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Animales de compañía

Marcharse de Twitter

Juan Manuel de Prada

Viernes, 29 de Noviembre 2024, 09:37h

Tiempo de lectura: 3 min

Confesaré que me han producido hilaridad las campanudas declaraciones, envueltas en una grotesca aureola de heroísmo falsorro, de diversos paladines y estantiguas del progresismo autóctono, anunciando su marcha de Twitter. El menda no podrá, en cambio, marcharse de Twitter, pues nunca instaló allí sus reales, en parte porque enseguida descubrió que esa red social era utilizada por la chusma para vomitar su odio (pero esto ya ocurría hace diez años, cuando todos estos paladines y estantiguas del progresismo autóctono chapoteaban felices y hacían olas en el vomitorio) y en parte porque no me gusta malgastar ni un ápice de mi tiempo en distracciones idiotas.

Quizá lo más molesto de esta ridícula huida de Twitter sea la aureola épica con que los fugitivos tratan de revestirla

A mi modo de ver, las redes sociales, bajo su atractiva apariencia de foro público, no son sino un instrumento ideado para favorecer esa nueva forma de tiranía democrática avizorada por Tocqueville, que consiste en moldear las almas y pastorearlas dulcemente mediante métodos de control social. Con las redes sociales, convertidas en el líquido amniótico donde las masas cretinizadas bogan felices, la nueva tiranía puede generar pensamiento uniforme haciéndonos creer que somos más libres que nunca (la máxima expresión de esta libertad uniformizada sería el retuiteo, que podríamos definir como el regüeldo de los loritos); y, a la vez, puede fiscalizar de manera instantánea todos nuestros pensamientos mediante algoritmos.

En Twitter ocurrió simplemente que la red social introdujo en ese líquido amniótico, hasta entonces uniformemente progresista, la posibilidad de la disidencia (o de la disidencia que interesaba al magnate Musk), hasta entonces acallada o reducida a la irrelevancia por el algoritmo. Así que los paladines y estantiguas del progresismo autóctono se han puesto como hienas, porque ya no pueden lanzar sus proclamas como si fuesen dogmas inatacables, sino que enseguida les salen tuiteros disidentes que las rebaten o impugnan (y, además, los disidentes pueden a su vez agitar a la chusma, como antes hacían en régimen de monopolio los paladines y estantiguas del progresismo). En realidad, la huida de Twitter de estos paladines y estantiguas no es más que una pataleta por la reciente victoria electoral de Donald Trump. Se trata de una maniobra diseñada por las élites yanquis, de quienes son sus mamporreros y marionetas.

Quizá lo más molesto de esta ridícula huida de Twitter sea la aureola épica con que los fugitivos tratan de revestirla. Pretendían tener el monopolio en la invención y difusión de bulos (la inmensa mayoría de los bulos, disfrazados de 'versiones oficiales', proceden de los gobiernos y de sus medios lacayos), haciéndolos pasar por información fetén; y no soportan que Twitter se haya transformado en un zoco donde todos los bulos compiten en igualdad de condiciones (y donde los suyos pueden ser desenmascarados). En su orgullosa huida, afirman que abandonan Twitter porque se ha convertido en una letrina; pero Twitter siempre fue una letrina, sólo que antes olía monótonamente a la mierda que evacuaban quienes ahora se marchan (y ya se sabe que la mierda propia nunca nos huele mal, al contrario de lo que sucede con el resto de deposiciones).

No advierten nuestros paladines y estantiguas autóctonos que no abandonan Twitter, sino que más bien Twitter los abandona a ellos; pues cada vez son más irrelevantes (y creyéndose imprescindibles no hacen sino aumentar el ridículo de su marcha). En realidad, si la gente acude a Twitter es precisamente para huir de ellos, evitando las tribunas mediáticas que dominan. Nuestros paladines y estantiguas autóctonos son esquivados por la juventud que todavía no ha renegado de la 'nefasta manía de pensar' (en realidad, son su hazmerreír) y sólo ejercen influencia sobre un público fanatizado, esclerótico y gagá. No soportan la pérdida de la hegemonía y se refugian en el victimismo (al más puro estilo woke), antes de que se note demasiado que concitan un rechazo cada vez más generalizado, antes de que se note demasiado su connivencia con el poder, que es quien los unta generosamente, para luego poder copular con ellos más resbalosa y placenteramente.

Los paladines y estantiguas que huyen de Twitter no lo hacen porque no pueden expresarse allí, sino porque otros también pueden hacerlo; y eso no lo puede soportar su almita de censores irredentos y emberrinchados. Además, su migración hacia otras redes más acogedoras está rumbosamente patrocinada por los amos a los que sirven. Más demencial resulta la migración de particulares anónimos, como si fueran un rebaño monitorizado, en la simpática tradición del tonto útil.