Viernes, 17 de Enero 2025, 09:34h
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Una tiene sus manías y, con el tiempo, van a más. Algunas son confesables, otras desde luego que no, y no pienso arruinar del todo mi reputación contándoles las más locas. Por eso les hablaré solo de una, la que podríamos llamar 'mi verbofobia aguda'.
Resulta que, como me paso la vida peleándome con las palabras, las hay que amo y otras que detesto. Las hay, por ejemplo, que me fascinan simplemente por su sonido, como 'alhelí', 'jacarandá' o 'malaria' (sí, ya lo sé; su significado es todo menos deseable, pero ¿a que suena fenomenal con esa suave eme inicial y esas tres 'aaaes' tan musicales?). Existen, en cambio, palabras que, por muy positivas que sean, su sonido me disgusta. Como 'amor', sin ir más lejos.
Son como esas sandalias de plástico que nos compramos en verano y tiramos al final de la temporada después de haberlas usado a todas horas
Love en inglés está muy bien, amour en francés me encanta y amore ya ni les cuento, pero en nuestro idioma suena cursilísimo: 'amooorrr'. ¿También ustedes tienen este tipo de manías absurdas? Para mí, las palabras son como las personas, tienen personalidad propia. Tal vez por eso ha sido un placer leer Una lengua muy muy larga, de la filóloga y catedrática Lola Pons Rodríguez, un libro que lleva por subtítulo Más de cien historias curiosas sobre el español.
En uno de los capítulos del libro, escrito con erudición y amenidad, habla, por ejemplo, de esos términos que, de pronto, hacen fortuna y todos repetimos hasta la náusea. Lola las llama «palabras chancleta» porque, según ella, son como esas sandalias de plástico que nos compramos en verano y tiramos al final de la temporada después de haberlas usado a todas horas. Tanto me gustó su hallazgo que se lo he pirateado para comentar con ustedes otras muchas palabras y expresiones de ocasión y de saldillo que son igualmente una plaga.
Para enumerarlas le he pedido ayuda también a Miguel Rodríguez Guitart, aún más sensible que yo a los topicazos. Tanto que incluso tiene una lista de palabras y expresiones que deberían ser prohibidas de puro insoportables. Algunas lo son por redichas como 'infinity' por piscina, 'problemática' por problema, 'caldo' por vino, o 'cabello' en vez de pelo.
Luego están las expresiones que se usan por la simple razón de que están en boca de todos y se contagian más que la gripe. Me refiero a muletillas como 'lo siguiente' («es guapa no, lo siguiente») o 'para hacerte el cuento corto', latiguillo repetido en una conversación hasta que al interlocutor se le socarran las meninges.
¿Y qué me dicen de neologismos hartibles como 'empoderada' o 'sostenible'? Hoy día, todas las mujeres del planeta estamos empoderadas, mientras que hasta las cosas más absurdas –una pasta de dientes, una entrada de teatro o una cacerola– son sostenibles.
De palabras cursis no voy a hablar, porque los gustos van por barrios, así que paso directamente a mencionar mis bestias negras. Me refiero ahora a términos muy útiles y necesarios, por lo que no me queda más remedio que usarlos aunque no me gusten nada. 'Escozor', por ejemplo, es una palabra que me levanta ampollas. Otra es 'apetecer', y la odio en todas sus variantes: 'apetecible', 'apetitoso', 'apetente'… Y, por fin, está la peor de todas: 'pies'. Vaya tontería, dirán ustedes, menuda cursilada resistirse a usar una palabra tan normal como insustituible. Y así es. Pero ni se imaginan los circunloquios a los que recurro para evitar decir 'pie' en su forma plural.
Con tanto hablar de mis bestias negras me he alejado de la terminología acuñada por Lola Pons de «palabras chancleta». Buena parte de las que acabo de mencionar no son, como las que Lola apuntaba, palabras pasajeras ni de ocasión. Casi todas están para quedarse, así que no me queda más remedio que aprender a convivir con ellas, y les aseguro que pongo mucho empeño en lograrlo. Aunque luego está el siempre peliagudo asunto del: «dime qué palabras usas y te diré quién eres».
Casi imposible abstraerse de este remedo de refrán. Porque las palabras que cada uno escoge dicen mucho más de lo que su significado expresa. Hablan de esa persona, de su sensibilidad, de sus intereses y, sobre todo, de la forma en la que desea que otros la perciban. Y no tiene nada que ver con la educación, ni con el estrato social, ni con el origen geográfico. ¿Manías mías el ir por ahí 'viviseccionando' hablares? Desde luego que sí. Pero me da a mí que no soy la única.
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