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'El techo amarillo' El drama de una escuela de teatro El lobo del 'backstage'. Isabel Coixet da voz a las víctimas de abusos

Era un lobo con piel de cordero. Lideraba una exitosa escuela de teatro con dos mil menores bajo su tutela. Isabel Coixet retrata en El techo amarillo al profesor del Aula Municipal de Teatre de Lleida acusado de abusar sexualmente de decenas de adolescentes a lo largo de casi 20 años. En paradero desconocido, la última vez que se vio a Antonio Gómez estaba en Brasil, dando clase a niñas.

Viernes, 02 de Diciembre 2022

Tiempo de lectura: 11 min

En 2018, nueve exalumnas del Aula Municipal de Teatre de Lleida denunciaron los abusos sexuales que habían sufrido cuando eran menores, entre 2001 y 2008, de parte de Antonio Gómez, su profesor de entonces y que, en el momento de la denuncia, era además el director del centro y el presidente de la Associació Catalana d'Escoles de Teatre, alguien totalmente avalado en la comunidad. La Fiscalía constató los hechos, los consideró «relevantes penalmente», pero archivó la causa: los delitos habían prescrito. En 2020, una investigación de dos periodistas del Diari Ara, Albert Llimós y Núria Juanico, recogió nuevos testimonios de los abusos sexuales que Gómez habría seguido cometiendo hasta 2019 y que afectarían a unas 50 menores. Señalaban a la vez a un segundo abusador, el exprofesor Rubén Escartín.

Isabel Coixet leyó aquella investigación y no solo quiso saber más, sino implicarse y dar visibilidad al tema. Su documental El sostre groc ('El techo amarillo'), en el que Llimós y Juanico colaboran, da voz a todas las partes, incluso a las que han optado por callar, como el propio Gómez, cesado en julio de 2019 tras diversas protestas movilizadas por Dones a Escena, una asociación clave en el apoyo a las denunciantes. Gómez se llevó una indemnización de casi 60.000 euros y se instaló, de inicio, en Brasil, al sur de Brasilia, donde siguió dando clases a menores, según la última localización que se pudo hacer de él a través de unas inquietantes fotos en Instagram.

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El gurú. Antonio Gómez muchas veces ensayaba con los menores fuera del horario de clase y en fines de semana. Organizaba juegos, muchos a oscuras, a los que dotaba de un carácter mítico (en la imagen, en uno de ellos). «Cuando las chicas dicen: 'Aquello era como una secta', dices: 'Bueno, una secta...' —confiesa haber pensado Coixet—. Pero luego ves vídeos de él y dices: 'Sí. Así se veía él, como un gurú que iluminaba la vida de estas pobres chicas'».

Desde aquello, se desconoce su paradero. Su teléfono ha dejado de existir y no se descarta que haya cambiado también de nombre. El documental de Coixet –que fue presentado entre ovaciones en el Festival de San Sebastián en septiembre y llega el 16 de este mes a los cines– es ya candidato al Goya 2023 de su categoría y debe su título a uno de los testimonios: «Si cierro los ojos, puedo ver aún el techo de la habitación, amarillo [...]. No sabía qué hacer ni qué debía sentir. Solo sabía que el techo era amarillo y que eso no se acababa...».

La cinta de Coixet ha sido recientemente aportada como nueva prueba a la Fiscalía, a la que se pide incluso que investigue también a dos exdirectoras del Aula, Mireia Teixidó y Mercè Ballespí, por «no haber denunciado los hechos en su día». Según Carla Vall, la abogada penalista y representante legal del Ayuntamiento de Lleida que defiende a las denunciantes, hay en la cinta «suficiente material», una decena de nuevos casos, para llevarlos ante el juez: habrían sucedido en 2018 y 2019 y no habrían prescrito.

«También la sociedad castiga a la víctima con una violencia que no tiene que ver con la del abuso original, sino con otra posterior, porque tú deberías estar callada, que aquí vivíamos en paz hasta que has hablado»

Marta VallAbogada defensora de las denunciantes

El detallado testimonio de las nueve denunciantes que han sacado a la luz los abusos recorre e hila el documental de Coixet, rico en invalorables imágenes de archivo en las que se ve a Antonio Gómez conduciendo a oscuras, con linternas, a los jóvenes de La inestable al interior del teatro fuera del horario escolar. Las exalumnas —tanto las de los años 2000 como las más recientes— coinciden en que la sexualización de las clases y ensayos de La inestable era continua y verbal. Gómez —cuentan en la cinta de Coixet— solía preguntar, por ejemplo, «a qué profesor te follarías», y si ellas no respondían se enfadaba y las llamaba «monjas». Hacía, además, besarse a los alumnos (siempre según el relato de ellos) para que supieran lo que era un beso verdadero y no como los que se veían en muchas películas. Decía, a su vez, que «en el teatro no había límites» y que «se han de hacer cosas que a veces no te agradarán».

María, una de las jóvenes estudiantes más recientes, recuerda en el documental el día en que él la desafió con una pregunta: «'¿Qué harías por el teatro?', me preguntó. Y yo, chula, le respondí: 'Todo'. Y él: 'Da un paso adelante'. Yo lo di y, cuando ya estaba frente a toda la clase, me dijo: 'Mastúrbate'».

Por estas y otras situaciones denunciadas, el Aula de Teatre —ante el escándalo creciente en Lleida— creó en 2020 un protocolo de actuación en casos de conductas sexuales inadecuadas, el primero en Catalunya en incluir procedimientos de actuación en caso de que hubiera menores implicados. Sonia, una de las denunciantes, ha cuestionado la excesiva relevancia que se le ha dado a ese protocolo. «En el teatro no hay líneas finas, como algunas personas dicen; como que es complicado de definir… Es mentira. Tú sabes perfectamente cuando algo está pasando el límite de la intimidad y lo sabes en el mundo de las artes escénicas, lo sabes en el mundo de la danza, en el mundo del deporte. Es imposible que tú pienses que la línea es fina y que es complicado. El protocolo ya está mal concebido desde el inicio».

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En paradero desconocido. Tras ser despedido en julio de 2019 y llevarse una indemnización de casi 60.000 euros, Gómez se instaló, de inicio, en Brasil, donde siguió dando clases a menores, según la última localización que se pudo hacer de él a través de unas inquietantes fotos en Instagram.

Carla Vall, la abogada de las exalumnas, aporta una dificultad social que indirectamente contribuye a que casos como los del Aula queden impunes y sus responsables sin condena. «La mayoría de las personas —dice la penalista— están en contra de la violencia de género. Pero qué pasa: que cuando esas cosas ocurren cerca de ti y conoces tanto a la víctima como al agresor, uno debería tomar parte, pero opta por una posición que vamos a llamar 'neutral', aunque no lo sea, que no lo es, básicamente porque sin el silencio cómplice del entorno sería imposible que el agresor tuviera ese tipo de comportamientos en sociedad. Porque la sociedad lo confrontaría. Pero eso no pasa. Lo que en los hechos normalmente sí ocurre es que se busque 'contextualizar' y minimizar o relativizar lo que ha pasado. O decir que la víctima no ha comprendido correctamente lo vivido o que lo ha malinterpretado o que ella misma se ha puesto en esa situación de riesgo. Así la sociedad castiga también a la víctima. Es una violencia que no tiene nada que ver con la del abuso original, sino que es una violencia nueva que de algún modo se decide ejercer ahora porque tú deberías estar callada, porque nosotros queremos nuestra armonía social, porque aquí estábamos viviendo todos pacíficamente hasta que tú has hablado. Y así es como la culpa se acaba descargando sobre la víctima y no sobre el agresor».

Pase lo que pase con la acciones legales que puedan o no abrirse contra Antonio Gómez, las víctimas ya han logrado que, al menos en España, el exdirector del Aula de Teatre ya no tenga a otras menores a su cargo. «Lo fundamental –enfatiza Coixet– es que esto no se repita. Y que las víctimas que han sufrido abusos los identifiquen, porque muchas piensan que se han vuelto locas. Las protagonistas del documental pensaron que era culpa suya, que algo habrían hecho ellas… Y esa carga no les correspondía. Al final, piden muy poco: que alguien admita que se equivocó; que las personas de su alrededor que lo sabían lo reconozcan. Y que cambie la ley para que hechos como estos no prescriban nunca».


CRISTINA

«Él me dijo: 'No tendría que haber dejado que esto pasara', como si yo fuera la responsable y él, como adulto, debiera haberlo impedido»

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Antonio Gómez, cuentan las denunciantes, repetía un patrón: elegía a sus preferidas para La Inestable, la compañía con la que salían de gira. Todos querían ser parte. En uno de los viajes intentó acostarse con Cristina: «Yo no quería y, cuando paró [no usaba la fuerza], me dijo algo que se me quedó grabado para siempre: 'No tendría que haber dejado que esto pasara', como si yo fuera la responsable y él, como adulto, debiera haberlo impedido. Ah... ¿que yo he hecho algo? Durante mucho tiempo, me responsabilicé de lo sucedido: por qué no he dicho 'no' de inicio, por qué no lo he parado, por qué me callé. Pero en ese momento no fui capaz de decir nada».


SONIA

«Fue un abuso desde la seducción»

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Los ensayos estaban muy sexualizados «para potenciar el reconocimiento sensorial», decía Gómez, que participaba en los juegos para iniciar el abuso: masajes, lametones, dedos en sus lenguas, besos en la boca. Luego se centraba en una chica, que creía ser 'la elegida', aunque había varias 'elegidas'. «Fue un abuso desde la seducción. Con la excusa de que estaba enamorada, yo pensaba que también era responsable», cuenta Sonia, que mantuvo relaciones con Gómez durante dos años siendo menor.


GORETTI

«Empezó a besarme y me sentí muy desconcertada, pero a la vez especial. Pensé: 'Entre todas, me ha elegido a mí»

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«Una vez puso una tela muy grande azul sobre todos. Y, a ciegas, debíamos descubrir con quién te encontrabas tocando su cara, sus manos… Yo sabía que era él, el único con barba, y empezó a besarme y yo me sentí muy desconcertada, pero a la vez especial. Pensé: 'Entre todas, me ha elegido a mí'. Creí que estaba enamorado. Tuve una relación sexual muy breve. No hubo fuerza, pero recuerdo no ser parte activa. Y le cogí mucho asco. En el fondo, mi niña de 14 o 15 años sabía que algo estaba mal en lo que había pasado».


VIOLETA

«Un día yo estaba en su casa, en su cama, con un profesor a cada lado, Antonio y Rubén, viendo 'El último mohicano'. Con 15 años...»

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Gómez las hacía sentir especiales, las invitaba a su casa, las encandilaba. El laberinto mental en el que las metía era demasiado para chicas de 14 y 15 años. «Era como un dios para nosotras. Lo admirábamos. Fue como mi primer romance. La primera vez que sentía que alguien tenía un interés romántico en mí, me enviaba SMS... Hubo un día en que yo estaba en su casa, en su cama, y tenía un profesor a cada lado: Antonio y Rubén y yo en medio, viendo El último mohicano. Rubén, entonces, hizo como que se iba para dejarle vía libre conmigo... Yo, a los 30 que hoy tengo, no puedo pensar en un chico de 15 en mi cama. Me parece muy fuerte, super fuera de lugar».


MARTA

«Decía que éramos de la misma generación porque, según él, la generación cambia cuando tú tienes hijos. 'Por eso, tus padres no te entienden y yo sí'»

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Las denunciantes tardaron mucho en poder entender cabalmente lo que les había pasado; más aun, en lograr hablar con alguien de ello para, finalmente, hablar entre ellas. De ahí que, cuando reaccionaron, los delitos ya habían prescrito. El silencio imperaba. «Mi primer recuerdo con él es con 15 años. Vamos al teatro a oscuras, con linternas, y nos tumbamos a hacernos masajes unos a otros; y él viene a hacerme el masaje a mí y acaba dándomelo por debajo de la camiseta... Se hacía pasar por uno más de nosotros. Decía que éramos de la misma generación porque la generación cambia cuando tú tienes hijos. 'Por eso, tus padres no te entienden y yo sí', decía».


MIRIAM

«Como no había hecho nunca teatro, pensaba: 'Igual soy yo, que me tengo que abrir más»

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Gómez solía preguntarles a qué profesor se follarían y, si no respondían, las llamaba 'monjas'... Decía que en el teatro no había límites. «Me sorprendió todo –dice Miriam–. Como no había hecho teatro, me resultaba muy incómodo, pero pensaba: 'Igual soy yo, que me tengo que abrir más'». Cuando le dio un papel protagonista, «hice lo que creía que tenía que hacer: complacerlo de alguna manera». Cuando él se desinteresó por ella, «entendí: no le gustas. Se ha aprovechado de ti». Miriam dejó la escuela con ataques de ansiedad.


AÍDA

«Unos compañeros me grabaron duchándome en el camerino, se lo enseñaron a los profesores y ellos se rieron. Nunca decían: ¡Pero, tíos, qué hacéis!»

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Además de sus propios abusos, Gómez y Escartín imponían una cultura general sexualizada que legitimaba otros abusos cometidos por los menores varones de la escuela. «Cristina y yo un día estábamos duchándonos en un camerino —cuenta Aída— y entró uno de nuestros compañeros y empezó a grabarnos con el móvil, y luego se lo enseñó a Rubén y Antonio. Y ellos se rieron. En ningún momento dijeron: 'Pero tíos, qué hacéis...'». Aída misma describe la complejidad de la manipulación de Gómez:  «Al principio, era muy sutil. Me decía: 'Te voy a ayudar, sé que tienes potencial'. Entonces era genial, en plan: ve algo en mí, quiere explotarlo, vamos para allá, qué guay. Hasta que empezaron los besos en el cuello y cuando se acercaba más… [se le quiebra la voz] ahí ya me descolocó mucho, y sentía vergüenza porque lo hacía delante de mis compañeros y sentía asco e incomodidad. Y como él tenía pareja y lo sabíamos todos, yo a la vez pensaba: no siente nada hacia mí; igual es algo provocativo para sacar algo de mí interpretativamente. Y cuando veía que yo me sentía mal, por las noches, me hablaba por el Messenger: 'Lo has hecho muy bien, eres muy buena'. Y mientras me pasaba a mí, veía que les pasaba a otras: con Violeta tenía cierto comportamiento o a Cristina le daba un masaje… Yo, entonces, lo veía más como: es sólo un ejercicio de clase que nos hace a todas, pero no entendía por qué yo sentía ese repudio hacia él. 'Si es lo normal, por qué yo siento este asco'. E intentaba autoconvencerme de que no, de que él era bueno porque por las noches, cuando me enviaba mensajes, me decía: 'No, tranquila, lo estás haciendo realmente bien'».