Borrar

África de las Heras La espía de las mil caras

alternative text

Logró volver loca a la CIA. Esta espía española participó en el asesinato de Trotski y creó una de las redes de espionaje más importantes del KGB. La escritora Reyes Monforte novela su vida en ‘La violinista roja’ y nos traza aquí una semblanza de su figura.

Sábado, 02 de Abril 2022, 01:20h

Tiempo de lectura: 9 min

Pero quién demonios es esa mujer?». Era la pregunta más escuchada en los despachos de la planta noble del edificio de la CIA. Quién era la misteriosa mujer que movía los hilos del espionaje mundial, frustraba operaciones de inteligencia de países extranjeros, retorcía voluntades,

Pero quién demonios es esa mujer?». Era la pregunta más escuchada en los despachos de la planta noble del edificio de la CIA. Quién era la misteriosa mujer que movía los hilos del espionaje mundial, frustraba operaciones de inteligencia de países extranjeros, retorcía voluntades, mudaba de piel y de nombre con la facilidad de un reptil escurridizo, encabezaba misiones imposibles, descubría secretos de Estado y se anticipaba en el tablero de la Guerra Fría con movimientos que dibujaban el boceto de una tercera guerra mundial. Esa mujer se llamaba África de las Heras, era española y se convirtió en la espía soviética más importante del siglo XX, una de las primeras mujeres en alcanzar el grado de coronel del KGB y la española más condecorada por la Unión Soviética.

Si a decir de Simone de Beauvoir las personas felices no tienen historia, África de las Heras fue una de las personas más infelices del mundo. Cuando vino al mundo en Ceuta, en abril de 1909, nada hacía presagiar que la hija de un escribiente militar, aquella jovencita rebelde que fumaba, bailaba, bebía, nadaba como un hombre, besaba a los chicos –para escándalo de la sociedad ceutí de principios de siglo– y que contrajo matrimonio con el capitán de Infantería de la Legión Francisco Javier Arbat rompería con su pasado, con sus lazos familiares e incluso con el recuerdo de su hijo muerto para convertirse en una hija de la Revolución rusa, en hija del instante histórico del siglo XX.

alternative text
Mujer de armas tomar.África de las Heras con el miliciano José Gros (de claro) y el político comunista Rafael Vidiella en Moscú. Más arriba, abriendo este reportaje, la espía en los años 50 y reliquias del Museo del Espionaje del KGB en Nueva York. El pintalabios disparaba. La novela de Reyes Monforte —La violinista roja (Plaza&Janés)— sale a la venta el 7 de abril.

Tenía todas las piezas para transformarse en una espectacular matrioshka. Era una mujer de belleza exótica, inteligente, valiente, autodidacta, fría y calculadora, poseedora de un intrigante magnetismo, siempre envuelta en un halo de misterio y una desbordante pasión que esparcía por todos los escenarios en los que dejó su huella: la revolución de Asturias de 1934, la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial, el París de la Resistencia, la Guerra Fría, el espionaje atómico, la Guerra de Corea, el incidente de bahía de Cochinos... El mundo se le quedaba pequeño al igual que sus múltiples identidades, amparadas en sus respectivas tapaderas: interrogadora, miliciana, secretaria, traductora, operadora de radio, modista, guerrillera, limpiadora, anticuaria... Una muñeca rusa de la que iban saliendo nuevos personajes: María de la Sierra en México, Yvonne en Ucrania, María Luisa de las Heras en París y Uruguay, María Pavlovna en Moscú... La mujer de mil caras; mil mujeres en una.

María, Luisa, Yvonne, Patricia... fueron algunas de sus identidades. Miliciana, secretaria, modista, anticuaria... Era la mujer de mil caras

Su metamorfosis comenzó en Madrid en 1933. Allí conoció a un empleado de banca, Luis Pérez García-Lago, miembro de UGT y del PSOE, que le inoculó el fervor político y con quien compartió su nueva vida. Junto a él vivió el levantamiento militar en Barcelona y el inicio de la Guerra Civil. Mientras los retratos de Stalin y de Lenin colgaban de la fachada del hotel Colón y Barcelona se llenaba de emisarios soviéticos, África de las Heras («la pequeña Pasionaria», como ya la denominaban) se hacía fuerte como interrogadora en la checa de San Elías, uno de los centros de detención más temidos de la ciudad, aunque eso no le impedía acercarse al frente, colaborar en las Patrullas de Control y protagonizar un acercamiento íntimo a Ramón Mercader, hijo de la estalinista y agente del NKVD Caridad Mercader, que más tarde sería el elegido para llevar a cabo la misión más personal ordenada por Stalin: el asesinato de León Trotski. Pero llegó un día en el que aquella fe en la revolución y en el futuro de la que hablaba George Orwell en su Homenaje a Cataluña comenzó a difuminarse en las calles de Barcelona y en el principal despacho del Kremlin: la República española se quedaba pequeña para los planes de Stalin, que codiciaba sueños más ambiciosos. La imagen de mujeres vestidas con el mono miliciano y el fusil al hombro ya no era la instantánea que los soviéticos necesitaban. Los agentes del NKVD Erno Gerö y Leonid Eitingon convencieron a la joven ceutí: «Para escribir una pintada en la calle, vale cualquiera. Para escribir la Historia, solo unos pocos elegidos; tú eres uno de ellos».

alternative text
Atentado abortado. Como espía, África interceptó mensajes nazis en la Segunda Guerra Mundial. Ayudó a descifrar un plan de matar a Roosevelt, Churchill y Stalin en la cumbre de Teherán de 1943.getty images

Fue entonces cuando empezó a tejerse la leyenda de África de las Heras, repleta de sombras, misterios, secretos y mentiras. Moscú la envió a México, a la famosa Casa Azul de Frida Kahlo y Diego Rivera en Coyoacán, donde residía el hombre que obsesionaba a Stalin: Trotski. Era el año 1937 y África llegó bajo el nombre de María de la Sierra para ejercer de secretaria y traductora del revolucionario ruso en la Comisión Dewey, aunque en realidad su misión era otra: formar parte del operativo para asesinar al mayor enemigo del pueblo, la Operación Utka. Durante meses, la espía fue enviando información de lo que sucedía en la Casa Azul, desde la aventura sentimental entre Frida y Trotski hasta la organización de la Cuarta Internacional. Todo se detuvo el 20 de agosto de 1940, cuando Ramón Mercader entró en la casa de Trotski para acabar con su vida, clavándole un piolet en la cabeza. El resto del operativo, entre ellos Caridad Mercader, Leonid Eitingon y la propia África, volvió a convertirse en sombras. De nuevo, tocaba huir.

Luchadora en Ucrania

Después de un breve paso por el París de la Resistencia y por Moscú, la vida de África dio un nuevo giro, al ser enviada a los bosques de Ucrania, a Vinnytsia, para luchar contra los nazis; lo haría como la subcomandante Yvonne, una de las responsables del equipo de radiotelegrafistas del grupo guerrillero Los Vencedores de Dmitri Medvédev. «Juro que no me entregaré viva al enemigo. Juro que daré mi vida por la Unión Soviética. Juro servir al Partido, a la patria y al pueblo soviético. La victoria será nuestra». Nacía entonces el mito de la violinista roja –así se llamaba a las operadoras de radio soviéticas: 'violinistas'–, encargándose de enviar informes cifrados a Moscú, interceptar mensajes encriptados del enemigo y descifrar misiones secretas como la Operación Weitsprung ideada por Hitler, el intento de asesinato de los líderes aliados Churchill, Stalin y Roosevelt durante la Conferencia de Teherán en 1943. Como 'violinista', corroboró lo que escuchó por primera vez en Barcelona y comprobó más tarde en México: la información ganaba guerras, la dezinformatsiya hacía perderlas y la comunicación era su mejor arma.

alternative text
Matar a Trotski. Trotski y su mujer (con gorro) al llegar a México. Lo recibieron Frida Kahlo y Max Shachtman, líder comunista en Estados Unidos. África participó en el fin de Trotski.getty images

Tras la derrota nazi y la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, y con la sombra del telón de acero cayendo sobre el mundo, África se trasladó a París, metiéndose en la piel de una modista de alta costura, María Luisa de las Heras, una viuda española que cuando no estaba en su atelier del elitista barrio de Passy, se paseaba por Montparnasse, frecuentaba Le Dôme Café, asistía al emblemático desfile de Christian Dior de 1947 y acudía a la Sorbona y al Pen Club. Hasta que recibió desde Moscú su nueva misión: enamorar al escritor uruguayo y fervoroso anticomunista Felisberto Hernández, una trampa de miel orquestada por los servicios secretos soviéticos que se saldó con éxito al casarse con él en Montevideo el 14 de febrero de 1949. Desde Uruguay, considerada «la Suiza de América» por su discreción y su desahogada economía, África creó la mayor red de espías soviéticos que actuó no solo en el continente americano, sino en todo el mundo.

Nunca fue víctima de una purga interna. Llegó a coronel del KGB y fue la española más condecorada por la Unión Soviética

Primero operó desde su taller de moda y más tarde –una vez divorciada de Felisberto Hernández, tras conseguir sus papeles de residencia, y casada con otro espía soviético, el italiano Valentino Marchetti, el 28 de julio de 1956–, desde su tienda de antigüedades, Antiquariat, convertida en el punto de encuentro de la alta sociedad montevideana y en el centro de operaciones de su red de agentes. En plena Guerra Fría y en mitad de varias deserciones de agentes soviéticos, del recrudecimiento del espionaje nuclear y de la detención del espía soviético William Fisher (protagonista del famoso intercambio en el puente Glienicke, el conocido Puente de los Espías), África tuvo que capitanear los designios del KGB trazados desde la URSS. Lo hizo durante dos décadas, dejando su impronta en la invasión de bahía de Cochinos, en el asesinato del profesor Arbelio Ramírez (la bala iba supuestamente dirigida al Che Guevara durante su famoso discurso en la Universidad de Montevideo, en 1961), enviando a Moscú informes que firmaba con el alias 'Patria' y sorteando a los agentes de la CIA que seguían sus pasos; en especial, Howard Hunt, el agente estrella de la agencia estadounidense y más tarde condenado por el escándalo Watergate, al liderar el espionaje en la sede del Partido Demócrata en 1972, que propició la dimisión del presidente Nixon.

El día que casi se declara la tercera guerra mundial

Si muchos fueron los escenarios históricos que pisó, aún fueron más los personajes a los que África convirtió en cómplices o en víctimas: Frida Kahlo; León Trostki; Ernesto Guevara; Diego Rivera; Dolores Ibárruri, la Pasionaria; Salvador Allende; Pablo Neruda; Ernest Hemingway; George Orwell...

alternative text
Genio engañado. El escritor uruguayo Felisberto Hernández se casó con África sin saber que era una espía. Ella lo usó para radicarse en Montevideo, donde montó una gran red de espías soviéticos.

Nunca olvidó lo que le dijeron en la Lubianka en 1941: «Siempre es más difícil guardar un secreto que arrebatárselo al enemigo». El silencio era un valor en alza en Moscú y los secretos bien guardados, un seguro de vida. Así lo hizo durante los 50 años al servicio de la inteligencia soviética. A diferencia de sus colegas, nunca fue víctima de ninguna purga interna, siempre contó con la confianza del Kremlin e incluso sobrevivió a la denuncia de los crímenes de Stalin durante el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, en 1956. Permaneció en el KGB hasta 1985, instruyendo a nuevos espías y siendo testigo del noviembre negro de 1983, cuando a punto estuvo de declararse la tercera guerra mundial como consecuencia de la Operación Arquero Capaz, unas maniobras militares de la OTAN y EE.UU. que los soviéticos entendieron como una declaración de guerra.

alternative text
Su tercer esposo. África con su último marido, otro espía soviético, el italiano Valentino Marchetti, con quien se casó en Uruguay en 1956, una vez divorciada de Felisberto Hernández.

Creía que el mundo no estaba preparado para conocer la verdad, y menos de boca de una mujer. «Mejor no contar nada, así nos evitaremos tener que negarlo todo». Asumió el consejo de Kim Philby, el legendario espía de Los Cinco de Cambridge: «No confieses nada. Nunca. Niégalo todo». Aspiraba a que cuando la Historia mirase atrás, nadie pudiera verla. Fue la única misión en la que fracasó: su identidad fue desvelada años después de su muerte, sucedida el 8 de marzo de 1988, Día Internacional de la Mujer. África falleció antes de contemplar el fin de su sueño. Quizá por eso murió antes de despertar y ver cómo todo por lo que había luchado se desmoronaba. Cayó el muro de Berlín y cayó la Unión Soviética como lo hicieron sus héroes, como ella misma hubiera caído de no haber muerto. El momento define a los ídolos y ella lo sabía: «Un buen espía sabe cuándo aparecer; el mejor espía sabe en qué momento desaparecer».

Hoy, cuando se cumplen 30 años de la disolución de la URSS y con una nueva guerra en Europa que amenaza al mundo, la leyenda de África de las Heras vuelve a cobrar vida.