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Los amantes de Auschwitz y su reencuentro 72 años después

David y Helen

Los amantes de Auschwitz y su reencuentro 72 años después

David y Helen, judíos y presos en Auschwitz, se conocieron cuando él tenía 17 años y ella, 25; se construyeron un nido de amor entre los crematorios, donde se reunían mientras otros prisioneros vigilaban. En 1944 los separaron. Se reencontraron en Nueva York 72 años después. Y él le hizo por fin la pregunta que lo martilleó todos esos años. Un libro recuerda ahora su estremecedora historia.

Viernes, 09 de Febrero 2024

Tiempo de lectura: 6 min

Llegó a Auschwitz en diciembre de 1942 y salió con vida en abril de 1945. Inaudito. Muy pocos vivieron tanto tiempo en ese campo de exterminio donde 1,1 millones de personas fueron asesinadas. David Wisnia, un judío polaco que tenía 17 años cuando llegó al infierno de Auschwitz, estuvo a punto de morir varias veces, pero dos cosas lo salvaron; la primera, su voz. Tenía una preciosa voz de barítono. Sus dotes musicales le proporcionaron un mejor destino en el campo: pasó de recoger los cadáveres de los presos que se suicidaban lanzándose contra las vallas electrizadas del campo a trabajar en 'la sauna', el lugar donde se desinfectaba la ropa de los recién llegados utilizando las mismas cápsulas de Zyklon B que se usaban en las cámaras de gas. A los SS les gustaba que David amenizara sus farras actuando para ellos. Por eso lo dejaron vivir y lo mandaron a 'la sauna', a salvo del frío glacial del exterior.

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Cuando entonces... David Wisnia y Helen Zipora Spitzer estuvieron más de dos años internados en Auschwitz, donde se conocieron. Acabada la guerra, se buscaron sin éxito durante mucho tiempo. Más arriba, en la imagen que abre este reportaje, Helen, ya con 98 años, y David, de 90, cuando se reencontraron en 2016 en casa de ella, en Nueva York. No se veían desde 1944.

Allí encontró David el segundo regalo del cielo que le permitió sobrevivir, otra prisionera judía, la checoslovaca Helen Zipora Spitzer, a quien llamaban Zippi. David y Zippi vivieron una historia de amor en Auschwitz, un lugar gobernado por el terror. Lo recuerda un libro nuevo, Lovers in Auschwitz: A true story, de Keren Blankfeld. Ella lo oyó cantar en 'la sauna' y se enamoró de él. Zippi tenía 25 años y una extraordinaria inteligencia para sobrevivir. A ella la capturaron en Bratislava y la habían llevado a Auschwitz en marzo de 1942. Primero le tocó trabajar sacando escombros de edificios en ruinas. Casi muere cuando una vieja chimenea se le derrumbó encima. Casi muere de nuevo cuando, supurando pus, demacrada y esquelética, la seleccionaron para la cámara de gas. Una amiga enfermera intervino a su favor y luego Zippi –consumida por la fiebre y sin fuerzas– tuvo que demostrar que estaba fuerte y sana realizando ejercicios agotadores delante de los SS del campo.

Tenía Zippi un talento especial para la supervivencia. Pronto hizo valer sus habilidades: era diseñadora gráfica, despierta y hablaba varios idiomas; entre ellos, alemán y ruso. Logró un puesto en las oficinas del lager, un grandioso privilegio. Zippi logró cosas inusuales en Auschwitz: podía ducharse, vestir ropa de civil, se pudo escribir (con código cifrado) con su hermano Sam e incluso salió alguna vez al exterior del campo.

También se podía desplazar a la zona de los hombres. En una de esas visitas vio y escuchó a David cantar. Y aquel muchacho, ocho años menor que ella, le encantó. Se repitieron sus visitas a 'la sauna', comenzaron las miradas robadas, los roces al pasar uno cerca del otro…

La peripecia de David. Tras la liberación de Auschwitz, David Wisnia se unió al Ejército americano. Regresó a Dachau y dejó registro del horror con fotos como la de la izquierda. En 1946 logró emigrar a Estados Unidos. Allí se nacionalizó (era polaco), se casó con Hope (derecha) y tuvo cuatro hijos. / D.R.
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Hasta que ella lo citó en un rincón secreto, un nido de amor preparado con equipajes requisados a los presos del campo. Zippi tenía cierto poder, podía sobornar con comida a otros prisioneros para que vigilaran aquellos encuentros secretos y peligrosos: si los encontraban, era la muerte para todos. «En un lugar como aquel, donde sabíamos que cada día podía ser el último, vivíamos el momento», explicó David años después.

En un altillo levantado en un resquicio entre los barracones 4 y 5 se encontraban durante 30 minutos una vez al mes: susurraban, se besaban y allí Zippi le enseñó a David la canción húngara Atardecer a la luz de la luna.

La cita en la Varsovia devastada

En 1944 se sentía la cercanía del Ejército ruso. Zippi, siempre bien informada, sabía que los iban a evacuar. Se acercaba la separación. Entonces sellaron un pacto: se encontrarían en Varsovia, en el Centro Comunitario Judío.

A David lo evacuaron a Dachau y luego lo enrolaron en una de las fatídicas marchas de la muerte. Pero David se hizo con una pala, golpeó a un SS y salió corriendo. Se refugió en un granero durante días. Cuando oyó que se acercaban soldados, salió a su encuentro: tuvo suerte, eran paracaidistas de la 101.ª División Aerotransportada de Estados Unidos. Una suerte inmensa.

«¿Me salvaste?», preguntó David. Y ella extendió los cinco dedos de una mano. Hasta cinco veces sacó su nombre de la lista de presos destinados a otros campos

David se incrustó en la división; le enseñaron a manejar una metralleta y realizó tareas de intérprete (hablaba polaco, yidis y algo de francés), y con ellos llegó hasta Berghof, el refugio bávaro de Adolf Hitler. De allí se llevó como recuerdo dos pistolas y una cámara de fotos.

Con los americanos continuó en Francia hasta que en 1946 consiguió el ansiado permiso para emigrar a Estados Unidos, su anhelo desde niño, cuando soñaba con cantar en la Ópera de Nueva York.

David no acudió a la cita de Varsovia, pero Zippi sí lo hizo. A ella también la habían evacuado –al campo de mujeres de Ravensbrück y a un subcampo en Malchow– y se escabulló de una marcha de la muerte: se quitó de la ropa la marca que la identificaba como prisionera y se mezcló con los civiles que también huían.

Recorrió más de 700 kilómetros hasta llegar a Varsovia, a su cita con David. Llegar fue una proeza, las carreteras estaban arrasadas; y Varsovia, devastada. Esperó unas semanas hasta que se convenció de que él no acudiría. Marchó entonces a Feldafing, un campo de desplazados que los americanos habían levantado en Alemania.

Allí Zippi conoció a Erwin Tichauer, que era el jefe de policía del campo, y se casó con él. Ni ella ni David supieron que podrían haberse encontrado en Feldafing: aquellos días, David transportaba allí suministros del Ejército americano. Pero Zippi –demostrando de nuevo su habilidad para conseguir mejores condiciones que el resto–, ya casada, vivía fuera del campo.

David se marchó a Estados Unidos, Zippi y su marido trabajaron en labores humanitarias con Naciones Unidas durante décadas. Vivieron en Perú, Bolivia, Indonesia y Australia, país en el que ella dio clases de Bioingeniería en la Universidad de Nueva Gales del Sur hasta que se mudaron a Estados Unidos, donde vivía David, felizmente casado y padre de cuatro hijos.

«Concertaron una cita en un hotel de Manhattan. Esta vez no acudió ella. No quiso ir porque estaba casada, explicó después»

A través de una amiga común supieron el uno del otro. Concertaron una cita en un hotel de Manhattan. Esta vez no acudió ella. No quiso ir porque estaba casada, explicó después. David continuó con su vida en Levittown (Pensilvania), cantaba en la sinagoga y en algunos centros judíos, y llegó a ser vicepresidente de ventas de una editorial de enciclopedias. En 2015 publicó sus memorias, One voice, two lives: from Auschwitz prisoner to 101st Airborne Trooper. Zippi también contó su vida, al historiador Konrad Kwiet –profesor de la Universidad de Sídney–, quien incluyó su testimonio en el libro Approaching an Auschwitz survivor.

En 2016 surgió la posibilidad de un tercer encuentro. Esta vez la cita se concertó en casa de Zippi en Nueva York, adonde se había mudado.

David acudió con sus hijos y nietos. Zippi, de 98 años, estaba casi sorda y ciega. Llevaba viuda dos décadas, no había tenido hijos y estaba muy enferma, pero lo reconoció. Entonces, por fin, David le hizo la pregunta que lo persiguió todos esos años: «¿Me salvaste alguna vez?». Y ella abrió la mano con los cinco dedos bien extendidos. Hasta cinco veces sacó su nombre de la lista de presos trasladados a otros campos: lo salvó de un destino peor.

Luego, él le cantó la canción húngara que ella le había enseñado. Ella le confesó: «Yo te quería». Se lo pudo decir, por fin, 72 años después. Y David dijo que él también la quiso. Luego, agradecido, declaró: «Mis hijos y mis nietos existen gracias a ti».