XLSemanal. Usted es uno de los pocos artistas españoles consolidados, junto con Miquel Barceló, con una carrera más internacional que nacional. ¿A qué se debe su apuesta por una nueva galería en Madrid?
Juan Uslé. Llevaba diez años con la Galería Moisés Pérez Albéniz. Pero el mercado español está estancado. Era el momento de dar el salto a una galería que está presente en muchas ferias internacionales.
XL. ¿El mercado está estancado?
J.U. Se ha desinflado. Hay desánimo. Los IVA en el arte son injustos. Los extranjeros pagan en torno a un 8 por ciento y los españoles, un 21 por ciento; estamos en desventaja… Somos nuestros peores enemigos.
XL. Pero usted está en su mejor momento con su antológica en el Reina Sofía el año que viene.
J.U. Estoy en un momento muy bueno. Pero con dolor de espalda por levantar los cuadros. Estoy contento. Muy comprometido, con mucha hambre y trabajando mucho. En cuanto dejo de pintar dos días, ya estoy deseando retomarlo.
XL. La exposición se llama Ojos en la duda. ¿Por qué ese título?
J.U. El arte no tiene certeza, está en duda permanente y, gracias a eso, ciertas obras sobrevivirán siempre. ¿Por qué nos seguimos preguntando qué hay en Las meninas o en La lechera, de Vermeer? Las posibilidades de la pintura son muy grandes. Es capaz de conmover, de mover hacia el interior, de hacerte temblar.
«El conflicto entre lo urbano y la naturaleza sigue en mí. No sé si soy urbanita o el
mal pescador de truchas a mano que fui»
XL. Con 69 años, ¿se siente más seguro?
J.U. La palabra 'seguridad' no me gusta mucho. Sé más que antes, pero continúo siendo autocrítico. No me conformo; no tiro la toalla.
XL. ¿De dónde viene tanta exigencia?
J.U. Creo que de la inseguridad de no haber podido dedicarme a la pintura cuando era un chaval. Los profesores del instituto les decían a mis padres que tenía que estudiar Bellas Artes. Pero irme a otra ciudad y pagar una pensión no entraba en sus posibilidades. Vengo de una familia muy humilde.
XL. Por eso empezó a estudiar Magisterio. Para ganarse la vida.
J.U. Tenía que sacar buenas notas para que me dieran una beca y estudiar Magisterio. Al final de ese primer curso, con 16 años, hubo tres meses de dibujo artístico. Me llamó el profesor y me dijo: «¿Tú eres gilipollas o qué? ¿Qué estás haciendo aquí?». Habló con mis padres y se encargó de que estudiara Bellas Artes. Me fui a Valencia a estudiar.
XL. Se define como un hombre con suerte.
J.U. He tenido una suerte tremenda. En Valencia, estudiando en la escuela, conocí a Vicky, mi mujer.
XL. ¿Es difícil el matrimonio con otro artista?
J.U. Nos tenemos un gran respeto en el plano personal y artístico. Pero no es fácil. Somos muy complejos los artistas, pero los que amamos el arte sabemos apreciar y respetar.
XL. Su trabajo tiene mucho que ver con la memoria, con sus recuerdos.
J.U. Sí. Mi infancia primera fue maravillosa; me hizo no tener miedo, tocar las cosas… [Señala sus cicatrices en la cabeza y las manos]. Descubrirlo todo y que la guardería fuese la naturaleza. Me dio una forma de observar y de ver las cosas nada limitada.
XL. ¿Creció en la naturaleza?
J.U. Yo tenía 15 meses cuando nos fuimos a vivir al lado de un convento de clausura entre Somo y Suesa. Mi hermano y yo nos criamos medio descalzos, siempre jugando, mientras mis padres trabajaban para las monjas. Con 9 años nos fuimos a Santander a estudiar porque se empeñó el maestro del pueblo, pues decía que no éramos tontos. Otro gran favor de la vida. Recuerdo el viaje en camión hasta con el gallinero a cuestas.
XL. A partir de ahí siente esa fricción entre lo urbano y la naturaleza tan presente en su obra.
J.U. Ese conflicto sigue en mí y le he dedicado bastante tiempo en el estudio porque no sabré de verdad si soy más urbanita o el mal pescador de truchas a mano que fui. Soy las dos cosas. En Nueva York echo de menos Saro y en Saro, Nueva York.
XL. Su estudio es inspirador. Con tantos ventanales a la naturaleza.
J.U. El estudio da igual, está en la cabeza; el estudio es lo que tú seas capaz de desarrollar, de ejecutar delante de la tela, grande o pequeña, le doy la misma importancia.
XL. ¿Sigue el mismo método? ¿Pintando con el latido del corazón?
J.U. Sí, sobre todo en los grandes cuadros. Cada latido es una pincelada. Soy nocturno. Aquí he trabajado mucho durante el día porque no tengo los ruidos de Nueva York. Allí, cuando llega la calma, cuando se va la luz, me meto a trabajar en la zona de 'trance'. Si me veo preparado, me pongo a pintar mis rayitas, como dice mi nieta. Siguiendo en lo posible el ritmo del latido del corazón.
XL. La exposición reúne sus cuadros más recientes. Muchos de ellos son los que miden más de tres metros. Entiendo el dolor de espalda…
J.U. Fue llegar de Nueva York el 5 de julio y encerrarme. Algunas obras viajaron desde allí porque siempre es bueno dejarlas macerar y verlas de nuevo para 'seguir la conversación' y quizá rematarlas. A veces, hay que darles tiempo.
«Hoy vivimos tan restringidos, tan medidos y tan políticamente correctos que
nos hemos convertido en nuestros propios policías»
XL. Al principio su estrategia era pintar cuadros que no se repitiesen.
J.U. Al principio, intenté pintar cuadros que no fueran Juan Uslé, allá por 1989. Hice un viaje a Nepal y me quedé con la idea de buscar la diferencia. Intenté perderme y que cada cuadro fuera una historia diferente. Lo pasé muy bien.
XL. Sin embargo, evolucionó y, en lugar de la diferencia, buscó repetir un cuadro de forma consciente.
J.U. El resultado fue que no se parecían en nada. Me metí en el 'galimatías' de la búsqueda de la repetición y me encontré con otro universo. Pero con el mismo método de trabajo: seguir el pulso, seguir el pulso. Tengo muchos años de oficio y, cuando veo que me estoy apoltronando y los cuadros tienen menos energía, me trato de agitar y pruebo otros colores, doy giros.
XL. ¿Le siguen 'molestando' los halagos?
J.U. No pido aplausos. El azúcar todavía me produce rechazo. Antes le tenía manía a que una obra tuviera que tener una consistencia formal… Ahora no me molesta ver mis cuadros 'clásicos', cuadros que aguantan. Tiene que ver con los años, que ya no utilizo tanto el peine [risas]. Las palabras son horrorosas, pero quizá esté más calmado, sereno.
XL. Hablan de usted como un artista íntegro, que ha evolucionado en un mismo lenguaje sin perder fuerza y también fuera de las modas.
J.U. Yo he pintado a la moda como todo el mundo en los años ochenta, y poco a poco vas buceando dentro de ti. Así es como me gusta que lata la pintura. Eres contemporáneo y perteneces a unos materiales..., pero en el fondo a lo que aspiras es a trascender. Cuanto más vas aprendiendo, más necesitas aprender.
XL. ¿Cuáles son los cuadros que más le estimulan?
J.U. Los que me intrigan, los que no entiendo, los que me siguen dando información con el tiempo y esconden un secreto. Ese enigma me genera la necesidad de estar allí con los ojos clavados buscando qué pasa en el cuadro.
XL. ¿Le gusta lo que ve en el arte actual?
J.U. Ahora veo bastante menos arte contemporáneo. A lo mejor voy andando y veo algo en la calle que me gusta mucho. Esos encuentros, más allá de las etiquetas, son los que me gratifican y de los que aprendo. De los artistas actuales famosos, casi nada me gusta; hay un predominio excesivo del marketing. Hay mucho arte domesticado. Y el arte es un salvavidas, un golpe de aire fresco.
XL. ¿Qué análisis hace de la sociedad actual?
J.U. En muchos aspectos se ha evolucionado mucho, pero hemos retrocedido en otros. Hoy vivimos tan restringidos y tan medidos, y tan políticamente correctos, juzgados por nosotros mismos y nuestro entorno, que nos hemos convertido en nuestros propios policías. Es una sociedad que mantiene a los borregos asenderados, y vamos perdiendo libertad. El destino al que parece que nos dirigimos es lamentable porque hemos perdido relación directa con la naturaleza. La naturaleza ya es un parque temático más.
XL. Los artistas pueden escapar de esa sociedad tan condicionada…
J.U. Yo me escapo porque tengo mi arma que no me controla nadie, que es pintar. Por suerte, incluso los artistas que no están en las listas de Los 40 principales van a seguir haciendo siempre aquello que sienten, que nace de una necesidad y de algún modo de una utopía. Un artista no va midiendo con una regla lo que es políticamente correcto… o lo que va a querer vender. El arte al servicio del poder no me gusta.
XL. ¿Sigue buscando una luz en la penumbra en el Museo del Prado?
J.U. Sí, y seguiré hasta donde pueda.