieza una relación clandestina con Rogers Brackett, productor radiofónico y televisivo, quien le conseguirá varios trabajos en programas de radio, así como papelitos ínfimos en películas como ¡Vaya par de marinos!, con Jerry Lewis y Dean Martin, o Bayonetas caladas, con Rock Hudson. Viendo que su carrera no despega, decide marchar a Nueva York, dispuesto a ingresar en el Actors Studio. Brackett sufragará esta aventura de resultado incierto; también el reverendo DeWeerd, que por entonces se ha instalado en Indianápolis, huyendo de la fama de seductor de menores que se ha labrado en Fairmount.

En sus comienzos, Jimmy no desdeñará los trabajos alimenticios (así, por ejemplo, se empleará como animador del público en un concurso de la CBS); tampoco las experiencias sexuales más turbias y extremas. Kenneth Anger escribirá, en la segunda parte de Hollywood Babilonia, esa enciclopedia del sensacionalismo, que le gustaba «el sexo combinado con palizas, botas, cinturones y bondage, e incluso con sabias quemaduras de cigarrillo, lo que hizo que en el ambiente underground fuera conocido como el 'cenicero humano'». Pero es más que probable que, en su afán por inmolarse, el propio Dean se encargara de divulgar estas leyendas truculentas.

Empieza una relación clandestina con Rogers Brackett, productor radiofónico y televisivo, quien le conseguirá varios trabajos en programas de radio y papelitos ínfimos en películas

Tras varios meses de pruebas, consigue ingresar en el Actors Studio, siguiendo la estela de su idolatrado Brando: su errático y desconcertante estilo interpretativo le valdrá las reprimendas sarcásticas de Strasberg, que, sin embargo, no tardará en rendirse a su talento agreste, transgresor y agónico. Su mentor Brackett le consigue un contacto con Lemuel Ayers, un famoso productor de Broadway, que le ofrece participar en el montaje de See the Jaguar, donde interpretará a un joven de 17 años dominado por su madre: aunque la obra es un fracaso estrepitoso, le servirá para lanzar su nombre.

Kenneth Anger escribirá que le gustaba «el sexo combinado con palizas, botas, cinturones y 'bondage'»

En la primavera de 1953, conoce a un bello joven de aspecto adolescente, Jonathan Gilmore, por quien sentirá de inmediato una atracción exacerbada y confusa; enseguida descubrirá que el interés es recíproco. Gilmore recuerda una de las primeras conversaciones que mantuvo con Dean, muy expresiva de las fantasías mórbidas que por entonces ajetreaban al actor: «¿Has pensado alguna vez qué sentirías si te corneara un toro? -le preguntó a Gilmore-. ¿Con qué profundidad penetraría el cuerno? ¿Por qué lugar del cuerpo entraría? ¿Por qué entrará siempre por la entrepierna? ¿Cómo sería el dolor? ¿Se desmayaría uno por la pérdida de sangre?».

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Con los otros 'gigantes'. Desde el comienzo del rodaje de la película Gigantes, Dean tuvo serias fricciones con Rock Hudson y con el director, George Stevens. En cambio, con Elizabeth Taylor hubo mutua simpatía. Ella fue de las primeras en acudir al lugar del accidente que le costó la vida y vio cómo sacaban su cuerpo, destrozado. Sufrió una crisis nerviosa.

En octubre de este mismo año, conseguirá su primer papel protagonista en El inmoralista, la obra de teatro basada en la obra de André Gide que dirigirá Daniel Mann; en ella, Dean interpreta a Bachir, un sirviente árabe que seduce a un hombre casado. Una escena en particular, que llegó a conocerse como la 'danza de las tijeras', causaría escándalo en Broadway: ataviado con una especie de chilaba y unas babuchas, Dean revoloteaba por el escenario, arrebatadamente engreído de su belleza. La misma noche del estreno, Elia Kazan -a la sazón el director más prestigioso de Hollywood- le ofrece el papel principal en la adaptación de la novela de John Steinbeck Al este del edén.

En la primavera de 1953, conoce a un bello joven de aspecto adolescente, Jonathan Gilmore, por quien sentirá de inmediato una atracción exacerbada y confusa

Recién firmado el contrato con la Warner Bros., Jimmy compra un coche deportivo, el primero de los cuatro que adquirirá en los 18 meses sucesivos, cada cual más veloz que el anterior. La Warner quería presentar a Jimmy ante el público como un actor romántico, para lo cual empieza a buscarle 'novias' atractivas: una de las elegidas fue la seráfica Pier Angeli; pero la madre de la actriz no permitirá que el idilio se prolongue demasiado. Algunos afirman que Jimmy quedó destrozado tras la ruptura; otros, en cambio, sostienen que aquel noviazgo fue tan sólo un burdo montaje. El 7 de marzo de 1955 la revista Life dedica a Dean un extenso reportaje gráfico realizado por Dennis Stock; entre los retratos que los componen, figura uno que ha ingresado ya en la iconografía esencial del siglo XX: Dean camina por Times Square bajo la lluvia, cubierto por un abrigo negro, con un cigarrillo colgando de los labios y el rostro acechado de sombras; la superficie del charco sobre el que camina es acribillada, aquí y allá, por los alfileres de la lluvia.

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Al este del edén. Elia Kazan le ofreció el papel al verlo en una obra de teatro. Jimmy viajó con Kazan a California y juntos visitaron a Winton, el displicente padre del actor. El director reparó en la tensión entre padre e hijo, que aprovechó para configurar el personaje de Cal, el muchacho que intenta desesperadamente ganarse el amor de su severo y puritano padre.

Aunque Al este del edén aún no se ha estrenado, en Hollywood ya se comenta la interpretación angustiosa y sublime del debutante Dean, al que la Warner ofrece el solicitadísimo papel de Jett Rink en la adaptación de Gigante, la novela de Edna Ferber. Pero los problemas de fechas surgidos con Elizabeth Taylor obligan a la Warner a colocar a su nuevo talento en una película concebida en un principio como un melodrama de bajo presupuesto para adolescentes, Rebelde sin causa, que dirigirá el maldito Nicholas Ray. Completan el reparto Natalie Wood, en su primer papel como estrella adulta, y el atribulado Sal Mineo.

La Warner, entre tanto, proseguía con su campaña publicitaria, proporcionando a Dean un repertorio de novias apócrifas y efímeras: Ursula Andress no tardaría en incorporarse a tan rocambolesco catastro. Aunque exhausto, Dean se fue directamente a Los Ángeles, nada más acabar el rodaje de Rebelde sin causa, para realizar las pruebas de vestuario y maquillaje de Gigante. Poco antes de concluir el rodaje, Dean adquiere un Porsche Spyder 550 con carrocería de aluminio por unos siete mil dólares, una cifra exorbitante para la época; unos pocos días después, lo llevará al chapista, para que le añada algunos detalles personales: en el faldón trasero escribe 'Pequeño bribón', o 'Bribonzuelo', nombre con el que bautiza a aquel coche que en un par de semanas se convertirá en su improvisado ataúd.

Dean decide estrenar el Porsche en una carrera en Salinas, un pequeño pueblo en el valle de San Joaquín, situado a unos 500 kilómetros al norte de Los Ángeles. En la mañana del 30 de septiembre de 1955, acompañado de su amigo el mecánico Rolf Weutherich, Dean enfila su viaje postrero; en su mirada, incendiada por un brillo temerario, se adivina esa exaltación ebria de quienes confunden el horizonte con la inmortalidad. Alrededor de las tres y media, un oficial de la Policía de California lo castiga con una multa por exceso de velocidad; algunas horas más tarde, cuando ya empieza a atardecer, Jimmy se coloca detrás de un coche que va considerablemente más despacio que él. Instintivamente, acelera para intentar dejarlo atrás en una rápida maniobra, pero cuando se coloca en el carril de la izquierda, paralelo al coche que trata de adelantar, ve acercarse un Pontiac que va derecho hacia él. Jimmy no puede volver al carril de la derecha; finalmente, el Pontiac gira a su derecha y se sale de la carretera, lo cual le permite a Jimmy acelerar y concluir el adelantamiento.

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El último viaje. En el Porsche Spyder 550 con su amigo el mecánico Rolf Wutherich. Lo bautizó como 'Pequeño bribón', o 'Bribonzuelo'. Fue el coche con el que tuvo el mortal accidente en 1955.

Todavía lo agita ese temblor desquiciante y turbador que sacude a quienes acaban de salvar el pellejo de chiripa cuando llega a un cruce con forma de Y. Jimmy vislumbra en el carril contrario un Ford sedán blanco y negro que parece querer girar a la izquierda. El conductor del sedán no acierta, en cambio, a distinguir el Porsche Spyder, que se mimetiza con el asfalto a la luz del crepúsculo, y hace una maniobra tan rápida que impide a Jimmy reaccionar a tiempo. En la fracción de segundo anterior a la colisión, Jimmy tiene que elegir entre acelerar y frenar; decide -como suelen hacer los pilotos de carreras- pisar el acelerador a fondo, creyendo que aún tendrá tiempo para esquivar al sedán. No puede, sin embargo, evitar el impacto, y el Porsche Spyder sale despedido, dando tumbos hasta el arcén, y se estrella contra un poste telefónico. La colisión lanza a Dean violentamente hacia atrás, rompiéndole el cuello; sus piernas y sus brazos quedan desmadejados e inertes; su frente y su pecho, empotrados contra el volante, están totalmente hundidos.

Es probable que muriera en el acto; desde luego, ingresó cadáver en el War Memorial Hospital de Paso Robles. Fue enterrado en el cementerio de Fairmount. En la ceremonia funeraria, se encargó de entonar su panegírico James DeWeerd, que habló con una voz contrita, estragada por una afonía demasiado parecida al remordimiento: «Su breve carrera -afirmó en un balbuceo- ha sido tan fulgurante como la del meteoro que se desliza como una lágrima dorada por las oscuras mejillas de la noche». Mientras se sucedían sus palabras, como un tardío descargo de conciencia, James Dean, ángel trágico y envilecido por el deseo de tantos hombres, ya navegaba hacia el cielo de las mitologías. Nunca un meteoro había brillado, en su viaje hacia la sombra, con tanta intensidad.