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¿Sienten dolor los insectos?  Nuevas evidencias harán que dudes de matar a una mosca

Radical cambio de paradigma científico

¿Sienten dolor los insectos? Nuevas evidencias harán que dudes de matar a una mosca

Los insectos son mucho más sofisticados de lo que se creía. Nuevos estudios no descartan que sientan dolor y hasta que tengan experiencias 'emocionales'. La pregunta de si sufren cuando los aplastamos, de pronto ha dejado de ser una mera curiosidad y abre una ventana a otra manera de percibir el mundo... y a inquietantes dilemas éticos.

Viernes, 24 de Enero 2025, 09:58h

Tiempo de lectura: 8 min

Le atizas un palmetazo a una mosca o una rociada de insecticida. ¿Sufre? Su cerebro es mil veces más pequeño que un grano de arroz y apenas tiene una millonésima parte de nuestras neuronas. Parece demasiado simple para procesar el dolor. Sin embargo, los últimos descubrimientos cuestionan esta presunción. Si hoy le preguntamos a un entomólogo si siente dolor una mariposa con un alfiler clavado en el abdomen, la respuesta sería: «No estamos seguros».

Durante décadas, el consenso científico era contundente: sin nociceptores no hay dolor. Estos receptores nerviosos, que abundan en la piel de los mamíferos, aves y cetáceos, son los que nos hacen apartar la mano del fuego o reaccionar cuando nos pinchamos. Al no encontrar estructuras similares en los insectos, la conclusión parecía obvia: no podían sentir dolor como nosotros. Caso cerrado.

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Las abejas calculan el riesgo. Imagen del experimento llevado a cabo por Matilda Gibbons que demostró que las abejas no reaccionan al dolor solo como un acto reflejo, sino calculando la compensación que el sufrimiento puede conllevar. En el caso de la investigación, acceder a un alimento más dulce.

Pero este paradigma comenzó a tambalearse a partir de 2020. Y fue a raíz de un ingenioso experimento diseñado por la bióloga Matilda Gibbons, por entonces enrolada en la Universidad Queen Mary de Londres. Gibbons dispuso dos comederos para abejorros, uno a temperatura ambiente y otro calentado a la temperatura de un café caliente (54 °C). Cuando ambos contenían la misma concentración de agua azucarada, los abejorros casi siempre elegían el frío. Sin embargo, cuando Gibbons reducía el contenido de azúcar en el comedero frío, optaban por el caliente, a pesar de quemarse las patitas. «La conclusión fue que los abejorros demostraban una sorprendente capacidad para sopesar riesgos y beneficios. Y tomaban una decisión: estaban dispuestos a tolerar un cierto daño a cambio de una mayor recompensa. Es lo que llamamos 'una compensación motivacional'. Y es propia de animales sintientes», explica Gibbons.

¿Cómo deprimen a una mosca? La someten a privación de sueño, a frío, a estrés... y comienza a mostrar apatía, no quiere volar ni comer... Y, lo más sorprendente, responde bien a los antidepresivos

«Hasta ese momento, los científicos veían a los insectos como pequeños robots. Si evitan los estímulos dañinos es por un simple acto reflejo. Pero lo que hacen los abejorros implica un procesamiento cerebral complejo», comenta Lars Chittka, director de la tesis de Gibbons.

Fue entonces cuando Chittka y Gibbons, en colaboración con el filósofo Jonathan Birch, de la London School of Economics, se embarcaron en un repaso bibliográfico exhaustivo de los estudios sobre sintiencia en insectos. Y comprobaron que cada laboratorio había hecho la guerra por su cuenta, montando variopintos experimentos no exentos de un toque de sadismo. Los investigadores han emborrachado a abejas, drogado a cucarachas, administrado antidepresivos a moscas… En 2022 publicaron una revisión de las evidencias neuronales del dolor en los insectos que se ha convertido en la referencia sobre el tema.

Las moscas se dan al alcohol

Si creías que ahogar las penas en alcohol tras un fracaso amoroso es algo humano, prepárate: las moscas también lo hacen. Los machos que fracasan en sus intentos de apareamiento, puestos a escoger entre dos tipos de comida, una normal y otra ‘regada’ con etanol, eligen la segunda. Ese acto está regulado por un neurotransmisor que también opera en humanos. Por eso, las moscas... Leer más

Nos enteramos, por ejemplo, de las experiencias con opioides en cucarachas. Los científicos las meten en una cámara caliente (una especie de sauna). Las que reciben morfina aguantan más tiempo el calor. Y, si golpeas a una polilla, esta recordará la experiencia traumática incluso después de la metamorfosis. No solo masajeará la herida con las mandíbulas (como hacen los perros con la lengua cuando se lastiman), sino que después de convertirse en mariposa mostrará patrones defensivos para proteger la zona magullada.

Y no solo hay que considerar los daños físicos, también los 'emocionales'. Las moscas de la fruta que se lesionan una pata desarrollan algo parecido al síndrome de estrés postraumático y se vuelven más cautas. También pueden sufrir algo parecido a la depresión. ¿Cómo deprimes a una mosca?, te preguntarás. Los investigadores las someten a privación de sueño, a frío, estrés... Y las moscas comienzan a mostrar apatía, no les apetece volar ni comer. Lo más sorprendente es que responden bien a fármacos antidepresivos.

«Evidencia fuerte de dolor»

Jonathan Birch, el filósofo que participó en la recopilación, también asesoró al Gobierno británico en la redacción de la Animal Welfare Act de 2022, la revolucionaria ley de bienestar animal que inspiró, entre otras, la actual norma española. Su equipo desarrolló ocho criterios para evaluar la sintiencia en animales, que abarcan desde la complejidad del sistema nervioso hasta comportamientos que sugieren experiencias dolorosas. Los cangrejos, por ejemplo, no solo se acicalan cuando están heridos, sino que son capaces de soportar descargas eléctricas más fuertes para conseguir mejores conchas donde vivir. Este tipo de evidencia llevó al reconocimiento legal de la sintiencia no solo en vertebrados, sino también en cefalópodos (como pulpos y calamares) y crustáceos. Sin embargo, dejó una pregunta abierta: ¿qué hay de los invertebrados?

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La mosca sensible. Las moscas tienen el cuerpo cubierto de sedas sensoriales, con las que pueden saborear y oler y que son claves para alertarlas de un peligro. Este tipo de sensores demuestran que son más sofisticadas en la percepción sensible de lo que se creía.

Investigaciones posteriores han determinado que moscas, mosquitos, cucarachas y termitas muestran «evidencia fuerte de dolor», cumpliendo seis de los ocho criterios. Las abejas y mariposas cumplieron entre tres y cuatro. Y todos los insectos estudiados mostraron al menos algún indicio de sintiencia, como lanzarse a buscar plantas que contienen analgésicos naturales. Cuando están parasitados, los abejorros recurren a la flor del tabaco; la nicotina es un antimicrobiano.

Esto indica que los insectos son mucho más sofisticados de lo que se creía. Aunque no tengan nociceptores, poseen otros sensores que podrían realizar un papel similar. El cuerpo de las moscas está cubierto de sedas sensoriales, y los grillos tienen células nerviosas bajo la dura quitina que reaccionan ante estímulos dañinos. Pero hay más: estas señales no se quedan en la periferia, sino que viajan hasta el cerebro a través de canales específicos. ¿Pero qué perciben y procesan sus cerebros diminutos? Las abejas ven señales ultravioleta en las flores. Las hormigas se orientan siguiendo rastros olfativos. Y las mariposas monarca captan los campos magnéticos durante sus migraciones. Como señala la neurocientífica Shelley Adamo en The New Yorker: «Todas estas conductas demuestran una gran riqueza cognitiva».

Sin embargo, surge una pregunta que divide a la comunidad científica: ¿les serviría de algo el dolor? Para los mamíferos es una señal de alerta, pero su estrategia evolutiva no está basada en la ley de los grandes números. Cada cachorro es valioso. Pero los insectos representan el 40 por ciento de todas las especies vivas. Si tu apuesta por la supervivencia es tener miles de crías, ¿qué sentido tiene sufrir?

¿Se nos está yendo de las manos?

La clave, de nuevo, está en la nocicepción. Cuando retiras la mano de algo caliente, esa respuesta inmediata es una simple detección de daño que ocurre antes de que la señal llegue al cerebro. Es como un cortocircuito. El dolor es mucho más complejo: implica una experiencia subjetiva y puede que algún grado de conciencia. Las líneas de investigación actuales intentan dirimir si el cerebro de los insectos es capaz de procesar estas señales y transformarlas en una percepción cognitiva. Pero esto tampoco implicaría que su experiencia del dolor sea igual a la nuestra.

El debate plantea dilemas éticos. Cada año se eliminan billones de insectos con pesticidas en la agricultura. Si son capaces de experiencias subjetivas, ¿deberíamos repensar cómo los tratamos? Incluso aunque llegáramos a aceptar que sienten dolor, ¿podemos evitar causárselo? Los insectos están en todas partes. Conducir un coche provoca una masacre... Y luego está la jerarquía moral: ¿deberíamos proteger por igual a las abejas polinizadoras que a los mosquitos, que han matado a más gente que todas las guerras juntas?

El último hito fue la Declaración de Nueva York sobre la Conciencia Animal, en abril de 2024. Señala que existe una «posibilidad realista» de conciencia en muchos invertebrados; y se incluye por primera vez a los insectos. El documento está firmado por 250 científicos y filósofos, entre los que destacan dos grandes estudiosos de la conciencia: David Chalmers y Anil Seth.

Los escépticos consideran que se nos está yendo de las manos… A este paso acabaremos como los jainistas de la India, barriendo el suelo para no pisar a las hormigas. Además, si la mantis religiosa se come a su pareja después del apareamiento, ¿deberíamos nosotros sentir más empatía que ella? La lucha por la vida es una cadena infinita de seres comiéndose a otros. Ninguna especie, excepto la nuestra, se plantea el sufrimiento que causa. Claro que la nuestra es la que más sufrimiento reparte.