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La estrategia del campeón mundial, Ding Liren Ser humano vs. máquina La nueva era del ajedrez: quien domina la guerra psicológica gana

El último campeonato mundial de ajedrez ha marcado el inicio de una nueva era: la que reivindica al ser humano frente a la máquina. No por su capacidad para ganar, sino por su creativa resistencia a perder. Una fiesta de la improvisación que se encarnó en el nuevo campeón, el chino Ding liren.

Viernes, 26 de Mayo 2023

Tiempo de lectura: 6 min

Un tablero solitario; las piezas blancas y negras desplegadas sobre los 64 escaques, pero los rivales ausentes, recluidos en sus respectivos camerinos hasta que salían a realizar un movimiento, acostumbrados desde la pandemia a calcular frente a una pantalla de ordenador, sin público y sin contrincante.

Es una de las imágenes que deja para la posteridad el último Campeonato Mundial de ajedrez, celebrado en Kazajistán. «Los ajedrecistas intentamos controlar mucho el lenguaje no verbal para no dar pistas al oponente, pero a veces se nos nota si una jugada, propia o ajena, es buena o mala. Por eso, ahora, muchos prefieren ausentarse del tablero mientras calculan», explica María Rodrigo, psicóloga de la Federación Española de Ajedrez.

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El rey que vino de Oriente. Ding Liren, de 30 años, es el nuevo campeón del mundo. En 2009, cuando solo tenía 16, ya se convirtió en el campeón de China más joven de la historia.

Era insólito ver por televisión ese tablero donde nadie comparecía más de lo estrictamente necesario. Pero incluso más sorprendente ha sido ver a dos grandes maestros cometer tantos fallos. Fue una batalla de nervios donde no ganó el que preparó mejor su estrategia, sino el que supo intimidar a su rival y acorralarlo. La psicología dominó sobre la táctica. Se trataba de romper la concentración del rival, sorprenderlo, irritarlo… Hasta hacerle cometer un error fatal.

Empieza una nueva era, la del chino Ding Liren, después de diez años de reinado del noruego Magnus Carlsen, que no quiso defender su corona, en parte por falta de motivación y en parte porque ahora prefiere las emociones fuertes del póker. Y es una era que reivindica al ser humano en un juego que dominan las máquinas desde los años noventa, hasta el punto de imponer su estilo robótico a los mejores jugadores, acostumbrados a entrenar con ellas.

Liren es tímido, frágil en apariencia y confiesa que su rendimiento baja si se enfada con su novia, pero se transforma bajo presión; se lanza como un vikingo al cuello del rival

Pero esta vez ha sido distinto. Los errores clamorosos, el drama y la tensión han electrizado a las audiencias, abotargadas por tantos campeonatos de partidas predecibles y riesgos mínimos que acababan en tablas. Liren, que lo tenía todo perdido, entró en modo berserker y se lanzó como un vikingo al cuello de su rival, ambos apurados por el cronómetro y la fatiga. Y en esa traca final de adrenalina cometió un error menos que el ruso Yan Nepómniashchi. No fue ajedrez de calidad, pero fue una fiesta de la improvisación.

Un héroe diferente

La edad de oro del ajedrez, un deporte de masas al que juegan cada día 14 millones de personas en las dos principales plataformas on-line –chess.com y lichess.org–, tiene un nuevo héroe: Liren. Un ser humano tímido, lector de Camus, frágil en apariencia, que confiesa que su rendimiento baja si se disgusta con su novia y que para pensar se esconde bajo una sudadera con capucha, pero que se transforma bajo presión. China ya lo exhibe como ejemplo de su dominio intelectual, como en tiempos hacía la Unión Soviética con sus campeones, apuntalado por el cetro femenino, que es propiedad de su compatriota Ju Wenjun.

Pero las nuevas generaciones, capitaneadas por el francés de origen iraní Alireza Firouzja, de 19 años, ya consideran a Liren, Nepo y al propio Carlsen viejas glorias con 30 años. Estos niños prodigio amamantados por la inteligencia artificial, que se perfeccionó en el ajedrez antes de saltar a la creación de lenguaje y de imágenes que tanto inquieta a la humanidad, tienen interiorizado que nadie puede toserle a Stockfish, un motor capaz de calcular con 27 jugadas de anticipación; ni alcanzar el nivel de comprensión del juego de AlphaZero, una insondable caja negra que aprendió con un sistema parecido al de ChatGPT, castigo y recompensa, palo y zanahoria, desde las combinaciones al azar hasta lo excelso. Pero no les importa. Ellos juegan a otra cosa.

«Es importante que los niños no jueguen solo en pantallas, sino que muevan las piezas físicas», dice la psicóloga

¿Qué diferencia a los humanos de las máquinas? Quizá la mala leche. Según las reglas del ajedrez, está prohibido o, por lo menos, mal visto distraer o molestar al oponente. Sin embargo, algo así se puede observar en casi todos los torneos. La gama va desde miradas fijas y hacer muecas hasta carraspear, toser y balancear las piernas constantemente. Jugar con las piezas capturadas en la mano también puede agotar al oponente.

Por algo Fabiano Caruana, quien peleó por el título mundial en 2018, considera que el ajedrez es un deporte de combate. «Es similar al boxeo o a las artes marciales. Es un duelo golpe por golpe en el que ambos intentamos imponer nuestra voluntad al otro». Y María Rodrigo añade: «No todos respetan las normas de etiqueta y deportividad. Y, con frecuencia, esto lleva a una guerra psicológica. Hay quien intenta despistar al rival mirando a una zona del tablero, como si fuese atacar por ahí, cuando está calculando en otra parte».

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María Rodrigo, ajedrecista y psicóloga


Una maniobra de distracción digna del desembarco de Normandía. Cambiar ciertas dinámicas no será fácil, sin embargo. Hay 1777 grandes maestros, de los que solo 39 son mujeres. Pero cada vez hay más licencias femeninas. Y las licencias federativas son solo la punta del iceberg, porque la inmensa mayoría juega por Internet. Y por diversión.

¿Y después? La élite que dominará el ajedrez en 2050 ya sabe dar un mate, pero muchos aún no saben leer. Son niños y niñas que ahora estudian educación infantil, que aprendieron a jugar a la tierna edad de 4 años, serán grandes maestros a los 12 y para cuando empiecen a luchar por el título mundial, a los 20, habrán competido en más torneos que cualquier jugador de la historia que los haya precedido. ¿Cómo van a gestionar el estrés de unas vidas en las que habrán pasado más horas delante de un tablero, sea físico o virtual, que realizando cualquier otra actividad, como jugar con los amigos (a otra cosa que no sea ajedrez), estudiar o incluso dormir?

«Es importante que reciban apoyo psicológico –expone Rodrigo–. Que sepan manejar las emociones. Que acepten la derrota como parte del aprendizaje. Que no jueguen solo en pantallas, sino que toquen las piezas físicas y las muevan, porque el cerebro amplía sus conexiones al integrar los movimientos en el espacio tridimensional. Y, sobre todo, que sus padres no se obsesionen con los resultados. Hay miles de casos de jóvenes con un grandísimo talento que mandan el ajedrez a la porra frustrados por su entorno».


Hacer teatro: El gran maestro argentino Miguel Najdorf pasará a la historia por su versión de la defensa siciliana y por sus dotes teatrales, como darse una palmada en la frente para fingir una pifia cuando tendía una emboscada.


Olvidos contra reloj: A veces, al jugador que mueve pieza se le olvida pulsar el reloj. Lo cortés es que su rival se lo indique, pero algunos fingen no darse cuenta mientras el tiempo de su oponente avanza. Lo hizo Kárpov contra Kaspárov en el Campeonato del Mundo de 1987… y ganó la partida.


Escamotear piezas: Cuando un peón corona, se transforma en dama. Lo habitual es cogerla de la pila de piezas capturadas por el rival. Y eso intentó Noritsyn en el Campeonato de Canadá de 2017, pero su oponente, el gran maestro Sambuev, la tenía oculta en la mano. Noritsyn no tenía tiempo para buscarla; cogió una torre y acabó perdiendo.


Prolongar la agonía: No rendirte cuando no hay salvación se considera un comportamiento poco deportivo; o, lo contrario, prolongar sádicamente la agonía del rival cuando la posición es muy ventajosa.