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Animales de compañía

Ciegos guiando a ciegos

Juan Manuel de Prada

Viernes, 10 de Enero 2025, 09:44h

Tiempo de lectura: 3 min

Cuando nos asomamos a cualquier crepúsculo de la Historia, descubrimos una serie de fenómenos comunes. Tal vez el más repetido sea la penosa presencia de élites desfasadas, empeñadas en aferrarse a un pasado que ya no existe (y tal vez nunca existió), incapaces de interpretar el signo de los tiempos, ancladas en visiones y actitudes obsoletas (por venalidad a veces, otras veces por cobardía o camastronería) que les impiden entender lo que está sucediendo en derredor. También en este crepúsculo de la Historia aquellas personas a quienes presuponemos clarividencia se han quedado ciegas, están por completo ofuscadas y se empeñan en afrontar los problemas de nuestro tiempo con criterios y parámetros completamente caducos. Son ciegos guiando a otros ciegos; y, como nos enseña el Evangelio, «si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo».

Los juicios sobre la realidad de este periodismo son miopes y sólo contribuyen a crear un público borreguil y desorientado

Se percibe esta deriva desastrosa en muy diversos ámbitos. En la Iglesia católica, por ejemplo, resulta dolorosa de tan evidente. A Francisco sus detractores se empeñan en pintarlo como un rojo desorejado; pero el problema de Francisco no es que sea rojo (ojalá lo fuese más, siquiera para acabar con cierto fariseísmo conservador), sino que vive en la cárcel mental vaticanosegundona, que impone que la Iglesia debe 'abrirse' al mundo. Estas 'aperturas' ya se probaron por completo erróneas hace tiempo; y una Iglesia dando la matraca con el cambio climático, u organizando 'sínodos sobre la sinodalidad' por dárselas de democrática, no interesa a nadie, es la sal que se ha vuelto sosa. Tal vez en épocas pretéritas esta actitud resultase atractiva o siquiera sugestiva (lo dudo, incluso más bien creo que fue la causante de la defección de muchos millones de creyentes); pero hoy resulta por completo grotesca, y sólo causa hastío y desinterés, amén de alipori (y muchas risas condescendientes y taimadas entre sus enemigos, que por supuesto la aplauden). Pues, hoy en día, cualquier persona con inquietudes religiosas está en pugna con el degradante espíritu de nuestra época; y, al acercarse a la Iglesia, busca una experiencia espiritual exigente e intensa. Pero, si se topa con un popurrí que trata de asimilarse con el espíritu de la época, regurgitando ocurrencias vaticanosegundonas que no interesan a nadie, sale inevitablemente desencantada.

Esta ceguera de las élites ancladas en concepciones periclitadas se percibe también en cierto periodismo con esquemas mentales propios de la guerra fría, o inquilino en los mundos de Yupi del 'constitucionalismo'. Este periodismo no entiende la metamorfosis de las ideologías; no entiende que las izquierdas ya no son 'socialcomunistas', sino neoliberales (de un neoliberalismo camuflado mucho más disgregador de la comunidad y devastador antropológicamente que el neoliberalismo antañón); no entienden que las derechas se han convertido en tontos útiles encargados de aplaudir las causas antipáticas que las izquierdas aparentan rechazar pero, en la práctica, permiten y amparan; no entiende, en fin, que la democracia se ha convertido en un autoritarismo blando (en el ejercicio del poder) y en un totalitarismo duro (en la creación del ethos colectivo que conviene al reinado plutocrático mundial). Así que todos sus juicios sobre la realidad son miopes, mazorrales e ineptos; y sólo contribuyen a crear un público borreguil y desorientado, sin discernimiento alguno, que no sabe por dónde le llueven los golpes y cree patéticamente que su salvación se halla en Bruselas, o en la Constitución.

Este periodismo esclerotizado cree absurdamente (o tal vez no crea, pero finge hacerlo, para seguir en el machito) y hace creer en un 'orden constitucional' con unas reglas claras, que terminarán imponiéndose sobre los desafueros de tal o cual demagogo que pretenda cambiarlas, porque… ¡el sistema funciona! Y claro que el sistema funciona, pero es precisamente para mutar según su conveniencia (que no es otra que la conveniencia del Dinero), de tal modo que los demagogos puedan actuar discrecionalmente sin temor alguno a la justicia, pues cuentan con los órganos de interpretación de las leyes que garantizan su impunidad (o su indulto, o su amnistía, llegado el caso); todo ello, por supuesto, mientras sigan obedeciendo las consignas del reinado plutocrático mundial. Y, entretanto, los demagogos van modelando una sociedad desvinculada, furiosamente identitaria, subvencionada, hedonista y destructiva, incapacitada para cualquier esfuerzo común. Pero nada de esto lo percibe el periodismo esclerotizado que nos conduce al hoyo entre quejas y suspiros.