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Pequeñas infamias

Programados para la adversidad

Carmen Posadas

Viernes, 20 de Diciembre 2024, 08:27h

Tiempo de lectura: 3 min

Toca entonar un mea culpa. Semanas atrás, en un artículo al que llamé La generación 'todomeesdebido', me hacía eco de informaciones que hablaban de la falta de compromiso, y de la indolencia, de la llamada generación Z, sobre todo respecto a su incorporación al mundo laboral. Según un estudio en el que participaron 1200 líderes empresariales, la mayoría de ellos argumentaba que prefería no contratar a jóvenes de ese rango de edad porque, a pesar de ser una de las generaciones más preparadas, les faltaba empatía y compañerismo. Los describían como personas egotistas, ensimismadas, poco resistentes a la frustración, pendientes solo de sus derechos e ignorantes de sus obligaciones. Tal era el panorama que no pocos pintaban de la también llamada generación de cristal cuando de pronto la adversidad hizo su aparición en nuestras vidas en forma de dana y entonces…

La felicidad se aprecia mejor mirando por el retrovisor, mientras que la adversidad da luces largas que alumbran el camino

No hace falta que rellene los puntos suspensivos porque todos lo hemos podido ver en televisión: de un día para otro, jóvenes de los cuatro puntos cardinales del país parecieron ponerse de acuerdo para arrimar el hombro y ayudar en la tragedia. Unos estrenaron sus flamantes carnets de conducir para viajar en grupo a las zonas afectadas como voluntarios. Otros, a través de Internet, se dedicaron a organizar campañas de financiación colaborativa o de recogida de artículos de primera necesidad coordinándose con las autoridades locales para saber cuáles eran los requerimientos de cada enclave. Desde entonces, han sido innumerables los que, de un modo u otro, se olvidaron de TikTok, Fortnite e Instagram para acudir en ayuda de aquellos que lo han perdido todo.

Es un comentario habitual decir que cuando vienen mal dadas cada uno da lo mejor de sí, pero eso hace que me pregunte por algo que siempre me ha llamado la atención: ¿no será que la madre naturaleza nos ha dotado mejor para la adversidad que para la bonanza? En tiempos de 'vacas gordas' la gente se muestra solipsista, banal, tontaina. Se angustia por boludeces: que si he engordado tres kilos; que si no consigo aumentar el número de mis seguidores en Instagram, mientras que le da por atrapar esa inasible zanahoria que llamamos 'felicidad' sin saber que perseguirla ya en sí es causa de insatisfacción, porque la felicidad se parece mucho al horizonte: cuando más cree uno acercarse, más se aleja. La adversidad, en cambio, funciona exactamente al revés. Solo inmerso en ella es uno capaz de valorar lo que tiene.

Recuerdo hace años oírle decir a un chico al que un accidente de tráfico dejó en silla de ruedas, al poco de cumplir dieciocho años, algo que me impresionó. Un amigo, no muy caritativo, le preguntó cuánto había cambiado su vida y él contestó: «Mucho, sobre todo porque antes pensaba en lo que me faltaba; ahora, en cambio, pienso en todo lo que tengo». Quizá sea solo una teoría a la violeta por mi parte, pero da la impresión de que estamos programados para la noche oscura y no para «los días de vino y rosas». De hecho, el poema del que está tomada esta expresión recuerda que solo somos capaces de identificar aquellos gloriosos días mirando hacia atrás.

También Georges Brassens, en su canción Los enamorados de los bancos públicos, menciona algo similar cuando habla de dos jóvenes ateridos de frío que se besan en el parque porque no tienen un ochavo ni lugar mejor al que ir, pero ellos, aun así, sonríen mientras eligen entre risas el nombre de su primer bebé. «… Y entre tantos 'te quiero' párvulos y patéticos –canta Brassens–, no descubrirán hasta mucho más tarde que en ese momento estaban viviendo la mejor parte de su historia de amor». Porque da la impresión de que la felicidad se aprecia mejor mirando a través del retrovisor, mientras que lo que la adversidad hace es dar luces largas que alumbran el camino.

Por eso estoy por apostar que, cuando los de la generación Z vuelvan a sus casas, regresarán a sus TikTok, a sus influencers y a su solipsismo. Pero lo harán en compañía de un Pepito Grillo imposible ya de acallar: ese que recordará que la vida no es un eterno 'yomimeconmigo'. La vida es la que conocieron en Valencia, cubiertos de barro, mientras ayudaban a otros a reconstruir sus vidas. Porque quien  ha probado una vez la felicidad de dar sabe que no hay nada que se le parezca.