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Efraim Zuroff El último cazador de nazis y el único judío que les desea una buena salud (para llevarlos al banquillo)

Quedan pocos vivos. Los criminales de guerra nazis que siguen en libertad son ya centenarios, pero eso no desanima a Efraim Zuroff, que sigue con su incansable búsqueda para llevarlos a juicio. Ha participado en cientos de investigaciones y ha logrado que se juzgue a 40 de ellos.

Miércoles, 06 de Septiembre 2023, 13:00h

Tiempo de lectura: 10 min

La gente a veces me llama 'Míster holocausto'», explica Efraim Zuroff en su despacho de un tranquilo barrio residencial de Jerusalén. En realidad, es más conocido como 'cazador de nazis', pero reconoce que hasta su familia se permite bromear sobre lo sórdido de su trabajo. Lleva 35 años dirigiendo la investigación de crímenes de guerra para el Centro Simon Wiesenthal.

En una pared de su oficina hay un gran póster: una fotografía de las puertas de Auschwitz con la leyenda Spät aber nicht zu spät (Tarde, pero no demasiado tarde). Corresponde al inicio de la Operación Última Oportunidad, la campaña europea promovida por Zuroff en 2002 con el objetivo de rastrear la pista de los últimos criminales de guerra vivos, en la que se ofrecían recompensas económicas a quienes proporcionaran información para su detención y condena.

En su escritorio tiene enmarcada también la portada del New York Post del 7 de mayo de 1945. El titular es: «¡Los nazis se rinden!». «Ese día se acabó su poder», dice sin apenas entonación. «Pero nuestro trabajo acababa de empezar».

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Testigos del crimen. Cadáveres en el campo de concentración de Dachau, a 13 kilómetros de Múnich. La foto se tomó cuando entraron los americanos.

La cuenta atrás

Han pasado ocho décadas desde el Holocausto. Los principales ingenieros de la maquinaria industrial de muerte puesta en marcha por los nazis fueron encarcelados o ejecutados. Otros fallecieron de muerte natural o se suicidaron. Pero miles de criminales de guerra lograron escapar y evitar los tribunales de guerra. Si bien la oportunidad de localizar y encausar a los pocos que siguen vivos está reduciéndose con rapidez dada su avanzada edad, el esfuerzo por sentarlos en el banquillo no ha flaqueado. Si acaso, hoy tiene un ímpetu renovado.

En 2009, un tribunal de Múnich, en una sentencia clave, aceptó el argumento del ministerio fiscal por el que toda persona que hubiera servido en un «campo de la muerte» (definido como un campo de concentración dotado del equipamiento material para la aniquilación en masa) podía ser formalmente acusado y condenado por, como mínimo, «complice de asesinato» incluso si no existieran pruebas de que el individuo hubiera cometido un crimen específico contra una víctima específica «motivado por el odio» (lo que había sido el requerimiento fundamental para ser juzgado en Alemania durante los anteriores 50 años). Esta resolución judicial facilitó una serie de nuevos encausamientos.

«Ni una sola persona implicada en los casos que yo he investigado ha dicho jamás que lo sentía o ha expresado arrepentimiento»

En 2016, por ejemplo, Reinhold Hanning, de 94 años, un antiguo guardia de las SS que ejerció en Auschwitz, fue declarado culpable y condenado a cinco años de cárcel, que no llegó a cumplir: falleció el 30 de mayo de 2017. También en 2016, en abril, Ernst Tremmel, de 93 años, antiguo guardia en Auschwitz, estaba a punto de ser juzgado por complicidad en 1075 asesinatos, pero unas semanas antes de sentarse en el banquillo falleció de muerte natural. «¿Qué pienso al respecto?», Zuroff se arrellana en el asiento. «Mire usted, soy el único judío del mundo que reza por la buena salud de los nazis». Hace una pausa. «De los nazis que pueden ser llevados a juicio, claro está».

Crecido en las calles

Zuroff tiene 75 años y es un hombre fornido y corpulento. Natural de Brooklyn, vive en Israel desde hace más de 50 años, pero no ha perdido el nasal acento neoyorquino ni los modales bruscos de quien ha crecido en las calles de la Gran Manzana.

Casado, con cuatro hijos y once nietos, nació en el seno de una familia judía ortodoxa de origen lituano. Sionistas convencidos, siempre consideraron que su verdadera patria era Israel. En 1970, tras graduarse en Historia, Zuroff se marchó a Jerusalén, donde se especializó en el estudio del Holocausto y se puso a trabajar en Yad Vashem, el museo nacional israelí dedicado a las víctimas. En 1978 se trasladó a vivir a Los Ángeles, para trabajar en el Centro Simon Wiesenthal, el gran referente en la persecución de criminales de guerra. Con los años se ocuparía de la oficina en Jerusalén, que él mismo inauguró.

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Autor de los crímenes. Heinrich Himmler, uno de los ideólogos del Holocausto, inspeccionando un campo.

No soy el inspector Clouseau

Un cazador de nazis... La expresión lleva a pensar en novelas de misterio, en un personaje con el cuello de la gabardina subido que vigila una puerta en una calle sumida en las brumas. «El inspector Clouseau, con la lupa en la mano», bromea Zuroff. «Las cosas no son así». Según cuenta, su trabajo «es una tercera parte de detective, otra parte de historiador y otra de lobby político. Y es una labor frustrante, muy frustrante».

Zuroff explica que hay que dar cinco pasos para que una investigación tenga éxito. Primero, localizar a un sospechoso y exponerlo públicamente. Segundo, poner en movimiento toda la maquinaria de la justicia. Tercero, llegar a lograr que sea formalmente acusado. Cuarto, ir a juicio. Y quinto, conseguir una condena.

Todo esto suele implicar un prolongado proceso de peinado de archivos y documentos, así como el respaldo de una red de colegas y simpatizantes de todo el mundo. En 35 años, Zuroff ha participado en la investigación de cientos de casos, pero solo 40 han llegado a juicio. Y no todos ellos terminaron con una condena.

En sus memorias, Operation Last Chance, publicadas en 2009, describe el caso de Sándor Képíró, un antiguo capitán de la gendarmería húngara, a quien los rusos en 1948 encontraron culpable de participar en la masacre de más de 1200 judíos, gitanos y serbios en la ciudad de Novi Sad en 1942. Pero Képíró no llegó a cumplir sentencia alguna, ya que huyó a Argentina a tiempo. Tras residir muchos años en el país austral, terminó por volver a Hungría, donde Zuroff finalmente lo localizó en 2006.

«El único lugar donde es posible juzgar a un criminal de guerra es Alemania. Austria es un caso perdido. No han condenado a uno solo. Y eso que hay nazis a montones»

Zuroff recuerda que, al llegar a la entrada del bloque de pisos en Budapest donde vivía (irónicamente ubicado frente a una sinagoga), se dijo que nada sería más fácil que colarse en el apartamento «y ejecutar al viejo cabrón». «Al fin y al cabo —dice—, en este caso no se trataba de un sospechoso, sino de un criminal de guerra convicto, causante de centenares de muertes». Pero, según agrega, «pronto dejé de pensar en la posibilidad de la venganza. Matar al húngaro sería contraproducente a largo plazo y desbarataría nuestros proyectos en otros muchos lugares».

El caso Képíró es muy representativo tanto de los triunfos como de las frustraciones inherentes al trabajo de Zuroff. El investigador presionó a las autoridades de Budapest, y en febrero de 2011 la fiscalía húngara acusó formalmente a Képíró, quien a esas alturas tenía 97 años. Sin embargo, en julio de ese año, un tribunal de Budapest absolvió al encausado. «Lo que fue escandaloso», afirma Zuroff.

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El pionero. Simon Wiesenthal, el superviviente austriaco del Holocausto fue pionero de la llamada 'caza de nazis', experto en el rastreo de criminales de guerra y en la preparación de la documentación necesaria para poder juzgarlos. Facilitó el encausamiento de 1100 criminales de guerra nazis. En 1978 Efraim Zuroff se trasladó a Los Ángeles para trabajar con él.

Las críticas desde dentro

Este caso, junto con el de otro antiguo gendarme húngaro, László Csatáry, quien murió en el hospital a los 98 años justo cuando iba a ser llevado a juicio, provocó que László Karsai, el principal historiador del Holocausto e hijo de un superviviente, criticara la persecución de criminales de guerra llevada a cabo por Zuroff. Bajo su punto de vista, estos juicios no tenían ninguna utilidad «histórica, educativa o política».

Es una crítica que acompaña a Zuroff desde sus inicios: que su interés es la venganza y no la justicia y que no sirve de mucho llevar a los tribunales a unos ancianos enfermos.

Zuroff está más que versado en responder a las críticas de sus detractores. «El paso del tiempo no reduce en lo más mínimo la responsabilidad de los asesinos. La vejez no tiene por qué suponer una protección para individuos que cometieron crímenes horrendos. El hecho de cumplir 90 años no implica que un genocida se haya convertido en una gentil, recta y respetable persona. La edad, la enfermedad... Todo eso no cuenta. Nuestras simpatías tienen que estar con las víctimas, y no con los criminales».

«Soy el único judío que reza por la buena salud de los nazis. De los que pueden ser juzgados, claro. La vejez no puede proteger a quienes cometen crímenes horrendos»

Se echa hacia delante en el asiento y añade: «La gente muchas veces me dice que han pasado muchísimos años desde entonces, que las personas que cometieron los crímenes seguramente se han arrepentido. Siempre podrían alegar: 'Por entonces éramos jóvenes e influenciables, nos habían lavado el cerebro, creíamos estar cumpliendo nuestro deber patriótico, nos equivocamos'. Pero la realidad es desagradable: en todos los casos que he llevado, ni una sola persona se ha disculpado, ha expresado arrepentimiento, ha dicho tener remordimientos. Ni una sola. Más bien al contrario, de hecho. Esa gente sigue sintiéndose muy orgullosa de lo que hizo, igual que el primer día».

Zuroff añade que los juicios de este tipo también son relevantes en la lucha contra la negación y la distorsión del Holocausto, y contra el antisemitismo en general. En los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial apenas se hablaba sobre el Holocausto.

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¿La edad importa? Cuando fue juzgado en 2011, Sándor Képíró, excapitán del ejército húngaro, tenía 97 años. El tribunal lo juzgó solo por cuatro crímenes, pese a que se le atribuyen miles. Fue absuelto por falta de pruebas. Falleció dos meses después.

«La generación de judíos de la posguerra tenía un problema psicológico con el Holocausto», dice Zuroff. «Si lo viviste en tus carnes, lo que querías era olvidarlo. Y el mundo entero quería mirar hacia delante, no al pasado. Lo sucedido simplemente era demasiado traumático. El Holocausto supuso el fracaso absoluto del mundo civilizado».

El silencio incómodo

El propio Zuroff lleva el nombre de una de las víctimas del Holocausto, el del rabino Efraim Zar, un tío-abuelo asesinado en Lituania. Sin embargo, según explica, a pesar de que su familia era judía ortodoxa, no empezó a tomar verdadera conciencia del Holocausto hasta 1961; por entonces tenía 13 años, y su madre un día lo llamó para que mirase con ella el juicio de Adolf Eichmann por televisión. «Mi madre es una mujer tranquila y razonable, que nunca pierde los papeles, pero esa vez me dijo: '¡Tienes que ver esto! Han pillado a uno de los jefes nazis y están juzgándolo'. Yo no tenía idea de quién era aquel tal Eichmann, pero la cosa me marcó».

Los nazis no solo operaron en Alemania, obviamente. Reclutaron a colaboracionistas en todos los países ocupados. Y esos asistentes asumieron un papel activo en el asesinato en masa de los judíos en Europa oriental y en los estados bálticos.

En Lituania, Letonia y Estonia fueron masacrados más del 95 por ciento de los judíos al comienzo de la guerra, 280.000 personas en total. En más del 90 por ciento de los casos, las víctimas no fueron deportadas a campos de concentración, sino que murieron por los disparos de las patrullas nazis de la muerte o de sus colaboradores locales. Sin embargo, en Lituania únicamente se han celebrado tres juicios contra presuntos criminales de guerra. En Estonia y Letonia todavía no ha habido ni un solo juicio.

«No siempre puedo echarles el guante, pero sí puedo impedir que sigan mintiendo sobre lo sucedido»

También está el caso de Croacia, donde la derechista Unión Democrática Croata volvió al poder, al frente de un gobierno de coalición. Cuando la selección nacional israelí de fútbol fue a Croacia para jugar un partido amistoso, parte del público coreó lemas antisemitas y cánticos de la Ustasha, el partido fascista que entre 1941 y 1945 gobernó el Estado Independiente de Croacia, un títere de la Alemania nazi, responsable de la masacre de centenares de miles de serbios y de unos 20.000 judíos, así como de la deportación a Auschwitz de otros 10.000 más.

En 1998, Zuroff obtuvo uno de sus principales éxitos al ayudar a localizar en Argentina a Dinko Sakic, antiguo comandante del campo de concentración de Jasenovac, en Croacia. Zuroff facilitó documentación clave para encausar a Sakic, que había sido responsable directo de 2000 asesinatos. Extraditado a Croacia, Sakic fue declarado culpable y sentenciado a 20 años de prisión. Tras morir en la cárcel, fue enterrado vestido con su uniforme de la Ustasha. Fue el primer –y el único– juicio por crímenes de guerra llevado a cabo en Croacia.

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Más vae tarde. Dinko Sakic, antiguo comandante del campo de concentración de Jasenovac, Croacia, fue detenido en Argentina y juzgado en su país en 1998. Condenado a 20 años de prisión, murió en 2008, a los 86 años.

Garantizar la memoria

Lo que Zuroff describe como «falta de voluntad política» en Europa oriental y los estados bálticos descarta que vayan a ser encausados otros criminales de guerra residentes en dichos países. «A decir verdad, el único lugar donde existe la posibilidad de juzgar a alguien es Alemania. Austria también es un caso perdido. Allí no han condenado a un solo criminal de guerra desde hace más de 30 años. Qué curioso. ¿Será porque en Austria no hay nazis? Claro que los hay, y en cantidad. Sin ir más lejos, un antiguo guardia de Auschwitz murió la semana pasada. En teoría, los austriacos estaban buscándolo. Los austriacos son unos mierdas».

Zuroff agrega que el principal miedo de Simon Wiesenthal no era el de que este u otro criminal no llegara a ser juzgado, sino que la gente se olvidase del Holocausto. «Es curioso, pero lo que sucedió fue lo contrario. Hoy contamos con incomparablemente más información, de todo tipo, en el mundo académico y en la cultura popular, en las artes, en el cine... por todas partes. Y si he contribuido en algo a esta revolución, pues me alegro. Por decirlo de otra forma: no siempre puedo echarles el guante, pero sí puedo impedir que sigan mintiendo sobre lo sucedido».