Medio millón de personas en busca de asilo Refugiados: el sueño de vivir en Europa, contado por ellos mismos

«Mi padre está preso desde hace ocho años y yo dirigía la Unión de Estudiantes cuando, en 2012, firmé un manifiesto para exigir democracia y un Parlamento representativo. Al ver que arrestaban a los firmantes, a mis compañeros, hui a otro país. Al poco de llegar, fui al Consulado a renovar el pasaporte y me dijeron que, si no volvía, me retiraban la nacionalidad. Pasé seis años sin poder viajar, como una prisionera. Al final pude llegar a Londres y solicitar asilo. Mis experiencias me han enseñado a ser fuerte y autosuficiente. Sueño con que algo cambie en mi país y dirigir allí una escuela, un centro de investigación... Incluso ser ministra de Exteriores».

«Con frecuencia sueño que me despido de mi familia y de mi pareja. No pude hacerlo antes de huir, y no decir adiós a las personas que amas te pesa siempre. Soy artista, actriz, periodista y activista pro derechos humanos y me fui porque protestar a favor de la democracia puso en peligro a mi familia. Estoy triste y me preocupa su seguridad, pero les digo que estoy bien, todo positivo; ya tienen bastante con lo que viven en Hong Kong. Esta es la gran carga del refugiado. En Francia, me siento una extraña. Una vez quisieron pegarme: ¡me acusaban de crear la COVID!».

«Toda mi vida viví bajo presión para casarme, es la cultura de mi país. Pero yo fui explorando otras cosas, disfrutando de la vida... Tras pelear mucho con mi familia y ahorrar, me vine a Reino Unido a estudiar. Pero un primo mío que vivía aquí me vio con una mujer y envió fotos a mis padres. Fue una explosión: gritos, insultos, amenazas; un shock, pensé en el suicidio... Un amigo abogado me dijo que solicitara asilo. Ahora estoy a la espera para seguir adelante. «No has hecho nada malo, así que levántate y pelea» es lo que me repito todos los días».

«El 2 de julio de 2013, mi padre desapareció. En Siria, cuando te arrestan, van a por tu familia. Él ya nos lo había dicho: «Huid si me detienen». Así que mi madre, mi hermana y yo huimos a Turquía. Trabajé allí como periodista hasta que asesinaron a dos compañeros y Alemania me ofreció asilo. En Berlín, me dedico al activismo y sueño con un país libre. Todo este dolor sigue dando forma a mi vida porque, al final del día, sigo siendo una niña que solo quiere a su padre de vuelta».

«Mi hermano y mis padres nos fuimos de Zimbabue por razones políticas. Muchas veces me siento enfadado porque este no es mi hogar. Me afecta emocionalmente, pero tengo que vivir con ello porque no hay otra opción. Nos han asignado una vivienda temporal para solicitantes de asilo, pero esto no es hogar para nadie y sueño con salir de aquí. Además de las malas condiciones de vida, existe la incertidumbre. A mi familia y a mí ya nos movieron una vez dentro de Irlanda, tras dos años en un mismo lugar, y tuvimos que empezar de nuevo. Aquí no sabes qué pasará. A veces me siento solo. Extraño a mis amigos de Zimbabue. Lo positivo de todo esto es que me he desarrollado mentalmente. Quiero ganarme la vida como artista y he aprendido que no importa cuán difícil sea tu situación, nunca hay que rendirse».

«Vivo en un contenedor con seis personas en un campo de refugiados en Hamburgo, pero al menos me siento seguro. Me fui de mi país porque el Gobierno arresta a los periodistas, nos mata... El periodismo independiente está hoy en blogs y webs hechos en el exterior. Al principio estuve realmente triste, con ansiedad, depresión... A veces ya no sabes ni de dónde eres, porque ya no perteneces a tu país y hay gente que te hace sentir que tampoco perteneces aquí. Lo positivo es que hago cosas que me enriquecen. Quiero dominar el alemán y trabajar de periodista, pero mi sueño es volver a mi país y abrazar a mi familia».

«En mi país yo era abogado y fui amenazado de muerte. Mi familia me obligó a irme, pero a pesar de los bombardeos, atentados y matanzas no me gusta estar lejos de ellos. En el viaje vi a gente morir en el agua, en tierra; crucé montañas durante días con frío, lluvia, siguiendo a otros... Aquello me hizo ver la importancia de ayudar a los demás. Ahora soy comerciante y he descubierto que no hay nada como la libertad para el ser humano. Sueño con ella para mi país».

«Hui de una sociedad secreta llamada Poro, un grupo muy poderoso con miembros en el poder. Tras la muerte de mi madre en un accidente de tráfico, mi padre se casó con otra mujer, miembro de la organización. Entonces mi padre desapareció. Fue a una ceremonia y ya no volvió. Como hijo mayor, me dijeron que yo debía seguir sus pasos. Así que me llevaron a la selva, a un lugar lleno de cadáveres y serpientes. Bebí sangre, masqué hojas, me golpearon, me cortaron, me ataron a un palo... Solo quería morir. Conseguí escapar, cruzar el desierto y llegar hasta Turquía, pero casi me ahogo en el mar. Me rescató el Gobierno griego. Ellos son ahora mi fuerza y mi apoyo. Recibo medicación y terapia, pero por las noches me despierto y grito».

«Nos mudamos aquí porque mi padre fue miliciano kurdo y pasó dos años en una prisión de Sadam Huseín. Yo tenía 4 años cuando nos fuimos, primero a Irán, luego a Siria y en 2003 nos reunimos con mi padre en Suecia, donde llevaba un año. Yo no entendía nada: qué hacíamos aquí, el idioma..., pero en mi escuela había niños de todo el mundo y enseguida me hice a la nueva situación. Hoy soy consciente de que disfruto de oportunidades que no habría tenido de vivir en el Kurdistán. Trato de no olvidar lo diferente que podría haber sido mi vida y me siento muy libre y feliz. Aquí puedo ser quien quiera ser».

«Mi hermano es un mando de la Guardia Revolucionaria al que no le gustaba mi pareja. Me decía que le dejara, que bebía alcohol. Pero yo no pensaba abandonarlo. Así que empezó a pegarme, tan fuerte que a veces acababa en el hospital. Llegó a romperme la nariz y la mandíbula, después de patearme en el jardín de casa con sus botas de militar. Lo demandé, pero solo obtuve algo de dinero por compensación. Al final decidimos casarnos a escondidas en un oficina del Registro, pero, no sé como, se enteró y allí se presentó. Nos golpeó a todos: a mí, a mi esposo, a su padre y amenazó a toda su familia. Otra vez, íbamos por la ciudad en coche y nos detuvieron. Golpearon a mi esposo y lo encarcelaron por «robo de virtud». Cargo al que añadieron: «insultar al líder supremo». En cuanto salió bajo fianza huimos a Turquía y allí, por fin, nos casamos. Fue triste hacerlo en un país extranjero, lejos de mi familia... El caso es que mi hermano se enteró y, al poco, supimos que nos buscaba una gente de la embajada para arrestarnos. Conseguimos entrar en Grecia de forma clandestina, pero aquí ha sido todo muy difícil. Además de que intentaron deportarme, vivir en el campo de refugiados de Moria, en Lesbos, fue como el infierno. Ahora estamos en una casita en la ciudad, en Mitilene, y todo va mejor, pero yo solía ​​ser una persona alegre y ya casi no río; me siento bastante melancólica. Mi sueño es seguir estudiando obstetricia y ginecología y obtener mi título».

NOTICIAS RELACIONADAS

"Estábamos en el objetivo de los talibanes"