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Una secta terrorífica Detrás de los mormones «Me llamo Elissa y tengo tres madres y 23 hermanos. Estoy casada»

Desde niña la educaron para obedecer al profeta. Y cuando cumplió 14 años, el profeta dispuso que debía casarse con su primo. Elissa Wall escribió Inocencia robada, donde desvela su vida en una secta mormona denunciada por abusos sexuales a menores en EE.UU. Este es su conmovedor testimonio, que contribuyó a poner entre rejas al líder de la comunidad en 2011. La exitosa serie Por mandato del cielo ha devuelto el caso a la actualidad.

Martes, 17 de Octubre 2023

Tiempo de lectura: 13 min

Elissa Wall se encerró en el cuarto de baño y se acostó en el frío suelo de azulejos. Tenía 14 años; cuando habló por primera vez de ello tenía 22, pero aún hoy, a sus 37, lo recuerda con nitidez. «Me puse a rezar para que ocurriese un milagro, pero mis plegarias no fueron atendidas. El profeta, inspirado por Dios, había dispuesto que me tenía que casar con mi primo carnal. Y así fue. Ahora debía acostarme con él. Era la noche de bodas». Ya no le quedan lágrimas. Vence las náuseas. Se incorpora, se pone el camisón y la bata encima de la ropa interior. Tiene más capas que una cebolla, una forma infantil de protegerse. «Me meto en la cama. Nadie me ha explicado lo que ocurre entre un hombre y una mujer en la cama. A las niñas sólo nos enseñan que los chicos son serpientes venenosas hasta que llega la hora del matrimonio. Y entonces nos obligan a ser dulces».

Las memorias de Elissa Wall, publicadas por Harper Collins, muestran la cara oculta de la Iglesia Fundamentalista de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, una secta que se escindió de los mormones. Suman unos diez mil, repartidos entre Utah, Arizona y Canadá. Son los elegidos de Dios. Joseph Smith fundó la Iglesia mormona en 1830. Durante décadas sus fieles practicaron la poligamia, pero la abandonaron en 1890. Sin embargo, algunos mormones siguieron casándose con varias mujeres, exponiéndose a la cárcel y la excomunión. En 1935, estos renegados fundaron la secta. La poligamia es un pilar de su fe. Un hombre debe tener como mínimo tres mujeres si aspira a entrar en el reino de los cielos.

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Hermanas. Elissa, de niña, tocando el violín. A la derecha, unos años después, (segunda por la derecha), con tres de sus hermanas. La chica con vestido negro que aparece junto a ella es Rebecca Wall (ahora Musser), que también huyó de la secta y fue determinante en la caída de su líder.

«Papá se casó tres veces. Yo soy hija de su segunda esposa. Para mi padre, que tuvo 24 hijos, tener una tercera mujer significaba asegurarse el cielo; no sólo para él, también para su familia», rememora Elissa. Pero siempre hubo roces entre las esposas, malentendidos, celos. La tensión entre las madres se contagiaba a los hijos. Les enseñan desde pequeños a poner buena cara, pero a veces hay una trifulca entre los hijos de una esposa y los de otra, cada bando defiende a su madre biológica. Todos los matrimonios son concertados por el profeta y están inspirados en una revelación de Dios. Si un hombre no es capaz de imponer su autoridad en el hogar, sus esposas e hijos pueden ser entregados a otro hombre.

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La familia Wall en 1996. El padre de Elissa con sus tres esposas y algunos de sus hijos. La madre biológica de Elissa es la que está detrás de él, a la izda.

«Nací en 1986. Viví los primeros años de mi infancia en una casa grande, en las montañas de Utah. Soy la undécima de los 14 hijos que tuvo mamá Sharon, mi madre biológica. Mamá Audrey era la primera esposa. Mamá Sharon, la segunda. Luego llegó una tercera, mamá Laura, sobrina de mi madre. No teníamos cobertura sanitaria porque papá desconfiaba del Gobierno y mamá, de los médicos. Prefería las hierbas y los remedios naturales», relata Elissa.

No le pusieron vacunas, porque los miembros de la secta ya entonces sospechaban de que en ellas podía haber aparatos microscópicos de escucha colocados por el FBI. Nunca la llevaron al pediatra. Tuvo infecciones de oído, pero no le daban antibióticos, aunque rabiase de dolor. «Mi padre era ingeniero. Conducía un Buick. Cuando llegaba a casa, traía los bolsillos llenos de chicles para su prole. Veíamos la tele todos juntos en el salón: La casa de la pradera, algún documental, dibujos animados... Hasta que el profeta prohibió la televisión. Mi padre jugó al fútbol americano y nos llevaba a veces a los partidos, hasta que el profeta también lo prohibió». ¿La razón? El deporte es mundano y, por tanto, demoniaco.

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El peor día de su vida. Elissa con el traje de boda, roja de todo lo que había llorado. Y con su marido, en la 'casita' de recién casados que les regaló la familia.

El profeta era Rulon Jeffs. Lo llamaban tío Rulon. El apelativo de 'tío' es un honor que se reserva a los hombres más respetados. Tío Rulon tuvo alrededor de 75 mujeres, 65 hijos y cientos de nietos. No se sabe a ciencia cierta cuántos, porque en los matrimonios se prescinde del papeleo, excepto con la primera esposa. Cualquier documento puede ser utilizado como prueba en un juicio, así que basta la palabra del profeta para sellar la unión. «Una noche estábamos cenando cuando nos anunciaron que nuestra familia había sido bendecida: una de mis hermanas se casaría con el profeta. Era Rachel, de 22 años. Tío Rulon tenía entonces 81. ¡Pero era un honor!». Además, a las mujeres del profeta no les faltan tarjetas de crédito. Su estatus social se eleva. Kassandra, otra hermana de Elissa, también tuvo que casarse con él. Lo llevó muy mal. Ella no se veía como una esposa, sino como un número. Tenía 19 años.

Un hombre debe tener al menos tres mujeres si aspira a entrar en el cielo. Si el marido no impone su autoridad, su esposa es entregada a otro

Tío Rulon abrió una clínica ginecológica para las mujeres de la secta, así no tendrían que dar a luz en los hospitales públicos y exponerse a preguntas indiscretas. La clínica carecía de agua corriente. Se lavaba a los recién nacidos con agua de un pozo. También abrió un colegio en el área de Salt Lake City, la capital de Utah. Las niñas recibían clases de economía doméstica. Su meta en la vida es ser amas de casa. Cocina, limpieza, costura... Un día, Warren volvió a llamar a Elissa a su despacho. Le anunció que tenía un mensaje del profeta.

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El harén de las esposas. Warren Jeffs (en la foto de la pared y a la derecha con dos esposas) llevó a la absoluta deriva sexista a la secta. Si su padre ya acumulaba decenas de mujeres, cuando él murió, Warren se casó con las viudas de su padre, que oficialmente eran sus madres, y añadió las suyas propias, muchas menores de edad, que se turnaban para pasar por su cama, varias cada noche. Aquí 'posa' con 50 de ellas.

«Ha perdido la confianza en tu padre. No merece tener una familia. Tú tampoco mereces venir al colegio; ni tú ni tus hermanos», le dijo. Fue devastador. Al padre de Elissa se le permitió que siguiese teniendo bajo su control a mamá Laura y mamá Audrey, pero mamá Sharon y sus hijos tuvieron que irse. «Éramos las ovejas negras. Nos mudamos al rancho de un pariente, en un paraje desolado, a 200 kilómetros del pueblo más cercano. Nevaba. Enfermé. Pasé mucha fiebre. Mis hermanas me ponían emplastos de pimienta y ajo». Más tarde el profeta decidió que el padre había cumplido su penitencia y que podían volver con él, pero a condición de arrebatarle a su primera esposa. «Todo era tan absurdo... Se nos prohibía nadar en el lago porque el demonio controlaba las aguas. Se nos enseñó a odiar a los que no eran de nuestra religión. Volví a la escuela, pero las normas eran todavía más rígidas. Clases separadas para chicos y chicas, incluso en el recreo».

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El templo infierno.Después de las primeras denuncias por forzar los matrimonios con menores de edad, Warren Jeffs trasladó la sede de la secta desde Utah a un enorme terreno que había comprado en Texas (todo el dinero generado por sus miles de seguidores pasaba a ser suyo). Allí empezaron a construir la ciudad de Sión, donde sobrevivirían a la destrucción del mundo... En su enorme templo aparecieron los documentos y grabaciones de los abusos sexuales a miles de mujeres.

Tío Rulon, el profeta, sufrió un infarto cerebral y su hijo se hizo con las riendas. Mientras tanto, en el hogar de Elissa, las cosas volvieron a complicarse. Al padre se le fue de las manos otra de sus hijas, Teresa. La presionaron para que se casase. Era el destino de las díscolas: casarlas y preñarlas cuanto antes. Teresa se negó. Warren Jeffs —el hijo de Rulon, ya convertido en nuevo profeta— la obligó a marcharse a una explotación maderera, en un lugar remoto de Canadá. Trabajó de noche, a temperaturas bajo cero. Quebraron su voluntad. Volvió sumisa, se casó. Tenía 17 años. «Pero mi padre ya había caído en desgracia nuevamente. Esta vez le quitaron a todas sus esposas y a todos sus hijos. Le negaban así su lugar en el cielo. Tuvimos que mudarnos. Fuimos realojados en casa de un obispo, Fred Jessops, que vivía en una mansión de 45 habitaciones con sus 15 mujeres y 30 hijos. A mi madre la casaron con el obispo. Fue humillante».

Un día el obispo le preguntó a Elissa qué edad tenía. Le dijo que 14 años. «Muy pronto serás una buena esposa», vaticinó. Ella protestó. Y más cuando supo que la habían prometido a su primo. El obispo zanjó la cuestión. «Una cría no puede desafiar al profeta, porque está desafiando a Dios». Los miembros de la secta no ven mal los matrimonios incestuosos. No tienen miedo a que nazcan hijos con enfermedades congénitas. Son niños especiales, muy queridos por Dios, que sanarán en el cielo, les dicen.

El profeta fue detenido en un control de carretera. En su Cadillac rojo llevaba 54.000 dólares, 15 teléfonos móviles, dos pelucas, docenas de tarjetas de crédito y una Biblia

La boda sería múltiple y en secreto, fuera de las jurisdicciones de Utah y Arizona. «Me llevaron a un pueblo de Nevada, cerca de Las Vegas, con otras novias adolescentes. Nos casaron en un motel de carretera». Su madre le pidió que fuese fuerte: «El Señor sabe lo que hace». Warren Jeffs ofició la ceremonia. Elissa supo años más tarde que el obispo y Warren temían que ella también se rebelase, como sus hermanos. A la secta no le importa que los chicos se vayan: es mejor que haya pocos para evitar conflictos a la hora de repartirse a las hembras. Pero que se vaya una chica es demasiado. Temen un efecto dominó.

«Y aquí estoy, recién casada. En el cuarto de baño. Me armo de valor y me meto en la cama. Allen se pone encima de mí, forcejea un rato, pero yo cierro las piernas instintivamente. Al final se cansa y se queda dormido. Así pasamos la luna de miel. Mi plan es simple: meterme en el baño y tardar, tardar... Con la esperanza de que mi primo se duerma». Funcionó unos días, luego ya no. Una noche me desnudó a manotazos. Yo me sentí tan sucia que fui al baño y me tomé dos frascos de pastillas. Luego me arrepentí y me metí los dedos. Me pasé la noche vomitando. Desde que me violó por primera vez, Allen siguió forzándome. De nada me servía suplicar, negarme. Él pesa mucho y mide casi dos metros. Sencillamente se ponía encima y me aplastaba. Yo cerraba los ojos y me imaginaba en otra parte».

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Se acabó. Elissa, a las puertas del juzgado que condenó a Warren Jeffs por primera vez, gracias a su testimonio.

Allen volvió al trabajo; Elissa, al colegio. Acudió a Warren Jeffs, le dijo que no amaba a su marido. Le contestó que el amor se aprende. Allen, que tenía 19 años, estaba obsesionado con el sexo después de tanta represión. Cuando ella cumplió los 15, alguien le regaló una muñeca y una cuna. Una indirecta. «Un día sentí un terrible dolor en el abdomen, comencé a sangrar y creí que me moría. No le dije nada a Allen ni a mi madre. Fue mi primer aborto», confiesa Elissa. Ese invierno, el obispo les regaló una caravana estacionada en un aparcamiento de Colorado City. Allen estaba entusiasmado con la idea de tener su propio hogar. Elissa tuvo otro aborto.

Allen comenzó a pegarle. Primero, bofetadas; luego, puñetazos. «Se arrepentía y me abrazaba. Eso lo excitaba y entonces me violaba. Cuando terminaba, yo me iba al baño con un ojo morado». Empezó a trabajar de camarera en un restaurante. Tenía su propia camioneta. Después de cerrar, se quedaba a charlar con Meg, una compañera. La dejaba en su casa y conducía durante horas. «Un día una rueda pinchó y me metí en un barrizal. Paró un coche y bajó un hombre. Me preguntó si estaba bien. Cambió la rueda. Se llamaba Lamont Barlow. Resultó ser amigo de Meg. Luego me enteré de que lo habían expulsado de la secta».

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La cámara del terror.Las imágenes de la cámara secreta dentro del templo donde estaban las grabaciones de las violaciones y la cama en la que el líder practicaba el 'ritual' sexual con sus esposas, como se mostró en el juicio. Abajo, Warren Jeffs en la cárcel, donde ha llevado a cabo varias huelgas de hambre y presuntos intentos de suicidio. Se cree que sigue dirigiendo la vida de sus seguidores más fieles.

Lamont comenzó a frecuentar el restaurante. Se enamoraron. Fueron juntos a Las Vegas. Subieron a la montaña rusa. Un fotógrafo ambulante les hizo una foto. «Lamont me dijo que me amaba. Yo me sentía tan barata, tan manchada por mi relación con mi primo, que creía que no merecía ser amada». Elissa se quedó embarazada de nuevo, esta vez de Lamont. Decidió marcharse de la secta. Allen recurrió al profeta y a la madre de Elissa. «Mamá me pidió que fuese comprensiva. Allen me puso un detective. Consiguió la foto que nos hicieron en Las Vegas. Fui llamada a la presencia de Warren Jeffs, quien, tras la muerte de su padre, se había autoproclamado su heredero y nuevo líder. Me acusó de adulterio y dijo que yo debía ser destruida y mi sangre, derramada». Se refería a un ritual litúrgico, pero le metió el miedo en el cuerpo. El matrimonio fue disuelto. Elissa era libre.

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Sin salida. La mayoría de los integrantes de las sectas ultras del movimiento mormónico no conocen otra forma de vida ni la han conocido durante generaciones; de ahí que, en sus comunidades, no haya vallas ni nada que les impida irse, prefieran seguir viviendo de la misma manera y se nieguen a admitir los crímenes cometidos por sus líderes.

No fue fácil comenzar de nuevo. «Tuvimos un hijo sano y precioso, pero Lamont perdió su trabajo y teníamos problemas económicos. Me prohibieron ver a mamá. Y entonces supimos que investigaban a Warren Jeffs por abusos sexuales». Jeffs desapareció del mapa y el FBI le ofreció a Elissa, hoy de 37 años, convertirse en testigo protegida. Un día, por fin, Warren Jeffs fue detenido en un control de carretera. En su Cadillac rojo llevaba 54.000 dólares en billetes donados por sus seguidores, 15 teléfonos móviles, dos GPS, un escáner de policía, un detector de radar, cuchillos, dos pelucas, ropa de mujer, docenas de tarjetas de crédito y una Biblia. Fue condenado a diez años de cárcel, pero siguió dirigiendo la comunidad desde la cárcel. Sus fieles, nacidos ya en su absoluta devoción al líder, y sin tener contacto alguno con el exterior, creen en su inocencia y en la confabulación del Estado contra ellos.

Poco después, en 2008, una chica del rancho de Texas llamó a un teléfono de ayuda. Tenía 16 años y estaba embarazada de ocho meses. Quería salir de allí. La Policía hizo una redada. Los 460 niños del rancho quedaron bajo tutela de las autoridades, pero tras una fuerte campaña de los propios mormones, el Tribunal Supremo ordenó que fueran devueltos a sus padres.

Lo peor estaba aún por descubrirse. La Policía insistió en seguir investigando y buscando pruebas que demostrasen los matrimonios de chicas menores de edad. Con ayuda de Elissa y otra joven que había huido de la comunidad, y había sido esposa del propio Rulon Jeffs, se adentraron en el templo de la comunidad en Texas en busca de los archivos, registros y documentos que, ellas sospechaban, el líder y su hijo Warren guardaban el algún lugar. Los encontraron en una cámara secreta, presidida por una enorme cama, donde las niñas eran abusadas por Warren. Allí aparecieron cientos de grabaciones y documentos que probaban sus crímenes, delitos por los que en 2011, Warren Jeffs, que ahora tiene 67 años, fue finalmente condenado a cadena perpetua. El documental de Netflix Sé dócil: reza y obedece, cuenta la historia de la secta.


Los protagonistas

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Joseph Smith: Fundó el mormonismo. En 1823, con 17 años, afirmó que el ángel Moroni se le había aparecido y que le había confiado la traducción de unos textos sagrados, que dieron lugar al Libro Mormón y la fundación de su Iglesia en 1830. Smith asumió las funciones de presidente, profeta, vidente y revelador.
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Rulon Jeffs: Fue el líder de la Iglesia Fundamentalista de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días desde 1986 hasta su muerte, en 2002. Esta secta es una derivación de la fundada por Smith. Bajo la dirección de Rulon se intensificó la poligamia, y cientos de hombres jóvenes fueron expulsados de la secta para que, los mayores que quedasen, pudiesen repartirse a las chicas... por decenas. Rulon se casó con 75 mujeres, muchas niñas.
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Warren Jeffs: Sucedió a su padre, Rulon, como líder de la secta. Ordenó el traslado de los fieles desde Utah y Arizona al rancho Anhelo de Sión, en Texas. En 2006 se fugó de la justicia. Fue capturado y condenado a diez años de cárcel por cómplice de violación y por concertar el matrimonio de Elissa Wall cuando esta tenía 14 años. Desde la cárcel siguió dirigiendo la secta. Pero en 2011, nuevas y terribles pruebas de sus abusos elevaron su condena a cadena perpetua. Para muchos de sus fieles, sigue siendo el líder.
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Elissa Wall: Fue expulsada de la secta por adulterio y su testimonio resultó decisivo para que Warren Jeffs fuese encarcelado. Pero el FBI no pudo entrar en el rancho de Texas donde estaban concentrados los fieles hasta que otra adolescente de 16 años, cuya identidad se desconoce, denunció que estaba embarazada y que la mantenían retenida allí a la fuerza. En el rancho de Texas, aparecieron las pruebas definitivas para la condena de Jeffs.