Vigo, luces y raspas

Las cosas habrán podido ir mal y es probable que el año nuevo no tenga mejor pinta, pero la Navidad ablanda los problemas como el agua los garbanzos. Abre un espacio y un tiempo para que nuestra humanidad aflore y reviva por unos días al menos el sentimiento familiar, y las mesas vuelvan a estar nutridas en número de sillas y diversidad de comestibles.

Yo soy más de pescado que de luces, la verdad. Podría vivir en Cuaresma al menos once meses al año. En estas semanas, en las que solo miramos cómo se ponen los precios y no nos fijamos ni en el esfuerzo de su captura ni en el valor de lo que nos aportan los pescadores y el pescado, yo rompo un arpón en su favor.

Y no lo justifico solo por el disfrute, que de eso ya he escrito y volveré a hacerlo, sino por la calidad de la proteína que nos aporta, la mejor de todas y la menos agresiva con la huella de carbono, por cierto. De todas las cosas ricas que nos vamos a comer en estas fiestas, posiblemente, junto con el cardo y las borrajas, lo que viene del mar sea lo más saludable.